terça-feira, 31 de julho de 2012

LA CUESTIÓN PARLAMENTARIA EN LA INTERNACIONAL COMUNISTA



“Entre la sociedad capitalista y la sociedad
Comunista está el período de transforma-
ción revolucionaria de aquélla en ésta. Al
cual corresponde un período de transición
política en que el Estado no puede ser
otra cosa más que la dictadura revolucio-
naria del proletariado”.

MARX

“El comunismo rehúsa ver en el parlamentarismo una de
las formas de la sociedad futura; rehúsa ver en él la forma
de la dictadura de clase del proletariado; niega la posibi-
dad de la conquista durable de los Parlamentos; se pone
como meta la abolición del Parlamento”
Tesis de la Internacional


“Mientras que el aparato ejecutivo, militar y
político del Estado Burgués organiza la
acción directa contra la revolución proleta-
ria, la democracia representa para él un
medio de defensa indirecta difundiendo
entre las masas la ilusión que pueden reali-
zar su emancipación por un proceso pacífi-
co.

Tesis Abstencionistas


Hasta el IIº Congreso de la Internacional Comunista (Moscú, julio-agosto 1920), no se había establecido claramente si las secciones de la nueva Internacional debían o no hacer figurar en sus medios tácticos la participación en las elecciones y la intervención en los Parlamentos de los países capitalistas europeos. Esta cuestión había tomado desarrollos diferentes según los países.
Nadie ponía en duda que la nueva organización del proletariado revolucionario debía acoger únicamente a los movimientos que habían luchado contra la guerra imperialista rompiendo con los traidores socialistas que la habían apoyado. Era igualmente cierto que las secciones de la IIIa Internacional debían actuar sobre el terreno de la insurrección armada para derrocar el poder burgués e instaurar la dictadura del proletariado, como en la Rusia de Octubre 1917. Pero las resoluciones, sin embargo muy nítidas, del primer Congreso de marzo 1919 no parecían excluir, incluso en el espíritu de los bolcheviques rusos, que ciertos movimientos de orientación anarquista o sindicalista-revolucionaria viniesen a engrosar la gran oleada revolucionaria. Citemos solamente la Confederación Nacional del Trabajo española, de tendencia libertaria, la extrema izquierda de la C.G.T. francesa, los I.W.W. de América (Obreros industriales del Mundo), los Shop Stewards Comités escoceses e ingleses (Comités de delegados de fábrica); Italia y Alemania deben ser tratadas aparte.
Estos movimientos no dudaban en condenar el social-patriotismo y el reformismo, no dudaban de la necesidad de la insurrección, pero no tenían una posición clara sobre los problemas del poder y del terror revolucionario, del Estado y del partido político, que los bolcheviques habían resuelto perfectamente en cuanto a ellos. Casi todos se oponían a la utilización del Parlamento tanto por tradición como por reacción al oportunismo.
En Italia, esta cuestión se planteó netamente desde el final de la Gran Guerra: si el Partido Socialista había evitado caer en la mentira de la unidad nacional, la acción del grupo parlamentario dominado por la derecha reformista había ido en contra de toda perspectiva de acción revolucionaria después de la guerra. La fracción revolucionaria intransigente había triunfado en el partido desde antes de la guerra, pero no se atrevió a romper más que con la extrema-derecha ultrareformista de Bissolati y consortes, expulsada en 1912. También los elementos más decididos de la izquierda del Partido comenzaron a presentir la necesidad de una escisión en el viejo Partido; llegaron a la conclusión histórica que había que acabar con el método electoral y parlamentario si se quería conducir al proletariado al asalto revolucionario.
Esta posición, defendida en el periódico “IL Soviet”, fundado en Nápoles en 1918, fue rechazada por la mayoría en el Congreso del Partido Socialista en Bolonia en 1919. Pero los partidarios de la participación electoral, aun prevaliéndose de la aprobación de Lenin, cometieron el inmenso error de mantener la unidad del gran partido electoral, oponiéndose así directamente a Lenin y a las directivas fundamentales de la IIIa Internacional. Llegaron incluso a rechazar la oferta de los abstencionistas que aceptaban renunciar a su premisa antiparlamentaria, con tal de que se consumase la escisión.
Conviene recordar que en Italia el partido se había separado desde hacía mucho tiempo de la corriente sindicalista-revolucionaria y que se había producido igualmente una escisión, de inspiración sindicalista-revolucionaria en la Confederación del Trabajo. Esta escisión había dado nacimiento en 1908 a la Unión Sindical Italiana que se dividirá, a su vez, en dos organizaciones sobre la cuestión de la guerra.
En Alemania, la situación era completamente diferente. El movimiento anarquista era despreciable, el sindicalismo soreliano no existía y ninguna escisión había dividido a los sindicatos. Al estallar la guerra de 1914, todo el movimiento político y sindical siguió primeramente la orientación social-patriota. La escisión comenzó en el dominio político, desgajándose el Partido Socialista Independiente de la vieja Social-Democracia. Más tarde, la “Unión de Espartaco”, fundada en 1916 pero que había entrado en el Partido Independiente, acabó por constituirse en Partido Comunista Alemán. En él se delimitaron dos tendencias, no sólo acerca de la táctica parlamentaria sino sobre el problema mucho más importante, y ligado a cuestiones de principio, de la escisión sindical. El ala izquierda de los Espartaquistas, que llegó incluso a la escisión para formar el K.A.P.D. (Partido Obrero Comunista Alemán), sostenía que, dada la traición de los sindicatos ligados a la Social-Democracia, había que preconizar su boicot y la formación de una nueva organización sindical revolucionaria orientada a izquierda.
El problema era grave: la corriente del K.A.P.D. se resentía de los errores difundidos en los países latinos y que encontraban igualmente cierto eco en el movimiento holandés a través del periódico De Tribune, dirigidos por los teóricos Gorter y Pannekoek. Esta corriente se esforzaba en disminuir la importancia del partido político, de la centralización y de la disciplina necesarias; manifestaba las mismas dudas sobre la cuestión del Estado, probando así que no compartía la concepción rusa del Partido político que administra la dictadura del proletariado. Se sabe, por lo demás, que el mismo K.P.D., que seguía ligado a Moscú, no comprendía claramente al principio que el Partido político revolucionario debe tomar el poder directamente en sus manos.
Cae de su peso que los bolcheviques y la dirección de la nueva Internacional concedían la importancia más grande al problema alemán; Lenin lo puso en el centro de su famoso folleto sobre “La enfermedad infantil del comunismo” cuyo fin esencial era prevenir la entrada en el movimiento comunista de tendencias de orientación anarquista, incapaces de comprender la cuestión de la autoridad en el seno del Partido y del Estado. La crítica de Lenin, dominada por la atención que presta al desarrollo del movimiento alemán, de importancia histórica fundamental, trata esta cuestión paralelamente a la de la táctica parlamentaria y es indudable que condena tanto la escisión sindical como el abstencionismo electoral.
Entre tanto, la Fracción Abstencionista Italiana se había esforzado en precisar en Moscú, por medio de dos cartas, que en Italia de ningún modo se interferían entre sí estas dos cuestiones, que la fracción de izquierda del Partido Socialista comprendía perfectamente las posiciones marxistas sobre el Partido y el Estado y que, no solamente no tenía la menor simpatía por el movimiento anarquista o sindicalista, sino que llevaba una polémica abierta contra él. Si estas cartas debieron salvar muchos obstáculos para llegar a Moscú, es un hecho que Lenin intervino personalmente para que un representante de la Fracción Abstencionista Italiana participase en el IIº Congreso.
No estará mal observar igualmente que en las reuniones preparatorias de este Congreso, cuando se trataba de admitir a los representantes de los diversos países, los Abstencionistas italianos sostuvieron que las organizaciones que no tuviesen un carácter político afirmado como los movimientos español, francés, escocés e inglés ya citados, no debían tener voz deliberativa.
En el curso de las sesiones del Congreso, del que reproducimos más adelante algunos de los documentos más importantes, la discusión puso rápidamente en evidencia la diferencia radical entre la oposición a la participación electoral que defendía la Izquierda italiana y las que llevaban por su parte los sindicalistas o semi-sindicalistas de otros países.
El ponente sobre la cuestión parlamentaria fue Bujarin, que habló en el curso de la sesión del 2 de agosto de 1920. Presentó las tesis que había redactado con Lenin y a las que Trotsky había añadido una introducción titulada “La nueva época y el nuevo parlamentarismo”, y anunció un contra-informe del representante abstencionista italiano que también había sometido al Congreso un conjunto de tesis. Anunció igualmente que el camarada Wolfstein rendiría cuenta de los trabajos de la Comisión y polemizó largamente contra los adversarios de la táctica parlamentaria, aun distinguiendo entre los dos grupos de orientaciones teóricas diferentes. Siguió el informe del representante italiano: tomando también en consideración los argumentos expuestos por Lenin en “La enfermedad infantil del comunismo”, desarrolló las ideas contenidas en sus tesis. Después habló el escocés Gallacher contra el parlamentarismo; después el búlgaro Chaplin, que le era favorable; el suizo Herzog, contrario; el inglés Murphy refutó los argumentos de Gallacher; el francés Souchy se opuso al parlamentarismo, pero a la manera sindicalista.
Lenin tomó entonces la palabra y su discurso, como siempre, fue de una importancia extrema. Dada la amplitud tomada ya por la discusión, el ponente de las tesis abstencionistas le replicó muy brevemente expresando abiertamente la profunda preocupación que hacían nacer en él los argumentos mismos, de naturaleza táctica, que empleaba Lenin para sostener que no solamente se podía, sino que incluso se debía actuar en el Parlamento con el fin de destruir el Estado burgués y el Parlamento mismo. Bujarin, el primer ponente, cerró el debate respondiendo a todos los antiparlamentaristas; Murphy, Chaplin, Goldenberg (que propuso una enmienda en favor del boicot de las elecciones en la fase insurreccional) y el representante de los jóvenes socialistas italianos, Polano, hicieron breves declaraciones. En fin, el italiano Serrati se hizo escuchar y Herzog respondió a las protestas de los búlgaros.
A la hora de los votos, siete solamente no fueron a las tesis de Bujarin-Lenin, que fueron, pues, aprobadas por amplia mayoría. De estos siete votos y a petición expresa del ponente abstencionista, cuidadoso en evitar toda confusión con los argumentos de los sindicalistas-revolucionarios, solamente tres fueron para las tesis que él había defendido: el de Partido Comunista Suizo, el del Partido Comunista Belga y el de una fracción del Partido Comunista Danés. El ponente mismo no tenía voz deliberativa, sino solamente consultiva.
La naturaleza misma de los documentos que publicamos facilita su presentación. Se puede decir que la introducción de Trotsky, las tesis de Bujarin-Lenin y las tesis de los marxistas abstencionistas no presentan ninguna diferencia en el examen de la función histórica del Parlamento burgués. Desde el punto de vista de los principios, estos tres textos establecen que la revolución debe derrocar el poder de Estado burgués por una acción violenta y destruir su máquina hasta el último engranaje; que el Parlamento es uno de los elementos más contrarrevolucionarios del aparato de Estado burgués y que debe, pues, ser eliminado por la fuerza. Así lo habían hecho los bolcheviques con la Asamblea Constituyente, aunque hayan participado en su elección. Así Marx sugería hacerlo en 1871 cuando deseaba que los Comuneros marchasen sobre Versalles y dispersasen la innoble Asamblea Nacional que creará la IIIa República. Después de su victoria, el proletariado debe, pues, construir un nuevo Estado, el Estado de su dictadura fundado en los Consejos obreros y marcar así el fin histórico del poder burgués, del Estado y del Parlamento capitalistas.
Muchos años han pasado desde el IIº Congreso de la Internacional. Pero una constatación legítima se impone: la práctica parlamentaria en la que han desembocado los falsos partidos comunistas que tienen la audacia de cubrirse con los argumentos de Bujarin, de Lenin y de Trotsky ha renegado completamente de estos principios fundamentales para identificarse con el viejo parlamentarismo de la IIa Internacional. El Parlamento es presentado en lo sucesivo abiertamente como un organismo eterno, de la misma manera que se considera al Estado burgués como una estructura que puede acoger a una representación auténtica de las fuerzas de la clase proletaria. Esto recuerda irresistiblemente la fácil previsión que fue hecha al final de la réplica a Bujarin: “Deseo que el próximo Congreso de la Internacional Comunista no tenga que discutir los resultados de la acción parlamentaria, sino más bien registrar las victorias que la revolución comunista habrá obtenido en un gran número de países. Si esto no es posible, deseo al camarada Bujarin que pueda presentarnos un balance menos triste del parlamentarismo comunista que ése por el que ha tenido que comenzar hoy su informe”.
Ya hemos hablado del discurso de Lenin. Muestra claramente cuán firmemente convencido estaba el gran revolucionario de la posibilidad de enviar a los Parlamentos burgueses grupos de diputados comunistas capaces de afrontar las instituciones capitalistas no solamente con discursos teóricos, sino por una acción ofensiva, de sabotaje, violentamente destructora, y que se habría integrado en la acción armada de las masas (tenemos el derecho de pensar hoy que esta previsión no habría podido realizarse incluso si la revolución hubiese estallado en el breve plazo de algunos años, como Lenin y todos los comunistas estaban entonces convencidos que sucedería). Pero las formulaciones de Lenin en este discurso, con toda su potencia dialéctica, bastaban para provocar serias inquietudes, no tanto por lo que habría podido hacer la Internacional dirigida por él, sino por las interpretaciones que no habrían dejado de explotar de manera siniestra sus demasiado amplias autorizaciones para hacer flexible la táctica.
Lenin dice: “¿Cómo queréis salir de los Parlamentos cuando la historia os enseña que toda la lucha revolucionaria entre las clases se refleja en ellos, repercute en ellos, se desarrolla en ellos gracias a la inmensa publicidad que recibe en ellos?”. Y todavía: “Hay que contar con los hechos, y el Parlamento continúa siendo la arena de la lucha de clases”. Aterrado por esta frase, el joven representante de los Abstencionistas osó preguntar a su gran contradictor si una audacia dialéctica semejante no introducía el riesgo de renunciar un día a la condena de toda participación de los diputados proletarios en los ministerios burgueses que los marxistas radicales habían pronunciado siempre.
Está claro para nosotros hoy que el pensamiento de Lenin estaba a cien leguas de los desarrollos que el neo-oportunismo ha dado a esta fórmula desnaturalizándola completamente. Se nos viene a decir ahora que toda lucha de clase en el seno de la población, no sólo se refleja en el Parlamento, sino que puede desarrollarse realmente y encontrar su solución en las querellas parlamentarias. Un paso más y son renegadas todas las tesis iniciales, incluidas las de Lenin, y con ellas la afirmación fundamental de que el paso del poder de un partido de clase a otro no puede pasar históricamente por la vía de la democracia, sino sólo por la de la revolución. Sólo los traidores más desvergonzados pueden insinuar que el pensamiento de Lenin es conciliable con la innoble afirmación de que, en resumidas cuentas, es casi por accidente que en Rusia los bolcheviques tomaron el poder por la guerra civil y que, por consiguiente, en otros países, y aun en todos los países, bastará tomar la vía democrática y parlamentaria cuya condena histórica pronunciaban los textos de Lenin, de Bujarin y de Trotsky aun cuando subrayaban la posibilidad de una acción en el interior de los Parlamentos por parte de los partidos comunistas constituidos expresamente con vistas a la insurrección.
En los congresos ulteriores, este deseo de conciliar contradicciones doctrinales manifiestas por una inmensa fuerza de voluntad política, se desarrolló peligrosamente y más aún cuando un Lenin ya no se encontraba allí para resolverlas; así se encontraron establecidas las bases de esa caída catastrófica en el oportunismo cuyas diferentes fases hemos vivido en el curso de los últimos decenios.
Hoy es evidente que ya no se trata de prever teóricamente, sino de apreciar hechos históricos reales y nuestra perspectiva es fácilmente confirmada por una lectura en profundidad de los textos de aquella discusión histórica de 1920.











- I -

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA: EL AÑO 1919

Con los dos textos de Zinoviev y de Trotsky que encabezan este folleto, el problema del parlamentarismo y de la lucha por los Soviets aparece con toda la claridad de las batallas de clase del año 1919. Este año comenzó con grandes promesas revolucionarias. El 1º de enero, los Espartaquistas anunciaban la creación del Partido comunista alemán, del que Lenin dirá: “Desde el momento de su fundación, la Internacional Comunista se ha convertido en una realidad”. Pero el año 1919 es también el punto culminante de la revolución alemana, las victorias, aunque efímeras, de los Soviets de Hungría y de Baviera, los más poderosos movimientos de huelgas de la postguerra en Italia. Son, en fin, los comienzos de la intervención extranjera contra Rusia y los primeros éxitos de la joven república de los Soviets ante los ejércitos blancos sostenidos por la Inglaterra y la Francia “democráticas”.
Así, la historia inscribía en letras de sangre la oposición irreductible entre la democracia parlamentaria y la dictadura proletaria. Pero ¿sabría el proletariado descifrar justamente su sentido? Pues el año 1919 fue también un “gran año electoral”. En Alemania, las elecciones de Enero instalan en el poder a los verdugos “socialistas” de R. Luxemburgo y K. Liebknecht. En Italia, al igual que en Francia, las campañas electoras de los reformistas plantean abiertamente este dilema: o elecciones o revolución. Pero las masas rara vez saben leer la historia que ellas hacen. Cuando la Asamblea Nacional alemana se reúne en Weimar el 6 de febrero de 1919, el Consejo central de los Soviets de toda Alemania decide devolverle sus poderes. Más tarde, en sus “Memorias”, el príncipe Max de Bade escribirá sobre los acontecimientos de fines de 1918-principios de 1919: “Yo me he dicho: la revolución va a triunfar; nosotros no podemos abatirla, pero quizás podamos ahogarla…Si la calle me presenta a Ebert como tribuno del pueblo, será la República; si designa a Liebknecht, será el bolchevismo. Pero si el Kaiser abdica y nombra a Ebert como canciller, quedará aún una pequeña esperanza para la monarquía. Quizás logre desviar la energía revolucionaria a los cauces legales de una campaña electoral”.
Esa era la situación vista por un viejo defensor de los Habsburgo. La Internacional de Lenin no enfocaba de otra manera el papel de la calle y del parlamento en la revolución europea. Zinoviev, en su circular, como Trotsky en su carta sobre J. Longuet, indican lo que hay que abatir: no solamente la práctica parlamentaria de los héroes de la IIa Internacional, sino el Parlamento mismo, el molino de palabras de las ilusiones democráticas; no solamente a los diputados socialistas que habían traicionado del modo más manifiesto, sino toda la política de la socialdemocracia patriota, pacifista y parlamentaria. En efecto ¿quién no reconoce en el retrato magistral del centrista Longuet los rasgos característicos de los “comunistas” Cachin y Thorez, los temas favoritos de las variaciones parlamentarias de que el P.C.F. nos ha dado después el triste espectáculo?
La circular de Zinoviev plantea con mucha fuerza el problema que debatirá un año más tarde el IIº Congreso de la Internacional Comunista. Muestra la necesidad de destruir la máquina parlamentaria burguesa y opone a las vanas esperanzas “de organizar nuevos parlamentos más democráticos” una sola consigna: ¡Abajo el Parlamento! ¡Viva el poder de los Soviets! Zinoviev subraya también que no hay ningún lazo lógico entre esta posición de principio y la táctica “parlamentaria” de la Internacional Comunista que preconiza utilizar la tribuna de la Cámara y las campañas electorales para la agitación revolucionaria, la organización de las masas y el llamamiento a la lucha abierta contra el Estado burgués, hasta incluso la insurrección armada. Minar el edificio desde el interior en espera de poder entregarlo al asalto de las masas, ése era el “parlamentarismo revolucionario” de Lenin y de Liebknecht, ¡y nada más!
Zinoviev hace, finalmente, la constatación importante de que “ni en Francia, ni en América, ni en Inglaterra” - los países capitalistas más avanzados donde el mecanismo democrático funcionaba ya desde hacía muchos decenios – “ha habido entre los obreros parlamentarios revolucionarios”. De esta constatación, la Fracción Abstencionista Italiana había sacado la conclusión desde aquella época de “la incompatibilidad teórica y práctica entre la preparación revolucionaria y la preparación electoral” (1) en los países de vieja democracia. Como lo demuestra la circular de Zinoviev, la Internacional Comunista creía en la posibilidad de un parlamentarismo revolucionario si el proletariado europeo conseguía crear sólidos partidos revolucionarios. “Si un partido así existe, todo puede cambiar”, dice Zinoviev. He aquí, pues, a qué se atenía, en aquel año de 1919, toda la flexibilidad táctica de la Internacional Comunista sobre esta cuestión. Bajo el impulso irresistible de la crisis revolucionaria, se esperaba legítimamente que surgirían en Europa occidental, así como en la Alemania de Liebknecht y Rosa Luxemburgo, sólidos partidos comunistas capaces no solamente de dar grandes ejemplos de parlamentarismo revolucionario, sino también de “hacer como en Rusia”: dispersar todas las asambleas constituyentes burguesas, todos los fetiches parlamentarios de los socialistas pequeño burgueses, y hacer triunfar sobre sus ruinas la dictadura del proletariado.

(1) Ver más lejos, pág. ¿??, “Preparación revolucionaria o preparación electoral”, así como, en la serie “Historia de la Izquierda Comunista”, el nº 33 de “Programme Communiste”.


EL PARLAMENTARISMO
Y LA LUCHA POR LOS SOVIETS

(Carta-circular del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista)

Queridos Camaradas,
La fase actual del movimiento revolucionario plantea, entre otras cuestiones, de modo imperioso, la cuestión del parlamentarismo. En Francia, en América, en Inglaterra, en Alemania, mientras que la lucha de clases se hace más áspera, todos los elementos revolucionarios, uniéndose o coordinando su acción alrededor de la consigna del poder de los Soviets, adhieren al movimiento comunista. Los grupos anarco-sindicalistas, y a veces grupos que se llaman simplemente anarquistas, entran así en la corriente general. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista lo constata con alegría.
En Francia, el grupo sindicalista del camarada Péricat forma el núcleo del Partido comunista; en América, y parcialmente en Inglaterra, la lucha por los Soviets es llevada por organizaciones como los I.W.W. Estos grupos y estas tendencias han combatido siempre activamente los métodos parlamentarios. De otro lado, los elementos del Partido Comunista salidos de los partidos socialistas se inclinan en su mayoría a admitir incluso la acción parlamentaria (grupo Loriot en Francia, miembros del I.S.P. en América, miembros del I.L.P. en Inglaterra). Todas estas corrientes, que deben estar unidas a toda costa y lo más pronto en los límites del Partido Comunista, tienen necesidad de una táctica única. La cuestión debe, pues, ser zanjada de un modo general y el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista dirige a todos los partidos hermanos la presente carta consagrada especialmente a esta cuestión.
La plataforma común sobre la que hay que unirse, es actualmente el reconocimiento de la lucha por la dictadura del proletariado bajo la forma del poder de los Soviets. La historia ha planteado la cuestión de tal manera que es justamente sobre esta materia en la que ha sido precisado el límite entre el partido del proletariado revolucionario y los oportunistas, entre los comunistas y los social-traidores, cualquiera que sea su etiqueta. Lo que se llama el Centro (Kautsky en Alemania, Longuet en Francia, I.L.P. y ciertos elementos del B.S.P. en Inglaterra, Hilquitt en América) constituye, a pesar de todas las promesas en contra, una tendencia objetivamente antisocialista porque no quiere y no puede combatir por la dictadura del proletariado. Al contrario, los grupos y los partidos que, en el pasado, no admitían ninguna lucha política (por ejemplo, ciertos grupos anarquistas), pero reconocen ahora el poder los Soviets, la dictadura del proletariado, han renunciado por eso mismo a su carácter apolítico y admiten la idea de la toma del poder por la clase obrera, que es necesario para vencer la resistencia de la burguesía. Tenemos así, repitámoslo, una plataforma común: la de la lucha por la dictadura de los Soviets.
Las antiguas subdivisiones del movimiento obrero están evidentemente caducadas. La guerra ha traído consigo un nuevo reagrupamiento. Numerosos anarquistas o sindicalistas que profesan la negación del parlamentarismo se han conducido, durante los cinco años de guerra, de un modo tan vil y tan traidor como los antiguos jefes de la social democracia oficial que no juraban más que por Marx. El reagrupamiento de las fuerzas se realiza según una nueva línea: por o contra la revolución proletaria, los Soviets, la dictadura, la acción de las masas hasta la insurrección armada. Esa es en nuestros días la cuestión fundamental. Esos son los criterios esenciales. Esas son las banderas bajo las que se formarán y se forman las nuevas agrupaciones.
¿Qué relación hay entre el reconocimiento del principio de los Soviets y el parlamentarismo? Aquí hay que distinguir cuidadosamente dos cuestiones que no tienen entre sí ningún lazo lógico: la del parlamentarismo considerado como una forma deseable de organización del Estado y la de la utilización del parlamentarismo a fin de concurrir a la revolución. Los camaradas confunden con frecuencia estas dos cuestiones, lo que, en el terreno de la lucha práctica, tiene el efecto más fastidioso. Examinemos por turno cada una de ellas y saquemos todas las conclusiones necesarias. ¿Cuál es la forma de la dictadura proletaria? Nosotros respondemos: los Soviets. Una experiencia de una significación mundial lo ha demostrado. ¿Es compatible el poder de los Soviets con el parlamentarismo? No, tres veces no. Es absolutamente incompatible con los parlamentos existentes porque la máquina parlamentaria representa la potencia concentrada de la burguesía. Los diputados, las cámaras, sus periódicos, su sistema de corrupción, los lazos de los parlamentarios en los pasillos con los grandes bancos, sus relaciones con todos los aparatos del Estado burgués son otras tantas cadenas en los pies de la clase obrera. Hay que romperlas. La máquina gubernamental de la burguesía, y por consiguiente el parlamento burgués, deben ser rotos, dispersados, aniquilados; hay que organizar sobre sus ruinas un nuevo poder, el de las uniones obreras de clase, el de los “parlamentos” obreros, es decir, los Soviets. Sólo los traidores a la clase obrera pueden embaucar a los proletarios haciéndoles esperar una transformación social por medios pacíficos, por reformas parlamentarias. Esas gentes son los peores enemigos de la clase obrera y hay que combatirlos implacablemente; ningún compromiso es admisible con ellos. Así nuestra consigna es para todo país burgués: ¡Abajo el parlamento! ¡Viva el poder de los Soviets!
Pero se puede plantear la cuestión siguiente: ¡De acuerdo! Ustedes no admiten el poder de los parlamentos burgueses actuales; pero ¿por qué no organizar nuevos parlamentos más democráticos, basados en un verdadero sufragio universal? A esto respondemos: durante la revolución socialista, la lucha es tan áspera que la clase obrera debe actuar con prontitud, de modo decisivo, sin admitir en su seno, en su organización del poder, enemigos de clase. Para estas exigencias bastarán por sí solos los Soviets de obreros, de soldados, de marinos, de campesinos, elegidos en las fábricas, plantas, fincas, cuarteles. La cuestión de la forma del poder proletario se plantea así. Desde ahora, hay que derrocar el gobierno burgués de los reyes, los presidentes, los parlamentos, las cámaras de señores, las asambleas constituyentes. Todas estas instituciones son para nosotros enemigos jurados que debemos aniquilar. Pasemos ahora a la segunda cuestión fundamental: ¿Se pueden utilizar los parlamentos burgueses con el fin de desarrollar la lucha revolucionaria de clase? Esta cuestión, como hemos dicho más arriba, no tiene ningún lazo lógico con la primera. En efecto, se puede tender a destruir una organización entrado en ella, “utilizándola”. Nuestros enemigos de clase lo comprenden perfectamente bien cuando se sirven para sus propios designios de los partidos socialistas oficiales, de las trade-unions, etc. Tomemos un ejemplo. Los comunistas bolcheviques rusos participaron en las elecciones a la Asamblea Constituyente. Tomaron asiento en ella, pero fueron allí para disolver esta asamblea al cabo de 24 horas y para realizar totalmente el poder de los Soviets. El partido bolchevique ha tenido sus diputados en la Duma de Estado del Zar. ¿Reconoció entonces a esta Duma como una forma de organización del Estado ideal o simplemente admisible? Sería insensato suponerlo. Enviaba allí a sus representantes para atacar también por este lado el aparato gubernamental del zarismo, para contribuir a la destrucción de esta misma Duma. No es por nada que el gobierno del zar condenó a los “parlamentarios” bolcheviques a trabajos forzados por “alta traición”. Los diputados bolcheviques llevaban también, aprovechándose aunque sólo fuese momentáneamente de su “inviolabilidad”, la acción ilegal, organizando a las masas para preparar el asalto al zarismo. Pero una acción “parlamentaria” semejante no se ha visto más que en Rusia. Tomad Alemania y el trabajo de Liebknecht. Nuestro difunto camarada ha sido un revolucionario modelo; ¿no era un acto eminentemente revolucionario llamar desde lo alto de la tribuna del Landtag prusiano a los soldados para que se rebelasen contra este mismo Landtag? Sin ninguna duda. Y ahora vemos cuán admisible y aprovechable es una actitud semejante. Si Liebknecht no hubiese sido diputado jamás habría podido manifestar una actividad tal; sus discursos no habrían tenido el mismo alcance. El ejemplo del trabajo parlamentario de los comunistas suecos puede igualmente convencernos de ello. En Suecia, el camarada Hoeglund ha jugado y juega el mismo papel que Liebknecht en Alemania. Aprovechándose de su escaño de diputado, contribuye a la destrucción del sistema parlamentario burgués. Nadie en Suecia ha hecho tanto como nuestro amigo por la causa de la revolución y por la lucha contra la guerra. Vemos el mismo hecho en Bulgaria. Los comunistas búlgaros han utilizado con éxito para fines revolucionarios la tribuna del parlamento. En las últimas elecciones, han obtenido 47 escaños. Los camaradas Blagoev, Kirkov, Kolarov y otros líderes del movimiento comunista búlgaro saben forzar la tribuna parlamentaria a servir a la causa de la revolución proletaria. Un trabajo “parlamentario” semejante exige una audacia y un temperamento revolucionario excepcionales. Efectivamente, los hombres están aquí en un puesto particularmente peligroso. Minan la posición del enemigo en su propio campo; entran en el parlamento no para recibir esta máquina en sus manos, sino para ayudar a las masas a hacerla saltar desde afuera.
Así, pues, ¿estamos por la conservación de los parlamentos burgueses democráticos en tanto que forma de gobierno de Estado?
No, en ningún caso. Nosotros estamos por los Soviets. ¿Estamos por la utilización de los parlamentos en beneficio de nuestro trabajo comunista mientras no tenemos la fuerza para derrocarlos?
Sí, pero observando diversas condiciones.
Sabemos muy bien que, ni en Francia, ni en América, ni en Inglaterra ha habido entre los obreros parlamentarios revolucionarios. Pero esto no prueba que la táctica que creemos buena esté equivocada. Toda la cuestión reside en el hecho de que jamás ha habido en estos países un partido revolucionario como los Bolcheviques rusos o los Espartaquistas alemanes. Si existe un partido así, todo puede cambiar. En particular se necesita: 1) que el centro de gravedad de la lucha esté situado fuera del Parlamento (en las huelgas, las insurrecciones y las otras formas de la lucha de masas); 2) que las intervenciones en el Parlamento correspondan a esta lucha; 3) que los diputados tomen parte en el trabajo ilegal; 4) que actúen bajo las órdenes del comité central del Partido, sometiéndose a él; 5) que en sus intervenciones no se enreden en las formas parlamentarias (que no tengan miedo de enfrentarse a la mayoría burguesa, que sepan hablar por encima de ellas). ¿Hay que participar, en un momento dado, en una campaña electoral, o no? Esto depende de toda una serie de condiciones concretas que, en cada país, deben ser examinadas especialmente en el momento oportuno. Los Bolcheviques rusos boicotearon las elecciones a la primera Duma en 1906. Seis meses más tarde estaban por la participación en las elecciones a la segunda Duma, cuando se comprobó que la dominación de los burgueses y de los grandes propietarios terratenientes duraría todavía algunos años en Rusia. Antes de las elecciones para la Asamblea Constituyente alemana de 1918, una parte de los Espartaquistas querían participar en ellas, la otra se oponía. Pero el partido siguió siendo un Partido comunista único.
No podemos renunciar, es principio, a utilizar el parlamentarismo. En la primavera de 1918, cuando el Partido bolchevique estaba ya en el poder en Rusia, declaró en una resolución especial tomada en su VIIº Congreso que si como consecuencia de un concurso particular de circunstancias la burguesía parlamentaria tomaba ventaja momentáneamente, los comunistas rusos podrían ser constreñidos a sacar partido nuevamente del parlamentarismo burgués. No hay que atarse las manos a este respecto.
Lo que queremos subrayar es que la verdadera solución del problema tiene lugar en todos los casos fuera del recinto del Parlamento, en la calle. Ahora es evidente que la huelga y la insurrección son los únicos métodos decisivos de lucha entre el Trabajo y el Capital. Por esta razón los principales esfuerzos de todos los camaradas deben concentrarse en el trabajo de movilización de las masas: creación del Partido, creación de nuestros grupos en las asociaciones profesionales y conquista de éstas, organización de los Soviets en el curso de la lucha, dirección de la acción de las masas, agitación entre las masas a favor de la revolución. He ahí lo que está en primer plano. Las intervenciones parlamentarias y la participación en las campañas electorales no son, en este trabajo, más que un medio secundario y nada más.
Si así es, e indiscutiblemente es así, cae de su peso que aquellos cuyas opiniones divergen sobre esta cuestión no deben dividirse por esto. La práctica de las prostituciones parlamentarias ha sido tan repugnante que los mejores camaradas tienen prejuicios sobre ella. Hay que destruirlos poco a poco en el curso de la lucha revolucionaria. Es por esto por lo que insistimos cerca de todos los grupos y de todas las organizaciones que llevan una lucha efectiva por los Soviets, en favor de un máximo de unión, a pesar de los desacuerdos sobre este tema.
Todos aquellos que están por los Soviets y la dictadura proletaria deben unirse lo más pronto y formar un Partido comunista único.
Saludo comunista.

El Presidente del Comité Ejecutivo
de la Internacional Comunista:
G. ZINOVIEV
“La Internacional Comunista”, nº 5, septiembre de 1919



JEAN LONGUET
DECADENCIA DEL PARLAMENTARISMO

Ayudada por una feliz casualidad, la amabilidad proverbial de J. Longuet ha logrado poner ante mis ojos el acta estenografiada del discurso pronunciado por el honorable diputado el 18 de septiembre (dos meses antes de las últimas elecciones) en la tribuna de la Cámara francesa. El discurso tiene por título: “Contra la paz imperialista. Por la revolución rusa”. La lectura de este folleto me ha sumergido durante media hora en el corazón mismo del parlamentarismo, en esta época de decadencia de la república burguesa. Me ha recordado el saludable desprecio con el que Karl Marx hablaba de la atmósfera envenenada del Parlamento.
Visiblemente preocupado por conquistar inmediatamente la benevolencia de sus adversarios, Longuet comienza por evocar ante sus colegas la mesura y la cortesía de la que jamás se ha desprendido en el seno de la honorable asamblea. Se adhiere plenamente a las “consideraciones tan juiciosas que nuestro colega Viviani acaba de desarrollar con su notable elocuencia”. Sin embargo, cuando Longuet intenta servirse de la hábil lanceta de su crítica, los gritones más cínicos del nacionalismo le arrojan a la cara “La Alsacia-Lorena”…Pero el espíritu de conciliación es la virtud cardinal de J. Longuet y le constriñe ante todo a buscar un terreno de entendimiento con el enemigo. ¡Alsacia-Lorena! ¿No acaba de decir Longuet mismo que saluda en el tratado de paz toda una serie de párrafos afortunados? “Se acaba de hacer alusión a Alsacia-Lorena. Todos estamos de acuerdo sobre este tema” y J. Longuet hace desaparecer instantáneamente en el bolsillo de su chaleco su lanceta crítica que, por otro lado, se parece más a un limpiaúñas.
En su examen del tratado de paz, Longuet adopta como criterio la idea de Patria, tal como es definida por Renan, ese jesuita reaccionario ateo. De Renan que debe asegurarle la comunión con el Parlamento nacionalista, Longuet pasa al derecho de los pueblos a disponer de sí mismos “proclamado por la revolución rusa y adoptado por el presidente Wilson”. Es precisamente este principio, sí, señores, este gran, este generoso principio de Renan, de Lenin, y de Wilson el que Longuet quisiera ver inscrito en el tratado de paz. Pero “en cierto número de casos (¡así!), este derecho de las nacionalidades a disponer de sí mismas no ha sido mencionado”, de lo cual Longuet se declara apenado.
Este orador tan cortés es calificado, sin embargo, como abogado de Alemania por interpeladores groseros. Longuet se defiende enérgicamente contra la acusación de abogar por la causa de Alemania, es decir, de sostener a un pueblo aplastado y oprimido contra Francia, o, más bien, contra los verdugos que gobiernan y deshonran a Francia. “Mis amigos de Alemania, exclama Longuet, son aquellos que se rebelaban contra el Kaiser, aquellos que han sufrido años de prisión y algunos de los cuales han dado su vida por la causa que defendemos”. ¿De qué causa se trata, exactamente? ¿Es la reparación del derecho lesionado en 1871 o la destrucción del orden burgués? Longuet se olvida de precisarlo. Los cadáveres de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo le sirven de escudo contra los ataques de los imperialistas franceses. Cuando estaban vivos, estos héroes del comunismo alemán renegaban y condenaban a los Longuet de toda clase enganchados al carro nacionalista sobre cuyo asiento se encontraba el zar. Ahora que están muertos, son hábilmente acaparados por este hombre que se precia deshonestamente ante los trabajadores franceses de una amistad que se le niega y que arroja su martirio a los imperialistas franceses como se arroja un hueso a perros rabiosos.
Después J. Longuet habla del “elocuente discurso de nuestro amigo Vandervelde”. Tres escasas líneas de texto separan la evocación del martirio de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo, de la remisión a “nuestro amigo Vandervelde. Mientras que la vida ha cavado un abismo entre Liebknecht y Vandervelde no dejando como único lazo entre estos dos hombres más que el desprecio del revolucionario por el renegado, el dulce Longuet estrecha en un mismo abrazo al héroe y al renegado. No es suficiente. A fin de dar fuerza legal a su respeto parlamentario por Liebknecht, Longuet llama en su auxilio al real ministro Vandervelde que ha proclamado (y ¿quién podría saberlo mejor que él?) que dos hombres han salvado el honor del socialismo alemán: Liebknecht y Bernstein. Pero Liebknecht trataba a Bernstein de miserable lacayo del capitalismo. Pero Bernstein trataba a Liebknecht de loco y de criminal. ¿Cómo salir de este dilema? Ante este parlamento agonizante, en esta atmósfera artificial de mentiras y de prejuicios, J. Longuet une cortésmente, sin esfuerzo, a Liebknecht, Vandervelde y Bernstein, como unía antes a Renan, Lenin y Wilson.
Pero los funcionarios parlamentarios del imperialismo no demuestran ninguna prisa en seguir al elocuente Longuet sobre el terreno de entendimiento al que se propone arrastrarlos. No, no cederán una pulgada de su posición. Cualquiera que sea la opinión de Vandervelde sobre Liebknecht y Bernstein, los socialistas belgas han votado por el tratado de paz. “Responda, Sr. Longuet, ¿los socialistas belgas han votado, si o no, por el tratado de paz? (¡Muy bien! ¡Muy bien!)”. Ahora bien, J. Longuet mismo se prepara, a fin de arreglar un poco tardíamente su reputación socialista, a votar contra el tratado cuya elaboración ha preparado por toda su actitud anterior. Por eso, simplemente se abstiene de responder a esta pregunta. ¿Sí o no? Sus “amigos”, han votado el infame tratado codicioso, feroz y deshonroso, ¿sí o no? J. Longuet se calla. Los hechos no enunciados en la tribuna parlamentaria son supuestos como inexistentes. ¡Nada obliga a J. Longuet a hacer que se conozcan las acciones sucias de “su elocuente amigo Vandervelde”, mientras que es extremadamente cómodo citar sus discursos trabajados con cuidado y en un estilo pulido!
¡Y después!... ¡Vandervelde! ¡Bélgica, la violación de la neutralidad belga! “En esto somos unánimes”, todos condenamos este atentado inferido a la independencia de un pequeño país. Es cierto que los alemanes también han protestado, un poco tarde. Por desgracia, tal es el curso de la historia. “La conciencia del pueblo sometido y engañado no se despierta sino lentamente, gradualmente, explica Longuet melancólicamente. ¿No pasaba lo mismo entre nosotros hace 47 años, después del Imperio? Y en el momento en que los funcionarios atentos del capitalismo prestaban oído, preguntándose si Longuet no iría a decir: ¿No sufre todavía nuestro pueblo vuestro yugo? ¿No es engañado, aplastado, envilecido por vosotros? ¿No habéis hecho de él el verdugo de las naciones? ¿Vióse una época en que un pueblo haya jugado por la voluntad y la tiranía de sus gobernantes un papel más criminal, más miserable, más vergonzoso que el papel jugado en la hora actual por el pueblo francés completamente esclavizado? En este momento preciso, el muy afable J. Longuet abandonó galantemente al pueblo francés de 1872 para denunciar la camarilla criminal que engaña, oprime y violenta al pueblo, no en el gobierno de Clémenceau, sino en el de Napoleón IIIº abatido desde hace mucho tiempo y cuyas ignominias han sido infinitamente superadas después.
Pero he aquí que brilla de nuevo, en las manos de nuestro diputado, la inofensiva lanceta de bolsillo. “Ustedes sostienen a Noske y a sus 1.200.000 soldados que pueden constituir mañana, contra nosotros, los cuadros de un poderoso ejército”. ¡Queja estupefaciente! ¿Por qué estos representantes de la finanza no habrían de sostener a Noske, centinela de la Bolsa alemana? ¡Un odio común contra el proletariado les une! Pero esta cuestión capital no es planteada por J. Longuet. Prefiere aterrorizar a sus colegas haciéndoles temer que el ejército de Noske puede intervenir “contra nosotros”. ¿Contra quién? Noske asesina a Rosa Luxemburgo, Liebknecht y a los Espartaquistas. “Contra nosotros”, ¿será contra los comunistas franceses? No, ciertamente, sino en verdad contra la Tercera República, contra la razón social Clémenceau-Barthou-Briand-Longuet.
Y he aquí que reaparece Alsacia-Lorena. De nuevo, “en esto somos unánimes”. Sin duda es lamentable que nos las hayamos arreglado sin plebiscito. Y tanto más cuanto que “nosotros” no teníamos nada que temer de él. Por otro lado, las próximas elecciones harán las veces de él. Y de aquí a entonces M. Millerand habrá realizado en Alsacia-Lorena el trabajo preparatorio de depuración y de educación, a fin de que el futuro plebiscito pueda reconciliar definitivamente la conciencia jurídica (tan cortés) de J. Longuet y las realidades de la política Foch-Clémenceau. Longuet solamente suplica que el trabajo de depuración se haga con ponderación, a fin de no “disminuir las profundas simpatías de Alsacia y Lorena hacia Francia”. Suavizad ligeramente a Millerand y todo irá de la mejor manera en el mejor de los mundos.
El Capital francés se ha apoderado de la cuenca minera del Sarre. Ahí, ni hablar de la “reparación de los atentados al derecho” y ningún reportero celoso ha descubierto sobre el lugar “profundas simpatías”. Estamos en presencia de un acto de bandidaje cometido abiertamente. Longuet está apenado por ello, Longuet está afligido por ello. Y su aflicción no ha salido exclusivamente de consideraciones humanitarias: “La hulla de la cuenca del Sarre, nos dice, no es, según el informe de los expertos, de la mejor calidad”. ¿No podríamos, pregunta Longuet, obtener de la Alemania crucificada la hulla que necesitamos y cogerla de la cuenca del Rhur, en donde es de una calidad infinitamente superior? Esto nos habría evitado debates parlamentarios sobre el derecho de las nacionalidades a disponer de sí mismas. El señor Diputado no está en los más mínimo desprovisto de sentido práctico.
Naturalmente, J. Longuet es internacionalista. Lo proclama, y ¿quién podría saberlo mejor que él? ¿Pero qué es el internacionalismo? “Jamás lo hemos comprendido como un menoscabo de las patrias y la nuestra es lo bastante bella como para no necesitar que se le opongan los intereses de cualquier otra nación”. (Coro de amigos: “¡Muy bien! ¡Muy bien!”). El internacionalismo de Longuet no sueña de ninguna manera en impedir a esta bella patria, donde reinan ahora los Foch y los Clémenceau, que utilice el carbón (de excelente calidad) de la cuenca del Rhur. Solamente pide que se respete la forma parlamentaria que nos proporciona aquí mismo, ustedes lo ven, la aprobación de todos nuestros amigos.
J. Longuet pasa a continuación a Inglaterra. Para apreciar la política de su propio país, se ha cubierto detrás de Renan. Es también en la más respetable compañía como desciende a la arena de la política británica. Teniendo que hablar de Irlanda “¿no nos será permitido evocar la memoria de los grandes hombres de Estado ingleses, Gladstone y Campbell-Bennerman?” Si Inglaterra hubiese concedido la autonomía a Irlanda, nada habría impedido a los dos países formar una federación. Habiendo asegurado así por los métodos del ilustre Gladstone la felicidad de Irlanda, J. Longuet tropieza con nuevas dificultades: Francia también tiene su Irlanda. Longuet menciona a Túnez. “Permítanme, señores, recordarles que este país ha hecho los más nobles y pesados sacrificios, en el curso de la guerra, por Francia. De los 55.000 combatientes que Túnez ha dado a Francia, 45.000 han sido muertos o heridos: ésas son las cifras oficiales. Y tenemos el derecho a decir que esta nación ha conquistado por sus sacrificios el derecho a más justicia y más libertad”. (Coro de amigos: “¡Muy bien! ¡Muy bien!”). ¡Pobres árabes tunecinos, arrojados por la burguesía francesa al crisol ardiente de la guerra, triste carne de cañón de estraperlo que, sin chispa de conciencia, perecía en los campos de batalla del Somme y del Marne como los caballos importados de España y los bueyes importados de América! Esta tarea repugnante en el cuadro inmundo de la gran guerra, es representada por J. Longuet como un noble y gran sacrificio que debe recompensar la concesión de algunas libertades. Después de una chochez sin brillo sobre el internacionalismo y el derecho de las nacionalidades a disponer de sí mismas, ¡he aquí que se discute el derecho de los árabes tunecinos a una libertad inferior, a una propina que la Bolsa francesa, generosa porque está harta y cediendo a las solicitudes de uno de sus intrigantes parlamentarios, arrojará a sus esclavos!
En fin, nos acercamos a Rusia. Con el tacto que le es propio, J. Longuet dirige primeramente un profundo saludo a Clémenceau mismo. “¿No hemos aplaudido unánimemente aquí mismo a M. Clémenceau cuando nos ha leído, desde lo alto de la tribuna de la Cámara, el párrafo que anulaba el tratado de Brest-Litovsk?” A la evocación del tratado de Brest-Litovsk, J. Longuet sale de sí mismo, truena: “La paz de Brest-Litovsk quedará como un monumento de la impudencia y la cobardía del militarismo prusiano”. De manos de Longuet salen rayos. Se adivina: los rayos parlamentarios contra el tratado de Brest-Litovsk desgarrado por la revolución desde hace mucho tiempo constituyen, para las delicadas operaciones críticas del honorable diputado sobre la paz de Versalles, un fondo del efecto más afortunado.
J. Longuet es partidario de la paz con la Rusia de los Soviets. Cae de su peso que él no aconseja ningún paso comprometedor. ¡Quiera Dios! Longuet conoce admirablemente el buen camino para llegar a la paz. Es el que trazó Wilson mismo cuando envió a la Rusia soviética a su encargado de negocios Bullit. El alcance y el fin de la misión Bullit son ahora suficientemente conocidos. Sus condiciones no hacían más que repetir, agravándolas, las cláusulas dictadas en Brest-Litovsk por von Kühlmann y Czernin. El desmembramiento de Rusia estaba consagrado en ellas al mismo tiempo que su despojo económico. Pero…busquemos más bien otro tema a nuestras variaciones oratorias. Wilson es partidario (¿quién no lo sabe?) del derecho de las nacionalidades a disponer de sí mismas, mientras que Bullit…”Yo considero a M. Bullit como un hombre de los más rectos, de los más probos, de los mejor intencionados…” ¡Qué dulce es aprender de J. Longuet que la raza de los justos no se ha acabado todavía en la Bolsa americana y que hay todavía, en el seno del Parlamento francés, diputados que son capaces de estimar el precio de la virtud americana!
Habiendo hecho justicia a los Sres. Clémenceau y Bullit en cuanto a sus buenas intenciones hacia Rusia, Longuet no rehúsa sus aprobaciones a la República de los Soviets. “Nadie creerá, dice, que el régimen de los Soviets haya podido mantenerse durante dos años si no tuviese consigo a las masas profundas del pueblo ruso. Sin esto no habría podido formar un ejército de 1.200.000 hombres mandado por los mejores oficiales de la antigua Rusia y que combate con el entusiasmo de los voluntarios de 1793”. Llegamos al punto culminante del discurso de J. Longuet. Evocando los ejércitos de la Convención, se hunde en la tradición nacional, la utiliza para disimular el antagonismo de las clases, comulga con Clémenceau en estos recuerdos heroicos y crea por añadidura la fórmula histórica de una justificación, de una adopción por Europa de la República de los Soviets y de su ejército.
Así es Longuet. Así es el socialismo oficial francés. Así es, en su expresión más “democrática”, el parlamentarismo de la Tercera República. Rutina y fraseología, equívoco e impotencia, mentiras dulzonas, giros y rodeos de un abogadillo que confunde las gradas bajas de su tribuna para sermones con la arena inmensa de la historia.
En la hora en que la lucha violenta de las clases está entablada, en que las ideas históricas, armadas hasta los dientes, juegan su destino en la suerte de las armas, los “socialistas” del tipo Longuet son un escarnio insultante. Acabamos de verlo: dirige un saludo a la derecha, una reverencia a la izquierda, una plegaria a Gladstone. Se inclina ante Marx, su abuelo que odiaba y despreciaba al hipócrita Gladstone, elogia a Viviani, hombre de paja del zar, primer presidente del Consejo de la guerra imperialista. Asocia Renan y la revolución rusa, Wilson y Lenin, Vandervelde y Liebknecht, fundamenta los “derechos de los pueblos” sobre el carbón del Rhur y los huesos de los árabes de Túnez; después, habiendo realizado estas maravillas, al lado de las cuales es un juego de niños tragar estopa encendida, se convierte él mismo en la encarnación cortés del socialismo oficial, el último florón del parlamentarismo francés.
Es hora de acabar con este largo malentendido. Tareas demasiado graves son planteadas ante la clase obrera francesa y son planteadas en condiciones demasiado difíciles para que se pueda seguir tolerando el acoplamiento del despreciable longuetismo y estas grandes realidades: la lucha del proletariado por el poder. Por encima de todo, necesitamos nitidez y verdad. Es necesario que cada obrero sepa bien dónde están sus enemigos, dónde están sus amigos, cuáles son los compañeros de armas con los que puede contar y cuáles son los traidores. Liebknecht y Rosa Luxemburgo son de los nuestros; Longuet y Vandervelde deben ser arrojados implacablemente a la burguesía corrompida de la que intentan en vano separarse para reservarse un lugar en el camino claro que lleva al socialismo. Lo que exige nuestra época, son pensamientos claros y palabras francas que sean el preludio de gestos francos y de actos claros.
Lejos de nosotros los ambientes gastados del parlamentarismo, sus claro oscuros, sus ilusiones de óptica. Lo que hace falta es que el proletario francés respire a pleno pulmón el aire de su calle llena de luz y de valentía, que tenga ideas limpias en la cabeza, una voluntad firme en el corazón, un buen fusil entre las manos. Curarse del longuetismo, he ahí la tarea más imperiosa y más urgente impuesta por la higiene pública. Y es por eso por lo que al replicar al discurso de Longuet, yo estaba animado de sentimientos que el lenguaje parlamentario, demasiado cortés, no sabe expresar con suficiente virilidad. Pero, al acabar de escribir esta carta, sueño con alegría en la magnífica obra de limpieza que el ardiente proletariado francés realizará en el viejo edificio social, manchado, infestado de basuras por la República burguesa, desde el momento en que abordará la solución de su última tarea histórica.
a 18-12-1919 TROTSKY – “La Internacional Comunista”, nº 7-8



EN EL SEGUNDO CONGRESO DE LA
INTERNACIONAL COMUNISTA

Para realizar todas sus tareas, y no sólo la difícil táctica del parlamentarismo revolucionario, la Internacional Comunista había puesto como condición primordial que se constituyesen en Europa sólidos partidos revolucionarios. Cuando comienza el IIº Congreso de Moscú, en julio de 1920, esta obra está todavía lejos de ser llevada a cabo en los principales países de Occidente. Los centristas Dittmann en Alemania, Longuet y Cachín en Francia, Serrati en Italia, se esfuerzan en salvar la unidad con los reformistas a cambio de una adhesión puramente formal a la Tercera Internacional. De otra parte, la escisión del KAPD en Alemania, las tendencias del tribunismo holandés y, en parte, del ordinovismo italiano, muestran que los prejuicios sindicalistas-revolucionarios sobre la cuestión del poder, del partido, de la lucha en los sindicatos reaccionarios y, finalmente, el antiparlamentarismo de principio mismo, seguían siendo más tenaces que no parecía creerlo Zinoviev en su circular de 1919 a pesar de un reconocimiento entusiasta de las consignas de la Internacional Comunista y de los principios de la dictadura del proletariado.
Esas son las grandes preocupaciones del IIº Congreso, como lo demuestra la obra de Lenin sobre “La enfermedad infantil del comunismo”. Este opúsculo, que generaciones de renegados han falsificado, representa un comentario sin equívoco a la situación del movimiento revolucionario mundial. El lector podrá consultar a este respecto nuestro folleto “Sobre el texto de Lenin: La enfermedad infantil del comunismo (el izquierdismo)”. Pero una simple lectura de Lenin y el examen de las circunstancias políticas que acabamos de evocar bastan para mostrar que su atención estaba girada enteramente no hacia la crítica de la Izquierda marxista, sino hacia la denuncia del izquierdismo anarco-sindicalista y de las corrientes reformistas que intentaban insinuarse en las filas de la Internacional. No se trata de recordar aquí la parte tomada por la Izquierda abstencionista, al lado de Lenin, en este enorme trabajo de limpieza. Resaltemos solamente que en los debates del IIº Congreso, así como en “La enfermedad infantil del comunismo”, Bujarin y Lenin han sabido disociar el antiparlamentarismo de la izquierda marxista y el antiparlamentarismo de principio y verdaderamente infantil de las corrientes anarco-sindicalistas.
“Premisas justas”, pero “conclusiones equivocadas”, dice Lenin de las posiciones de la Izquierda abstencionista. Y las críticas que dirige al abstencionismo marxista revelan bien toda la potencia de su dialéctica. ¿Cuál es, en efecto, el temor de Lenin? Que conclusiones tácticas que él juzga erróneas puedan poner en tela de juicio la justeza de las premisas; que nuestra crítica del trabajo parlamentario en los países de vieja democracia pueda ocultar el miedo infantil a las dificultades, el apriorismo de aquellos que condenan todo compromiso, toda lucha, en nombre de su propia virginidad teórica y de criterios morales extraños al método marxista. Esta crítica se repite como un leitmotiv en los discursos de Bujarin y de Lenin. “Antes de sostener a priori, dice el primero, que toda acción revolucionaria en el Parlamento es imposible, habría hecho falta primeramente intentarlo”. Y Lenin: “Si no preparáis a los obreros a fundar un partido verdaderamente disciplinado, que imponga su disciplina a todos sus miembros, jamás prepararéis la dictadura del proletariado. Vosotros no queréis admitir, yo creo, que es la debilidad de un gran número de nuevos partidos comunistas lo que les lleva a impugnar la necesidad del trabajo parlamentario.”
El contenido de las tesis abstencionistas presentadas en el IIº Congreso, así como la experiencia histórica acumulada por varias generaciones de revolucionarios constituyen una respuesta suficiente a esta justa puesta en guardia. No era por debilidad ni por temor al reformismo por lo que la Izquierda abstencionista rechazaba todas las formas del trabajo parlamentario, sino por una sólida convicción marxista que reposaba sobre el análisis de las relaciones políticas, económicas y sociales en la fase imperialista en que se sumía ya la sociedad burguesa de Occidente. Hoy, tales conclusiones no pueden ya ser objeto de debate: han sido definitivamente impuestas por la historia. Y es precisamente la Izquierda abstencionista de Italia la que ha dado los únicos ejemplos de parlamentarismo revolucionario en el período que va desde el IIº Congreso de la Internacional hasta 1926.
En adelante, ya no queda más que una doble falsificación a combatir: la de los traidores que han querido identificar nuestras conclusiones tácticas con las premisas infantiles que nosotros mismos hemos denunciado junto con Lenin, y que han recaído en el más infame parlamentarismo invocando falsamente la “flexibilidad” táctica de Lenin. Para esclarecer esta cuestión, nos limitaremos aquí a citar dos extractos de un texto escrito a la muerte de Lenin y que el lector podrá leer íntegro en “Programme Communiste” nº 12, “Lenin en el camino de la revolución”:
“¿Cuál fue la crítica esencial de Lenin a los errores de “izquierda”? Fue el convertirse en prisionera de cándidas fórmulas morales, místicas o estéticas y atribuirles una influencia que nuestro método no les reconoce: es, en otros términos, el substituir por abstracciones el realismo de nuestra dialéctica histórica que juzga las actitudes y los expedientes tácticos según su valor efectivo. Lenin tenía toda la razón al condenar la substitución de verdaderos argumentos marxistas por la frase pseudorevolucionaria, y estaba en perfecto acuerdo con toda su obra, a la que se debe la restauración de los verdaderos valores revolucionarios. Es ridículo fundar su argumentación táctica en la fobia de ciertas palabras, ciertos gestos o ciertos contactos y en una pretendida pureza e inmunidad de los comunistas en la acción. Es en esto en lo que consiste el necio infantilismo combatido por Lenin y que es el producto de prejuicios teóricos burgueses de naturaleza idealista. La substitución, por una pequeña doctrina moral, de la táctica marxista es una pura necedad.”
Que el abstencionismo de la Izquierda comunista no tenía nada que ver con estos prejuicios idealistas, eso es lo que prueban los textos publicados en la tercera parte de este folleto y las tesis de Roma adoptadas en el IIº Congreso del Partido comunista de Italia en 1922 en las que nuestro movimiento ha fijado de modo definitivo los criterios marxistas de la táctica internacional (ver “Programme Communiste” nº 17). En cuanto a la interpretación “elástica” que se dio a la táctica de Lenin, he aquí lo que decía de ella el artículo ya citado de 1924:
“Rehusamos admitir que la fórmula según la cual todo expediente táctico sería útil a nuestros fines, sea una expresión fiel del realismo marxista de Lenin. La táctica influye sobre el que la aplica, y no es cierto que un verdadero comunista, comisionado por la verdadera Internacional y por un verdadero partido comunista, pueda hacer cualquier cosa sin riesgo de equivocarse. Tomemos el ejemplo reciente del gobierno obrero en Sajonia: justamente escandalizado, el camarada Zinoviev ha debido reconocer que el camarada que ocupaba el puesto de canciller de Estado se había convertido en prisionero de la legalidad, en lugar de seguir la táctica revolucionaria que había sido decidida y proceder al armamento del proletariado (…). No se puede “ampliar” hasta el infinito la gama de soluciones tácticas posibles sin entrar en contradicción con nuestra teoría y nuestro programa, que son a su vez el resultado de un examen “realista” controlado por una “experiencia” amplia y continua. Consideramos como ilusoria y contraria a nuestros principios una táctica que se imagina poder hacer penetrar no se sabe qué caballo de Troya en el aparato de Estado burgués: éste debe ser derrocado y demolido, como Lenin lo ha demostrado vigorosamente. Es un grave error hacer creer al proletariado que existen tales expedientes para allanar el duro camino de la revolución y para “ahorrarle” los esfuerzos y los “sacrificios”.
La Internacional Comunista no ha degenerado porque Lenin creía en 1920 en las posibilidades del parlamentarismo revolucionario en los países “democráticos” de Europa occidental; pero en el curso de esta larga degeneración en la que los hombres, los partidos y los programas han debido soportar la prueba implacable de la contrarrevolución, la historia ha zanjado irremediablemente esta lejana controversia táctica reduciéndola únicamente a la confusión creada por los renegados del comunismo.


DISCURSO DEL PONENTE
SOBRE LA CUESTIÓN PARLAMENTARIA (1)

¡Camaradas!

Primeramente os ruego me disculpéis por el alemán que voy a hablar. No será alemán, sino un sucedáneo. Hemos dividido el trabajo de la manera siguiente: yo voy a informar sobre la cuestión de principio; el camarada Wolfstein presentará después su informe sobre el trabajo en nuestra comisión y, finalmente, habrá el contrainforme del camarada Bordiga.
Este último representa un punto de vista según el cual, en nuestra época de destrucción del sistema capitalista mundial, no hay por qué participar en ningún Parlamento. Si planteamos un problema cualquiera, debemos partir, de un modo general, de la estimación concreta de la época actual. Es entonces cuando tropezamos con una diferencia de principio entre la época del desarrollo pacífico y la época actual, la del hundimiento del sistema capitalista, de la guerra de clases, de la guerra civil y de la dictadura del proletariado. La época pacífica (que no tuvo nada de pacífica, si se tienen en cuenta las guerras coloniales) puede ser caracterizada como la época de una cierta comunidad de intereses entre el proletariado y la burguesía. Ese fue, sobre todo entre el proletariado de los países capitalistas muy desarrollados, el resultado de la política imperialista realizada por las grandes naciones capitalistas. Gracias a la plusvalía realizada por las clases dominantes de estos países, éstas han podido pagar a su proletariado salarios elevados. En principio, es falso sostener, como lo ha hecho Kautsky, que la política imperialista no ha sido de ninguna utilidad para la clase obrera. Efectivamente, desde el punto de vista de los intereses temporales de la clase obrera, se puede afirmar que la política imperialista ha sido de cierta utilidad: se ha traducido en los altos salarios que han podido ser pagados a los obreros gracias a la plusvalía capitalista. Si, por eso, consideramos esta época como una época de comunidad de intereses entre el proletariado y la burguesía, su segunda característica fue ser la época de la integración de las organizaciones obreras en el aparato estatal burgués. Este fenómeno se hizo notar sobre todo en la época del capitalismo de Estado cuando, de hecho, casi todas las organizaciones obreras y las organizaciones de masas se convirtieron en partes constitutivas del sistema capitalista. En efecto, si consideramos la actitud de los grandes partidos políticos obreros de la socialdemocracia amarilla y la de los sindicatos durante la guerra, tenemos la prueba de que todas estas organizaciones de masas se habían convertido completamente en partes constitutivas del sistema capitalista. Se convirtieron en instituciones nacionales burguesas, y el punto de partida de esta evolución data ya de antes de la guerra. Ahora bien, basándonos en esta evolución, estamos en medida de afirmar que las fracciones parlamentarias de los partidos obreros han sido integrados igualmente en el Parlamento. En lugar de ser instituciones dirigidas contra el conjunto del sistema capitalista y contra el Parlamento burgués, se convirtieron en partes integrantes del aparato parlamentario. Así fue la época pacífica del capitalismo y esos son los hechos que observamos, al principio de la guerra.
Después vino la nueva época de decadencia capitalista y de guerra civil. En el curso de este proceso, la clase obrera ha abandonado su ideología un poco imperialista de ayer. Esta ideología, que alcanzó su apogeo en la consigna de defensa nacional, se hundió, trayendo consigo todas sus consecuencias. Partes integrantes del sistema capitalista, las organizaciones obreras se transformaron gradualmente en aparato de lucha de clase. De instrumento que debía sostener al sistema capitalista, se convirtieron, pues, en instrumentos para la destrucción de este sistema. La conversión de las fracciones parlamentarias se hizo paralelamente: partes integrantes que habían sido hasta entonces del sistema capitalista, se convirtieron igualmente en los instrumentos de su destrucción. Es así como nació el nuevo parlamentarismo del que los comunistas son y tienen el deber de ser partidarios. Camaradas, no comentaré detalladamente todos los párrafos de nuestras tesis, que son demasiado largas. Sólo escogeré algunos puntos esenciales de ellas para examinar. Después de esto, los otros puntos no ofrecerán dificultades.
En presencia de estas dos épocas bien diferentes, podemos decir a priori que el proceso de transición de una época a la otra, del antiguo al nuevo parlamentarismo, debe ser considerado como un proceso que, en cada fase determinada, destruirá las supervivencias de las concepciones diferentes que han tenido vigencia precedentemente en la clase obrera. Estas supervivencias irán disminuyendo a medida que este proceso se desarrolle. En la hora actual, podemos distinguir todavía netamente numerosas de ellas en muchos partidos, e incluso en los partidos que están afiliados actualmente a la IIIa Internacional. Ahora bien, mientras existan el oportunismo y la indecisión de partido en el movimiento obrero y la ideología de colaboración con la burguesía no haya desaparecido completamente de él, habrá que ver en ella el reflejo del antiguo parlamentarismo. Consideremos en primer lugar el cuadro de conjunto de la actividad parlamentaria de la clase obrera. Examinemos la composición de las diferentes fracciones parlamentarias, y tendremos una imagen de las más singulares. Tomemos, por ejemplo, el Partido Socialista Independiente. Este último tiene ahora 82 miembros en el Parlamento. Pero cuando analizamos la composición de la fracción parlamentaria de ese partido, ya suficientemente moderado y oportunista, obtenemos las cifras siguientes: de estos 82 miembros, una veintena pertenece a la derecha, una cuarentena al centro y una veintena a la izquierda. Así, el porcentaje de los derechistas y de los centristas en los cuadros del Partido Socialista Independiente es relativamente elevado. Tomemos ahora el Partido Socialista Italiano y su fracción parlamentaria. Este partido está afiliado a la IIIa Internacional, y es incluso uno de nuestros mejores partidos. Ahora bien, si dividimos los miembros de su fracción parlamentaria en tres grupos, a saber, el grupo Turati-Lazzari, el grupo Serrati y el grupo Bombacci, obtenemos las cifras siguientes: 30% de la fracción pertenece a la tendencia Turati, 55% al centro y 15% a la izquierda. El camarada Serrati me ha dado todavía otras cifras. A su parecer, los reformistas disponen de 41 mandatos. Esa es la cifra oficial suministrada por el camarada Serrati. Si tomamos el Partido Socialista Francés, obtenemos las cifras siguientes: 68 parlamentarios, de los cuales 40 reformistas declarados y 26 entristas (y esta palabra tomada no en el sentido que le damos ordinariamente, sino en el sentido que aquí centro del Partido Socialista Francés significa centro de un cuadrado). En cuanto a los comunistas, su número no supera los dos. Pasemos al Partido Socialista Noruego que es un partido relativamente bueno; su fracción parlamentaria cuenta con 19 miembros, de los cuales 11 derechistas, 6 centristas y 2 comunistas. En lo concerniente a la fracción parlamentaria sueca, todo lo que se puede decir es que cuenta con muchos de esos camaradas a los que no se puede considerar en ningún caso como comunistas. Así, en resumidas cuentas, el cuadro es bastante triste. La composición de las fracciones parlamentarias está por debajo de toda crítica. Ahora bien, si buscamos la causa de este estado de cosas, vemos que reside en el hecho de que estos partidos no son suficientemente comunistas y encierran un gran número de oportunistas. Es por estas razones por las que toleran semejantes elementos en su fracción parlamentaria. Y en eso, es forzoso constatar que esta política está tan alejada del parlamentarismo revolucionario como el cielo de la tierra. Tomo nuevamente como ejemplo el Partido Socialista Independiente. Durante la guerra, cuando convenía llamar a los pueblos para poner fin a la carnicería, es al gobierno al que se dirigía. Me acuerdo de una conversación que tuve en Berlín con Haase. Queriendo demostrarnos a toda costa que él hacía parlamentarismo revolucionario, nos aportó como mejor prueba sus discursos, en que sostenía que el gobierno alemán había cometido una violación el derecho al enviar sus tropas a Finlandia, pues se las había empleado allí con fines lamentables. De ello se deduce que cuando se dirigía estas tropas sobre el frente francés no había nada que oponer, la cosa no se hacía criticable más que cuando se las enviaba a Finlandia. Eso no es una prueba de parlamentarismo revolucionario, sino de oportunismo.
Tomad todo lo que se ha escrito y dicho en el Parlamento alemán respecto a la socialización. Es simplemente ridículo. No percibimos en ello ningún aliento revolucionario. Y sin embargo, por lo que yo sé, el camarada Däumig, hablando en 1920 de los proyectos de socialización, ha adoptado igualmente el punto de vista oportunista. Tomad ?ún el discurso sobre la Constitución del camarada Oscar Kohn, portavoz de los Independientes. Aunque es más bien largo, no veréis en él huella de concepción revolucionaria. Leemos en él que la Constitución está enferma. Pero ni una palabra respecto de ¿oske. Es el método de Kautsky. Cuando habla de la democracia burguesa, siempre hace intervenir monos y salvajes. Lo mismo ocurre con el discurso de Oscar Kohn, que tenía aquí una buena oportunidad de desarrollar nuestro punto de vista revolucionario. Tomad todavía la historia de la Comisión de investigación de los culpables de la guerra. ¡Qué comedia! Y decir que es basándose en los materiales suministrados por el ministro de Asuntos Exteriores como los Independientes quieren establecer las responsabilidades. En todo esto, repito, no veo ninguna huella de actividad revolucionaria. Tomad de nuevo la enmienda del camarada Oscar Kohn a la ley sobre la detención preventiva de los inculpados por delito político. Encontraréis en él de todo, menos el punto de vista comunista revolucionario. Sin ir más lejos, mirad lo que ha sido dicho, aquí mismo, por los delegados de los Independientes. Cuando se excusaron de no haber podido darnos una respuesta a tiempo, el camarada Dittman, si no me equivoco, añadió: estábamos ocupados con las elecciones y, vista la importancia de este acontecimiento no hemos podido redactar una respuesta inmediata. Ese es un argumento abrumador para aquellos que no teman presentarlo. Además, no se puede oponer las elecciones a la Internacional. Pero está claro para todo revolucionario que toda campaña electoral debe ser llevada bajo las consignas de la Internacional Comunista. Actuar de otro modo, no es digno de un partido deseoso de pertenecer a la IIIa Internacional. De la misma manera podemos seguir toda la actividad parlamentaria de nuestros camaradas independientes, sin encontrar jamás en ella ni sombra de una táctica neta y precisa, que atestigüe una conciencia clara del fin a alcanzar y la marca del espíritu comunista. Si examinamos el Partido Socialista Francés y otros partidos, descubriremos un cuadro igualmente triste. No me detendré mucho tiempo en la actividad de estos partidos: un solo ejemplo basta para esclarecer la situación general. En todas las manifestaciones de estos partidos, en su táctica y en la acción de su fracción parlamentaria, se encuentran las supervivencias del viejo espíritu parlamentarista que debemos literalmente arrancar de raíz a toda costa. Pues mientras no desaparezcan esta rutina y estos métodos y las fracciones parlamentarias estén compuestas de oportunistas, nos será imposible desarrollar una acción revolucionaria.
Ahora paso al antiparlamentarismo. Este antiparlamentarismo es el hijo legítimo del oportunismo de que he hablado anteriormente y de la actividad parlamentaria de antaño. Ha sido creado para servirles de contrapeso. El antiparlamentarismo de principio nos es infinitamente más simpático que el parlamentarismo oportunista. A mi entender, podemos distinguir dos grupos principales entre los partidarios del antiparlamentarismo. Uno que niega categóricamente toda participación parlamentaria, y otro que no está contra el parlamentarismo más que por razones de apreciación de las posibilidades que ofrece la acción parlamentaria. Los I.W.W. representan la primera tendencia, y el camarada Bordiga, que debe tomar la palabra después de mí, la segunda. Cuando se estudia en general la teoría o la táctica del antiparlamentarismo de principio, se da uno cuenta de que se basa en una confusión completa de las concepciones fundamentales de la actividad política. Los I.W.W., por ejemplo, no se hacen una idea bien clara de la lucha política. Se imaginan que una huelga general que revista un carácter económico, dirigida de hecho contra el Estado burgués, pero conducida por los sindicatos y no por el partido político, no es una lucha política. De ello se deduce que no comprenden en absoluto lo que se entiende por lucha política. Confunden la lucha política con la acción parlamentaria. Según ellos, por lucha política hay que comprender únicamente la actividad parlamentaria o la de los partidos parlamentarios. No profundizaré en esta cuestión, pues está expuesta claramente en nuestras tesis. Nuestros camaradas no tendrán, pues, más que tener conocimiento de ellas. Pero es bien evidente que la actitud negativa con respecto al parlamentarismo reposa sobre diversos errores de principio y sobre una falsa concepción de lo que debe ser la lucha política. Considerado desde el punto de vista histórico, el parlamentarismo americano muestra tanta bajeza y corrupción que es completamente natural que muchos elementos honestos se hayan pasado al campo del antiparlamentarismo. Un obrero no piensa de un modo abstracto. Generalmente es de un empirismo bastante grosero y si no podéis demostrarle de un modo empírico que el parlamentarismo revolucionario es posible, él lo niega simplemente. Elementos así, que no han visto más que los lados negativos del parlamentarismo, se pasan en masa al campo del antiparlamentarismo de principio.
Ahora paso al punto de vista de la segunda tendencia, que representa aquí el camarada Bordiga. Este camarada sostiene que no hay que confundir su punto de vista con el antiparlamentarismo de principio. Ahora bien, debo decir que su punto de vista, considerado formalmente, no reposa más que sobre conclusiones puramente teóricas. El camarada Bordiga afirma que precisamente porque la época actual es una época de lucha de masas del proletariado, una época de guerra civil, colocándonos desde este punto de vista histórico debemos abstenernos de ir al Parlamento. Es su opinión. En cuanto a mí, yo pienso que nada es más fácil que franquear el puente que separa la táctica del camarada Bordiga de la de los antiparlamentarios de principio. El camarada Bordiga ha elaborado él mismo sus tesis y he aquí lo que leemos en ellas:
“Es necesario hacer añicos la mentira burguesa según la cual, todo choque entre los partidos políticos adversos, toda lucha por el poder se desarrolla en el marco del mecanismo democrático, a través de las elecciones y debates parlamentarios, y no se podrá conseguir esto sin romper con el método tradicional que consiste en llamar a los obreros a votar – codo a codo con los miembros de la clase adversa -, sin poner fin al espectáculo de delegados del proletariado que trabajan en el mismo terreno parlamentario que sus explotadores”.
De lo que dice el camarada Bordiga se podría sacar también la conclusión que cuando un delegado de la clase obrera se encuentra en la Cámara, en contacto con un burgués, trabaja, por este sólo hecho, codo a codo con la burguesía. Es una idea bien ingenua y digna de los I.W.W. Al final del párrafo 9 de sus tesis leemos:
“Por esto, los partidos comunistas jamás obtendrán un amplio éxito en la propaganda por el método revolucionario marxista si no apoyan su trabajo directo por la dictadura del proletariado y por los Consejos obreros sobre el abandono de todo contacto con el engranaje de la democracia burguesa”.
El camarada Bordiga reconoce con nosotros que no podemos proceder a la organización inmediata de los Soviets obreros en todos los países. Los Soviets son una organización de combate del proletariado. Si no existen las condiciones que hacen posible este combate, sería insensato crear Soviets, pues se transformarían en instituciones filantrópicas penetradas del espíritu reformista. Habría muchas posibilidades de que estos Soviets obreros se organizasen según el modelo de esos famosos Soviets franceses, en los que se reúnen algunas personas para perorar acerca de ideas humanitarias y pacifistas cuyo valor revolucionario es nulo. De momento, pues, no existen los Soviets obreros. Lo que existe es el Parlamento burgués. En nuestras tesis decimos: “En los Parlamentos burgueses, debemos tener nuestros espías revolucionarios. Debemos de tener en ellos a nuestros agentes de información que trabajarán en contacto permanente con la clase burguesa”. Esa es una concepción completamente negativa, ilógica, pero muy comprensible desde el punto de vista de la lógica revolucionaria. Lo que nosotros sostenemos, es que yendo al Parlamento burgués se tiene la posibilidad de destruirlo, desde el interior. Hasta el presente, las fracciones parlamentarias se integraban en el Parlamento como partes constitutivas del sistema. Nosotros queremos desarrollar una actividad parlamentaria que haga un contraste sorprendente entre el sistema parlamentario y nuestras fracciones. No es necesario en lo más mínimo decir que lo esencial, para nosotros, es que nuestra acción parlamentaria esté estrechamente coordinada con el movimiento de la clase obrera.
Pero continuemos el examen de las tesis del camarada Bordiga. Permítaseme, en primer lugar, una pequeña observación. Yo sostengo que ciertos camaradas son partidarios del antiparlamentarismo de principio porque temen actuar como diputados revolucionarios. Esta táctica les parece demasiado peligrosa. Yo no digo esto por el camarada Bordiga, pero afirmo que en su fracción hay elementos de este género. Es la impresión que se desprende del párrafo 12 de sus tesis donde dice:
“La naturaleza misma de los debates en el Parlamento y otros órganos democráticos excluye toda posibilidad de pasar a la crítica de la política de los partidos adversos, a una propaganda de los principios mismos del parlamentarismo, a una acción que sobrepase los límites del reglamento parlamentario”.
El camarada Bordiga declara que es materialmente imposible utilizar el Parlamento pero habría que demostrarlo. Nadie dirá que en la Duma zarista teníamos condiciones superiores a aquéllas de que se disfruta actualmente en la Cámara de diputados italiana. Antes de sostener a priori que es imposible toda acción revolucionaria en el Parlamento, habría sido necesario primero intentarlo. Habría hecho falta organizar manifestaciones en pleno Parlamento, provocar las persecuciones del gobierno, hacerse meter en prisión. Ahora bien, vosotros no habéis hecho nada de todo esto. Hay que hacerlo en gran escala, y yo sostengo que esto es posible. Ciertos camaradas franceses, sobre todo Lefebre, sostienen que en la Cámara francesa sería imposible pronunciar una palabra demasiado ruda contra Clémenceau. Nadie lo ha intentado. Por la sencilla razón que esas gentes tienen miedo. A qué arriesgarse tanto, dicen, cuando se puede hacer un trabajo de propaganda puramente legal. Y ahí está todo el fondo de la cuestión. Este terreno es demasiado peligroso, no quieren arriesgarse en él.
En el párrafo 10 de sus tesis, el camarada Bordiga invoca contra las elecciones parlamentarias el argumento siguiente:
“La importancia muy grande atribuida en la práctica a la campaña electoral y a sus resultados, el hecho de que por un período muy largo el partido le consagre todas sus fuerzas y todos sus recursos (hombres, prensa, medios económicos) concurre de un lado y a pesar de todos los discursos públicos y todas las declaraciones teóricas, a reforzar la sensación de que esto es ciertamente la acción central para los fines comunistas y, de otro lado, provoca el abandono casi completo del trabajo de organización y de preparación revolucionaria, dando a la organización del partido un carácter técnico completamente contrario a las exigencias del trabajo revolucionario legal o ilegal”.
Si os colocáis desde el punto de vista de los camaradas Dittman y consortes y decís que la lucha electoral está en oposición con los intereses de la Internacional, entonces tenéis razón. Pero nuestra opinión es que toda campaña electoral debe ser desarrollada desde el punto de vista revolucionario. Ese es el único medio de hacer desaparecer esta oposición. Pero no es ir en contra de los intereses de la Internacional decir que debemos llevar la lucha electoral bajo consignas rigurosamente revolucionarias, que debemos participar en las campañas electoras para trabajar en ellas, para agrupar en ellas a los trabajadores en organizaciones de masa y para poner en contacto todos estos elementos heterogéneos. Ahí está, decís vosotros, la muerte de todo trabajo revolucionario. Si el camarada Bordiga ha podido emplear este lenguaje, hay que sacar la conclusión que ha visto pocas campañas electorales verdaderamente revolucionarias, de igual modo que los camaradas de los I.W.W. jamás han visto parlamentarismo revolucionario. Estimo, pues, que el camarada Bordiga, al presentarnos sus tesis, debería haberlas motivado al menos.
A pesar de todo, sigo convencido de que muchas razones empíricas militan en favor del parlamentarismo revolucionario. Los nombres de aquellos que han dado el ejemplo del verdadero parlamentarismo revolucionario son conocidos. Liebknecht, Höglund, en fin los camaradas búlgaros y los bolcheviques rusos han mostrado lo que podía ser la acción revolucionaria en el Parlamento. En Rusia hemos tenido un parlamentarismo revolucionario en las condiciones históricas más diversas. Lo hemos practicado en la segunda Duma, en el pre-parlamento de Kerensky y en la Constituyente. Es cierto que no teníamos miedo de trabajar al lado de los burgueses, los socialistas revolucionarios y los cadetes, porque teníamos una táctica verdaderamente revolucionaria y una política neta y precisa. La cuestión del partido es una cuestión capital. Si tenéis un partido verdaderamente comunista, no debéis enviar vuestros representantes a los Parlamentos burgueses. Pero si vuestro partido cuenta con un 40% de oportunistas puros, estad seguros de que estos últimos se deslizarán en las fracciones parlamentarias y os pondrán así en la imposibilidad de realizar en el Parlamento vuestros deberes de comunistas revolucionarios. Por el contrario, si los partidos afiliados a la IIIa Internacional son verdaderos partidos comunistas depurados de elementos reformistas y oportunistas, podemos estar seguros de que el viejo parlamentarismo dejará de vivir y cederá el lugar a un parlamentarismo verdaderamente revolucionario que es un método infalible para el derrocamiento de la burguesía y la destrucción del Estado y del sistema capitalistas.

(1) El ponente era Bujarin. El contrainforme del camarada Bordiga exponía las concepciones de la Fracción Abstencionista Italiana que formará el núcleo del Partido Comunista de Italia y del cual es el continuador el actual Partido Comunista Internacional. Publicamos este contrainforme a continuación, p.22 (ESTO NO LO ENCUENTRO EN EL TEXTO)


DISCURSO DEL REPRESENTANTE DE LA
FRACCIÓN ABSTENCIONISTA ITALIANA

¡Camaradas!

La fracción de izquierda del Partido Socialista Italiano es antiparlamentario por razones que no conciernen únicamente a Italia, sino que tienen un carácter general.
¿Se trata aquí de una discusión de principio? Ciertamente no. En principio, todos nosotros somos antiparlamentarios porque repudiamos el parlamentarismo como medios de emancipación del proletariado y como forma política del Estado proletario.
Los anarquistas son antiparlamentarios por principio, porque se declaran contra toda delegación de poder de un individuo en otro; los sindicalistas, adversarios de la acción política del partido y concibiendo de un modo totalmente distinto al proceso de emancipación proletaria, lo son igualmente. En cuanto a nosotros, nuestro antiparlamentarismo se liga a la crítica marxista de la democracia burguesa. No repetiré aquí los argumentos del comunismo crítico que revelan la mentira burguesa de la igualdad política colocada por encima de la igualdad económica y de la lucha de clase.
Nuestra concepción parte de la idea de un proceso histórico en el curso del cual la lucha de clase desemboca en la liberación del proletariado después de una lucha violenta, sostenida por la dictadura del proletariado. Expuesta en el Manifiesto de los Comunistas, ha encontrado en la revolución rusa su primera realización histórica. Un largo período ha transcurrido entre estos dos hechos, y el desarrollo del mundo capitalista ha sido muy complejo en este período.
El movimiento marxista ha degenerado en movimiento socialdemócrata y ha creado un terreno de acción común a los pequeños intereses corporativos de ciertos grupos obreros y a la democracia burguesa.
Esta degeneración se manifiesta simultáneamente en los sindicatos y en los Partidos socialistas. Se olvidó casi completamente la tarea marxista del partido de clase que habría debido hablar en nombre de la clase obrera en su conjunto y llamarla a su tarea histórica revolucionaria; se creó una ideología completamente diferente, que descartaba la violencia y abandonaba la dictadura del proletariado para substituirla por la ilusión de una transformación social pacífica y democrática. La revolución rusa ha confirmado de una manera evidente la teoría marxista demostrando la necesidad de emplear el método de la lucha violenta y de instituir la dictadura del proletariado. Pero las condiciones históricas en las que se ha desarrollado la revolución rusa no se parecen a las condiciones en las que se desarrollará la revolución proletaria en los países democráticos de Europa occidental y de América. La situación rusa recuerda más bien la de Alemania en 1849 porque en ella se han desarrollado dos revoluciones, una después de la otra: la revolución democrática y la revolución proletaria. La experiencia táctica de la revolución rusa no puede, pues, ser transportada integralmente a los otros países, en donde la democracia burguesa funciona desde hace mucho tiempo y en donde la crisis revolucionaria no será más que el paso directo de este régimen a la dictadura del proletariado.
La importancia marxista de la revolución rusa es que su fase final (disolución de la Asamblea Constituyente y toma del poder para los Soviets) no podía ser comprendida y defendida más que sobre la base del marxismo y daba nacimiento a un nuevo movimiento internacional: el de la Internacional Comunista, que rompía definitivamente los puentes con la socialdemocracia, fracasada vergonzosamente durante la guerra. Para Europa occidental, el problema revolucionario impone ante todo la necesidad de salir de los límites de la democracia burguesa, de demostrar que la afirmación burguesa según la cual toda lucha política debe desarrollarse en el marco del mecanismo parlamentario es mentirosa y que la lucha debe ser llevada a un nuevo terreno, el de de la acción directa, revolucionaria, por la conquista del poder. Es necesaria una nueva organización técnica del Partido, es decir, una organización históricamente nueva. Esta nueva organización histórica es realizada por el Partido Comunista que, como lo precisan las tesis del Comité Ejecutivo sobre las tareas del partido, es suscitado por la época de las luchas directas con vistas a la dictadura del proletariado (Tesis nº 4).
La primera maquina burguesa que hay que destruir ahora antes de pasar a la edificación económica del Comunismo, antes incluso de construir el nuevo mecanismo del Estado proletario que debe reemplazar al aparato gubernamental, es el Parlamento.
La democracia burguesa actúa entre las masas como un medio de defensa indirecta, mientras que el aparato ejecutivo del Estado está listo a hacer uso de los medios violentos y directos desde el momento en que hayan fracasado las últimas tentativas de atraer al proletariado al terreno democrático. Es, pues, de una importancia capital desenmascarar este juego de la burguesía, demostrar a las masas toda la doblez del parlamentarismo burgués. La práctica de los Partidos Socialistas tradicionales había determinado, desde antes de la guerra mundial, una revisión y una reacción antiparlamentaria en las filas del proletariado: la reacción anarco-sindicalista, que negó todo valor a la acción política, para concentrar toda la actividad del proletariado en el terreno de las organizaciones económicas divulgando la falsa idea de que no puede existir acción política fuera de la actividad electoral y parlamentaria.
No es menos necesario reaccionar contra esta ilusión que contra la ilusión socialdemócrata; esta concepción está efectivamente muy alejada del verdadero método revolucionario y lleva al proletariado a una falsa vía en el curso de su lucha por la emancipación.
Es indispensable la claridad más grande en la propaganda: hay que dar a las masas consignas simples y eficaces. Partiendo de los principios marxistas, proponemos, pues, que la agitación por la dictadura del proletariado, en los países en que el régimen democrático está desarrollado desde hace mucho tiempo, se base en el boicot a las elecciones y a los órganos democráticos burgueses. La gran importancia que se da en la práctica a la acción electoral conlleva un doble peligro: de un lado da la impresión de que es la acción esencial; de otro lado absorbe todos los recursos del Partido y trae consigo el abandono casi completo del trabajo de preparación en los otros dominios del movimiento.
Los socialdemócratas no son los únicos en conceder una gran importancia a las elecciones: incluso las tesis propuestas por el C.E. nos dicen que es útil servirse en las campañas electorales de todos los medios de agitación (Tesis nº 15). La organización del Partido que ejerce la actividad electoral reviste en carácter completamente particular que contrasta violentamente con el que necesita la acción revolucionaria legal e ilegal.
El Partido se convierte en un engranaje de comités-electorales que se encargan solamente de la preparación y de la movilización de los electores. Y cuando se trata de un viejo partido socialdemócrata que se pasa al movimiento comunista, se corre el riesgo de continuar la acción parlamentaria como se la practicaba ya antes. Hay numerosos ejemplos de esta situación.
En lo concerniente a las tesis presentadas y defendidas por los ponentes, yo haría la observación de que están precedidas de una introducción histórica con la primera parte de la cual estoy casi enteramente de acuerdo. En ella se dice que la Primera Internacional se servía del parlamentarismo con fines de agitación, de propaganda y de crítica. Más tarde en la Segunda Internacional, se manifestó la acción corruptora del parlamentarismo que condujo al reformismo y a la colaboración de clase. La introducción saca de ello la conclusión que con la Tercera Internacional se debe volver a la táctica parlamentaria de la Primera, a fin de destruir el parlamentarismo desde el interior. Pero la Tercera Internacional, si acepta la misma doctrina que la Primera, debe utilizar, dada la gran diferencia de las condiciones históricas, una táctica totalmente distinta y no participar en la democracia burguesa.
Así, en las tesis que siguen, hay una primera parte que no está de ninguna manera en contradicción con las ideas que yo defiendo. Solamente cuando se habla de la utilización de la campaña electoral y de la tribuna parlamentaria para la acción de masas, comienza la divergencia.
No rechazamos el parlamentarismo porque se trata de un medio legal. No se puede proponer su empleo con el mismo título que la prensa, la libertad de reunión, etc. Aquí se trata de medios de acción, allá de una institución burguesa que debe ser reemplazada por las instituciones proletarias de los Consejos Obreros. De ninguna manera pensamos privarnos, después de la revolución, de la prensa, de la propaganda, etc.; pero contamos con hacer añicos el aparato parlamentario y reemplazarlo por la dictadura del proletariado.
Tampoco defendemos el argumento habitual contra los “jefes”. No se puede prescindir de los jefes. Sabemos muy bien, y se lo hemos dicho siempre a los anarquistas desde antes de la guerra, que no basta con renunciar al parlamentarismo para prescindir de los jefes. Se necesitarán siempre propagandistas, periodistas, etc. La Revolución necesita un Partido centralizado que dirija la acción proletaria y es evidente que en este Partido son necesarios los líderes. Pero la función de estos jefes no tiene nada de común con la práctica socialdemócrata tradicional. El Partido dirige la acción proletaria en el sentido de que toma sobre sí todo el trabajo peligroso y que exige los más grandes sacrificios. Los jefes del Partido no son solamente los jefes de la Revolución victoriosa. Son aquellos que, en caso de derrota, caerán los primeros bajo los golpes del enemigo. Su situación es completamente diferente de la de los jefes parlamentarios que ocupan los puestos más ventajosos en la sociedad burguesa.
Se nos dice: desde la tribuna parlamentaria se puede hacer propaganda. Responderé a esto con un argumento completamente…infantil. Lo que se dice en la tribuna parlamentaria es repetido por la prensa. Si se trata de nuestra prensa, entonces es inútil pasar por la tribuna para tener que imprimir después lo que se ha dicho. Los ejemplos dados por los ponentes no refutan nuestra tesis. Liebknech ha actuado en el Reichstag en una época en que reconocemos la posibilidad de la acción parlamentaria, tanto más cuanto que no se trataba de sancionar el parlamentarismo, sino de consagrarse a la crítica del poder burgués. Si, por otro lado, se pusiesen en un plato de la balanza Liebknecht, Höglund y los otros casos poco numerosos de acción revolucionaria en el parlamento, y en el lado opuesto toda la serie de traiciones de los socialdemócratas, el balance sería muy desfavorable al “parlamentarismo revolucionario”. La cuestión de los bolcheviques en la Duma, en el Parlamento de Kerensky, en la Asamblea Constituyente, no se plantea de ningún modo en las condiciones en que proponemos el abandono de la táctica parlamentaria, y no insistiré aquí acerca de la diferencia entre el desarrollo de la Revolución rusa y el desarrollo que presentarán las revoluciones en los otros países burgueses.
Tampoco acepto la idea de la conquista electoral de las instituciones municipales burguesas. Ahí hay un problema muy importante que no debe ser pasado en silencio. Yo tengo la intención de aprovechar las campañas electorales para la agitación y la propaganda de la Revolución Comunista, pero esta agitación será mucho más eficaz si defendemos ante las masas el boicot de las elecciones burguesas.
Y ahora dos palabras sobre los argumentos presentados por el camarada Lenin en su folleto sobre el “Comunismo de izquierda”. Creo que no se puede juzgar nuestra táctica antiparlamentaria de la misma manera que la que preconiza la salida de los sindicatos. El sindicato, aún cuando está corrompido, es siempre un centro obrero. Salir del sindicato socialdemócrata corresponde a la concepción de ciertos sindicalistas que quisieran constituir órganos de lucha revolucionaria de tipo no político, sino sindical. Desde el punto de vista marxista, es un error que no tiene nada de común con los argumentos sobre los cuales se apoya nuestro antiparlamentarismo. Las tesis del ponente declaran, por lo demás, que la cuestión parlamentaria es secundaria para el movimiento comunista: la de los sindicatos no lo es.
Creo que de la oposición a la acción parlamentaria no se debe deducir un juicio decisivo acerca de camaradas o Partidos comunistas. El camarada Lenin, en su interesante estudio, expone la táctica comunista defendiendo una acción muy flexible, que corresponde muy bien a un análisis atento y riguroso del mundo burgués, y propone aplicar a este análisis en los países capitalistas los datos de la experiencia de la Revolución rusa. Sostiene también la necesidad de tener muy en cuenta las diferencias entre los diversos países. No discutiré aquí este método. Solamente haré observar que un movimiento marxista en los países democráticos occidentales exige una táctica mucho más directa que la que ha sido necesaria a la Revolución rusa.
El camarada Lenin nos acusa de querer descartar el problema de la acción comunista en el Parlamento porque su solución aparece como demasiado difícil, y preconizar la táctica antiparlamentaria porque implica un esfuerzo menor. Estamos perfectamente de acuerdo en que las tareas de la Revolución proletaria son muy complejas y muy arduas. Pero nosotros estamos perfectamente convencidos de que después de haber resuelto, como se nos propone, el problema de la acción parlamentaria, nos quedarán por resolver los otros problemas, mucho más importantes y su solución no será ciertamente fácil por eso. Justamente por esta razón es por lo que proponemos desplegar la parte más grande de los esfuerzos del Partido Comunista en un terreno de acción mucho más importante que el del Parlamento. Y no porque nos espanten las dificultades. Nosotros solamente observamos que los parlamentarios oportunistas, que sin embargo adoptan una táctica de aplicación más cómoda, no por eso están menos completamente absorbidos por la actividad parlamentaria y sacamos la conclusión de que para resolver el problema del parlamentarismo comunista según las tesis del ponente (admitiendo esta solución), se necesitan esfuerzos decuplicados: quedarán menos recursos y energías al movimiento para la acción revolucionaria.
En la evolución del mundo burgués, las etapas que se deben recorrer necesariamente incluso después de la Revolución, en el paso económico del capitalismo al comunismo, no se transponen al terreno político. El paso del poder de los explotadores a los explotados trae consigo el cambio instantáneo del aparato representativo. El parlamentarismo burgués debe ser reemplazado por el sistema de los Consejos Obreros.
Esta vieja máscara que tiende a ocultar la lucha de clase debe ser, pues, arrancada para que se pueda pasar a la acción directa y revolucionaria. Es así como nosotros resumimos nuestro punto de vista sobre el parlamentarismo, punto de vista que se liga enteramente al método revolucionario marxista. Quiero concluir con una consideración que nos es común con el camarada Bujarin. Esta cuestión no puede y no debe dar lugar a una escisión en el movimiento comunista. Si la Internacional Comunista decide tomar a su cargo la creación de un parlamentarismo comunista, nosotros nos someteremos a su resolución. Nosotros no creemos que sea un éxito, pero declaramos que no haremos nada por hacer fracasar esta obra. Deseo que el próximo Congreso de la Internacional Comunista no tenga que discutir los resultados de la acción parlamentaria, sino más bien tenga que registrar las victorias que la Revolución comunista haya conseguido en un gran número de países. Si esto no es posible, deseo al camarada Bujarin que pueda presentarnos un balance menos triste del parlamentarismo comunista que ése por el que ha debido comenzar hoy su informe.


DISCURSO DE LENIN


El camarada Bordiga ha querido, visiblemente, defender aquí el punto de vista de los marxistas italianos, pero sin embargo no ha contestado a ninguno de los argumentos presentados por otros marxistas en favor de la acción parlamentaria.
Ha reconocido que la experiencia histórica no se crea artificialmente. Acaba de decirnos que hay que trasladar la lucha a otro dominio. ¿Acaso ignora el que toda crisis revolucionaria va acompañada de una crisis parlamentaria? Es cierto que ha dicho que hay que llevar la lucha a otro dominio, a los Soviets. Pero él mismo ha reconocido que no es posible crear artificialmente los Soviets. El ejemplo de Rusia muestra que no se los puede organizar más que durante la revolución o bien justo en la víspera de la revolución. En tiempos de Kerensky, los Soviets (los Soviets Mencheviques) estaban organizados de una manera que no podían de ningún modo constituir el poder proletario. El parlamento es un producto del desarrollo histórico que no podemos eliminar en tanto no seamos suficientemente fuertes para disolver esta institución burguesa. Sólo siendo miembro de un parlamento burgués se puede luchar, a partir de condiciones históricas dadas, contra la sociedad burguesa y el parlamentarismo. El medio del que la burguesía se sirve en su lucha debe ser utilizado también por el proletariado, con fines naturalmente del todo distintos. Usted no puede afirmar que eso no es así, y, si quiere refutarlo, tendrá que borrar la experiencia de todas las revoluciones en el mundo.
Usted ha dicho que incluso los sindicatos son oportunistas y que constituyen también un peligro, pero que hay que hacer una excepción con ellos, pues son organizaciones obreras. Pero esto no es justo más que en cierta medida. Existen también en los sindicatos elementos muy atrasados. Una parte de la pequeña burguesía proletarizada, los obreros atrasados y los pequeños campesinos, creen todos realmente que sus intereses están representados en el Parlamento; hay que luchar contra esto por un trabajo en el Parlamento y mostrar a las masas la verdad en los hechos. Las teorías no agarran en las masas atrasadas; ellas necesitan la experiencia.
Lo hemos visto bien en Rusia. Nos hemos visto obligados a convocar la Asamblea constituyente, incluso después de la victoria del proletariado, para mostrar al obrero atrasado que no podía conseguir nada de ella. A fin de que pudiese comparar las dos experiencias, hemos tenido que oponer concretamente los Soviets a la Asamblea Constituyente y mostrarle así que los Soviets eran la única salida.
El camarada Souchy, sindicalista revolucionario, ha defendido las mismas teorías, pero la lógica no está de su lado. Ha dicho que él no era marxista, entonces esto cae de su peso. Pero cuando usted, camarada Bordiga, afirma que usted es marxista, está permitido exigirle más lógica. Hay que saber de qué manera hay que destrozar el Parlamento. Si usted puede hacerlo por la vía de la insurrección armada en todos los países, está muy bien. Usted sabe que en Rusia hemos mostrado nuestra voluntad de destruir el Parlamento burgués, no sólo en teoría sino también en la práctica. Pero usted ha perdido de vista que esto es imposible sin una preparación relativamente larga y que, en la mayoría de los países, es imposible todavía destruir el Parlamento de un solo golpe. Estamos, pues, obligados a llevar la lucha en el seno mismo del Parlamento para destruir el Parlamento. Usted substituye las condiciones que determinan la línea política de todas las clases de la sociedad contemporánea por su propia voluntad revolucionaria, y por eso usted olvida que, para destruir el Parlamento burgués en Rusia, hemos tenido que convocar primeramente la Asamblea constituyente, incluso después de nuestra victoria. Usted ha dicho: “La verdad es que la revolución rusa es un ejemplo que no corresponde a las condiciones de Europa occidental”. Pero usted no ha presentado ningún argumento de peso para probarlo. Nosotros hemos pasado por un período de democracia burguesa. Lo hemos atravesado muy rápidamente, en la época en que estábamos obligados a hacer agitación en favor de las elecciones a la Asamblea Constituyente. Y a continuación, cuando la clase obrera ha podido apoderarse del poder, el campesinado creía todavía en la necesidad de un Parlamento burgués…
Teniendo en cuenta a estos elementos atrasados, hemos tenido que hacer las elecciones y mostrar a las masas, por el ejemplo y en los hechos, que esta Asamblea constituyente elegida en el momento de la miseria más grande, no expresaba las aspiraciones y las reivindicaciones de las clases explotadas. Por ahí mismo, el conflicto entre el poder de los Soviets y el poder burgués apareció muy claramente para nosotros, vanguardia de la clase obrera, pero también para la inmensa mayoría del campesinado, para los pequeños empleados, para la pequeña burguesía. En todos los países capitalistas hay elementos atrasados de la clase obrera que están convencidos de que el Parlamento es el verdadero representante del pueblo y no ve los procedimientos sucios que utiliza. Se dice que el Parlamento es un instrumento con ayuda del cual la burguesía engaña a las masas. Pero este argumento debe ser vuelto contra usted y él se vuelve contra sus tesis. ¿Cómo revelareis a las masas verdaderamente atrasadas y engañadas por la burguesía el verdadero carácter del Parlamento? Si usted no entra en él ¿cómo denunciará usted tal o cual maniobra parlamentaria, la posición de tal o cual partido? Si ustedes son marxistas deben reconocer que en la sociedad capitalista las relaciones entre las clases y los partidos están estrechamente ligadas. ¿Cómo, repito, mostrarán ustedes todo esto si no son miembros del Parlamento, si ustedes repudian la acción parlamentaria? La historia de la revolución rusa ha mostrado claramente que ningún argumento habría podido convencer a las amplias masas de la clase obrera, el campesinado, los pequeños empleados sino no lo hubiesen aprendido por su propia experiencia.
Se dice que perdemos mucho tiempo al participar en la lucha parlamentaria. ¿Se puede concebir otra institución que interese tanto a todas las clases como el Parlamento? No se puede crear esto artificialmente. Si todas las clases son llevadas a participar en la lucha parlamentaria, es que los intereses y los conflictos de clases se reflejan en el Parlamento. Si fuese posible organizar de golpe en todas partes, pongamos por caso, una huelga general decisiva capaz de abatir de un solo golpe el capitalismo, la revolución se habría hecho ya en los diferentes países. Pero hay que contar con los hechos, y el Parlamento sigue siendo la arena de la lucha de clases. El camarada Bordiga y aquellos que comparten su punto de vista deben decir la verdad a las masas. Alemania es el mejor ejemplo del hecho que es posible una fracción comunista en el Parlamento, y por eso ustedes deberían decir abiertamente a las masas: nosotros somos demasiado débiles para crear un partido sólidamente constituido. Esa sería la verdad que habría que decir. Pero si ustedes reconociesen su debilidad ante las masas, éstas no se harían sus amigas, sino sus adversarios, y se adherirían al parlamentarismo.
Si ustedes dicen: “Camaradas obreros, nosotros somos tan débiles que no podemos crear un partido suficientemente disciplinado para obligar a sus diputados a someterse a su voluntad”, los obreros les abandonarán, pues dirán:” ¿Cómo podríamos instaurar la dictadura proletaria con gentes tan débiles?”.
Ustedes son bien ingenuos si se imaginan que el día de la victoria del proletariado los intelectuales, la clase media, la pequeña burguesía se harán comunistas.
Pero si ustedes no tienen esta ilusión, ustedes deben preparar desde ahora al proletariado a comprometerse en su propia vía. Ustedes no encontrarán ninguna excepción a esta regla en ningún dominio del trabajo de Estado. Al día siguiente de la revolución verán ustedes por todas partes abogados oportunistas, que se llamarán comunistas, pequeños burgueses que no admitirán ni la disciplina del partido comunista ni la del Estado proletario. Si ustedes no preparan a los obreros a fundar un partido verdaderamente disciplinado, que imponga su disciplina a todos sus miembros, ustedes no prepararán jamás la dictadura del proletariado. Ustedes no quieren admitir, yo creo, que es la debilidad de un número muy grande de nuevos partidos comunistas lo que les lleva a rechazar la necesidad del trabajo parlamentario. Y estoy convencido de que la inmensa mayoría de los obreros verdaderamente revolucionarios nos seguirá y se pronunciará contra sus tesis antiparlamentarias.


REPLICA DEL REPRESENTANTE
DE LA FRACCIÓN ABSTENCIONISTA ITALIANA

Las objeciones del camarada Lenin a las tesis y a los argumentos que yo he presentado plantean cuestiones muy interesantes que yo no quiero ni siquiera tocar ligeramente aquí, y que se ligan al problema general de la táctica marxista.
Los acontecimientos parlamentarios y las crisis ministeriales están, sin ninguna duda, en estrecha relación con el desarrollo de la revolución y la crisis de la organización burguesa. Pero para establecer las formas de intervención, en los acontecimientos, de la actividad política proletaria hay que aplicar consideraciones de método de la naturaleza de las que han conducido a la izquierda marxista del movimiento socialista internacional a descartar, desde antes de la guerra, la participación ministerial y el apoyo parlamentario a los gobiernos burgueses, a pesar de que se trate en este caso, sin ninguna duda, de medios de intervención en el desarrollo de los acontecimientos.
Es la necesidad misma de unir los impulsos revolucionarios de la clase obrera y organizarlos con vistas al fin comunista, la que impone una táctica fundada sobre ciertas reglas generales de acción, aun si puede parecer demasiado simple o demasiado rígida.
Yo creo que nuestra misión histórica actual implica una nueva base táctica, a saber, el rechazo de la participación parlamentaria que ya no es un medio de influir sobre los acontecimientos en un sentido revolucionario.
Se nos dice que hay que resolver el problema práctico de una acción parlamentaria comunista sometida a la disciplina del partido, pues después de la revolución se necesitará saber y poder organizar instituciones de todas clases utilizando a los hombres salidos de ambientes burgueses o semi-burgueses; un argumento así podría ser invocado igualmente para defender que es útil tener ministros socialistas en régimen de dominación burguesa.
Pero no es el momento de ocuparse más a fondo de esta cuestión. Yo me limito, pues, a declarar que conservo mi opinión sobre la materia que nos ocupa, y estoy más convencido que nunca de que la Internacional Comunista no logrará poner en pie una acción parlamentaria verdaderamente revolucionaria.
Finalmente, puesto que se ha reconocido que las tesis que yo presento se fundan sobre principios puramente marxistas y no tienen nada de común con los argumentos anarquistas y sindicalistas, espero que serán votadas por aquellos camaradas antiparlamentarios que las aceptan en su conjunto y en su espíritu porque ellos suscriben las afirmaciones marxistas que forman la substancia de aquellas.

INTRODUCCIÓN DE TROTSKY Y TESIS DE
BUJARIN – LENIN ADOPTADAS POR EL CONGRESO

I. – LA NUEVA ÉPOCA Y EL NUEVO PARLAMENTARISMO

La actitud de los partidos socialistas con respecto al parlamentarismo consistía originalmente, en la época de la Primera Internacional, en utilizar los Parlamentos burgueses para la agitación. La participación en el Parlamento estaba considerada desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia de clase del proletariado en su lucha contra las clases dominantes.
Bajo la influencia de la evolución política, y no de la teoría, esta actitud se modificó. Como consecuencia del aumento incesante de las fuerzas productivas y de la ampliación del dominio de la explotación capitalista, el capitalismo, y con él los Estados parlamentarios, adquirieron una estabilidad durable. De ahí la adaptación de la táctica parlamentaria de los partidos socialistas a la acción legislativa “orgánica” de los parlamentos burgueses y la importancia cada vez mayor de la lucha por la introducción de reformas en el marco del capitalismo, el predominio del programa mínimo de los partidos socialistas, la transformación del programa máximo en una plataforma destinada a las discusiones sobre un “objetivo final” alejado. El arribismo parlamentario, la corrupción, la traición abierta o camuflada de los intereses más elementales de la clase obrera se desarrollaron sobre esta base.
La actitud de la IIIa Internacional hacia el parlamentarismo no está determinada por una nueva doctrina, sino por la modificación del papel del Parlamento mismo. En la época precedente, el Parlamento, en tanto que instrumento del capitalismo en vía de desarrollo, ha trabajado, en cierto sentido, en el progreso histórico. Pero en las condiciones actuales, en la época del desencadenamiento imperialista, el Parlamento se ha convertido a la vez en un instrumento de mentira, de engaño, de violencia y en un irritante molino de palabras. Ante las devastaciones, las rapiñas, los actos de bandidaje y las destrucciones realizadas por el imperialismo, las reformas parlamentarias, desprovistas de perseverancia y de estabilidad, concebidas sin plan de conjunto, han perdido todo alcance práctico para las masas trabajadoras.
De la misma manera que toda la sociedad burguesa, el parlamentarismo pierde su estabilidad, el paso del período orgánico al período crítico crea una nueva base a la táctica del proletariado en el dominio parlamentario. Es así como el partido obrero (el partido bolchevique) ha puesto las bases del parlamentarismo revolucionario desde el período precedente, pues Rusia había perdido su equilibrio político y social desde 1905 para entrar en un período de tormentas y de conmociones.
Cuando ciertos socialistas que se inclinan hacia el comunismo subrayan que todavía no ha llegado la hora de la revolución en sus países y rehúsan romper con los oportunistas parlamentarios, ellos se basan, conscientemente o no, en una perspectiva de estabilidad relativa y durable de la sociedad imperialista y estiman consecuentemente que una colaboración con los Turati y los Longuet puede dar resultados prácticos en la lucha por las reformas.
El comunismo debe, por el contrario, tomar como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo: tendencias a su propia negación y a su propia destrucción por el imperialismo; agravación continua de la guerra civil, etc.). La forma de las relaciones y de los reagrupamientos políticos puede variar según los países, pero el fondo de las cosas sigue siendo el mismo en todas partes: se trata, para nosotros, de la preparación política y técnica directa de la insurrección del proletariado; de la destrucción del poder de Estado burgués y del establecimiento de un nuevo poder de Estado proletario.
En la hora presente, el Parlamento no puede ser en ningún caso, para los comunistas, el teatro de una lucha por reformas y por el mejoramiento de la suerte de la clase obrera, como ocurrió en el pasado. El centro de gravedad de la vida política se ha desplazado fuera del Parlamento y de una manera definitiva. La burguesía, por otro lado, a causa de sus relaciones con las masas trabajadoras y las relaciones complejas que existen en el seno de la clase burguesa misma, está obligada a hacer pasar, de una manera o de otra, ciertas medidas suyas a través del canal del Parlamento, en donde las diversas camarillas se disputan el poder, manifiestan su fuerza, descubren sus debilidades, se comprometen, etc.
Por eso la tarea inmediata de la clase proletaria es arrancar estos aparatos a las clases dirigentes, romperlos, destruirlos y substituirlos por los nuevos órganos del poder proletario. Por otro lado, el estado mayor de la clase obrera tiene el mayor interés en tener en las instituciones parlamentarias de la burguesía exploradores que facilitarán su obra de destrucción.
A partir de ahí se ve la diferencia esencial entre la táctica de los comunistas que van al Parlamento con objetivos revolucionarios, y la de los parlamentarios socialistas. Estos comienzan por reconocer al régimen actual una cierta estabilidad y una duración indefinida; se fijan como tarea el conseguir reformas por todos los medios y tienen interés en que cada conquista de las masas sea abonada por éstas en la cuenta del parlamentarismo socialista (Turati, Longuet, etc.).
El viejo parlamentarismo capitulante es reemplazado por un parlamentarismo nuevo, concebido como uno de los instrumentos de la destrucción del parlamentarismo en general. Pero las tradiciones repugnantes de la antigua táctica parlamentaria arrojan a ciertos elementos revolucionarios en el campo de los antiparlamentarios por principio (los I.W.W., los sindicalistas revolucionarios, el Partido Obrero Comunista de Alemania).
Considerando esta situación, el IIº Congreso de la Internacional Comunista presenta las tesis siguientes:

II. COMUNISMO, LUCHA POR LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
Y UTILIZACIÓN DE LOS PARLAMENTOS BURGUESES

- I -
1. El gobierno parlamentario se ha convertido en la forma “democrática” de la dominación de la burguesía que, en cierto grado de su desarrollo, necesita de la ficción de una representación popular. Apareciendo exteriormente como la organización de una “voluntad del pueblo” por encima de las clases, de hecho no es más que un instrumento de coerción y de opresión en las manos del Capital.
2. El parlamentarismo es una forma determinada de Estado. Por eso no conviene en ningún caso a la sociedad comunista que no conoce ni clases, ni lucha de clases, ni poder gubernamental de ninguna clase.
3. El parlamentarismo no puede ser tampoco la forma del gobierno “proletario” en el período de transición de la dictadura de la burguesía a la dictadura del proletariado. En el momento más grave de la lucha de clase, cuando ésta se transforma en guerra civil, el proletariado debe construir inevitablemente su propia organización gubernamental como una organización de combate en la cual no serán admitidos los representantes de las antiguas clases dominantes; en esta fase, toda ficción de voluntad popular es dañina al proletariado; éste no tiene ninguna necesidad de la separación parlamentaria de los poderes, que no podría más que serle nefasta. La República de los Soviets es la forma de la dictadura del proletariado.
4. Los parlamentos burgueses, que constituyen uno de los principales engranajes de la máquina de Estado de la burguesía, no pueden ser conquistados por el proletariado como tampoco el Estado burgués en general. La tarea del proletariado es hacer saltar la máquina de Estado de la burguesía, destruirla, comprendidas las instituciones parlamentarias, ya sean las de las repúblicas o las de la monarquía constitucionales.
5. Lo mismo pasa con las instituciones municipales de la burguesía, que es teóricamente falso oponer a los órganos del Estado. En realidad, ellas forman también parte del mecanismo gubernamental de la burguesía y deben ser, por consiguiente, destruidas y reemplazadas por Soviets locales de diputados obreros.
6. El comunismo se niega, pues, a ver en el parlamentarismo una de las formas de la sociedad futura; se niega a ver en él la forma de la dictadura de clase del proletariado; niega la posibilidad de la conquista duradera de los Parlamentos; se fija como meta la abolición del parlamentarismo. A partir de ahí, no puede tratarse de la utilización de las instituciones del Estado burgués más que con miras a su destrucción. En este sentido, y únicamente en este sentido, es como puede plantearse la cuestión.

- II -

7. Toda lucha de clase es una lucha política, pues es, en resumidas cuentas, una lucha por el poder. Toda huelga que se extiende a un país entero se convierte en una amenaza para el Estado burgués y adquiere, por eso mismo, un carácter político. Esforzarse en derrocar a la burguesía y en destruir el Estado burgués es una lucha política. Crear un aparato proletario de clase, cualquiera que sea, con el fin de gobernar y reprimir la resistencia de la burguesía, es conquistar el poder político.
8. La lucha política no se reduce, pues, de ninguna manera a una cuestión de actitud respecto al parlamentarismo. Abraza toda la lucha de clase del proletariado, por cuanto que esta lucha deja de ser local y parcial y tiende al derrocamiento del régimen capitalista en general.
9. El método fundamental de la lucha del proletariado contra la burguesía, es decir, contra su poder de Estado, es ante todo el de las acciones de masas. Estas últimas son organizadas y dirigidas por las organizaciones de masa del proletariado (sindicatos, partidos, soviets), bajo la dirección general del Partido comunista, sólidamente unido, disciplinado y centralizado. La guerra civil es una guerra. En esta guerra, el proletariado debe tener un buen cuerpo político de oficiales y un estado mayor político eficaz que dirija todas las operaciones en todos los dominios de la acción.
10. La lucha de masas constituye todo un sistema de acciones en desarrollo continuo que toman formas cada vez más duras y conducen lógicamente a la insurrección contra el Estado capitalista. En esta lucha de masas llamada a transformarse en guerra civil, el partido dirigente del proletariado debe, por regla general, fortificar todas sus posiciones legales, hacer de ellas puntos de apoyo secundarios de su acción revolucionaria y subordinarlas al plan de la campaña principal, es decir, a la lucha de masas.
11. La tribuna del Parlamento burgués es uno de estos puntos de apoyo secundarios. En ningún caso se puede invocar contra la acción parlamentaria el hecho de que el Parlamento es una institución del Estado burgués. En efecto, el Partido comunista no entra en él para entregarse a una actividad orgánica, sino para ayudar a las masas, desde el interior del Parlamento a destruir por su acción propia la máquina de Estado de la burguesía y el parlamento mismo. (Ejemplos: la acción de Liebknecht en Alemania, la de los bolcheviques en la Duma zarista, en la “Conferencia democrática” y en el “Preparlamento” de Kerensky, en la Asamblea Constituyente, en los municipios; en fin, la acción de los comunistas búlgaros).
12. Esta acción parlamentaria, que consiste esencialmente en utilizar la tribuna parlamentaria con fines de agitación revolucionaria, en denunciar las maniobras del adversario, en agrupar en torno a ciertas ideas a las masas aprisionadas en las ilusiones democráticas y que, sobre todo en los países atrasados, giran aún sus miradas hacia la tribuna parlamentaria, esta acción debe estar totalmente subordinada a los fines y a las tareas de la lucha extraparlamentaria de las masas.
La participación en las campañas electorales y la propaganda revolucionaria desde lo alto de la tribuna parlamentaria tienen una importancia particular para la conquista política de los medios de la clase obrera que, como las masas trabajadoras rurales, han permanecido hasta ahora apartadas de la vida política.
13. Los comunistas, si obtienen la mayoría en los municipios, deben: a) llevar una oposición revolucionaria contra el poder burgués central; b) esforzarse en ayudar por todos los medios a la parte más pobre de la población (medidas económicas, creación o intento de creación de una milicia obrera armada, etc.…); c) revelar en toda ocasión los obstáculos levantados por el Estado burgués a toda reforma radical; d) desarrollar sobre esta base una propaganda revolucionaria enérgica sin temer el conflicto con el poder burgués; e) en ciertas circunstancias, substituir los municipios por soviets de diputados obreros. Toda la acción de los comunistas en los municipios debe, pues, integrarse en su actividad general para el derrocamiento del Estado capitalista.
14. La campaña electoral jamás debe ser una caza del mayor número posible de asientos parlamentarios, sino una movilización revolucionaria de las masas sobre las consignas de la revolución proletaria. La lucha electoral no debe ser únicamente tarea de los dirigentes, en ella deben tomar parte el conjunto de sus miembros. Debe ser utilizado todo movimiento de masas (huelgas, manifestaciones, efervescencia en el ejército y la marina, etc.); se establecerá con este movimiento un contacto estrecho. Todas las organizaciones proletarias de masa deben ser utilizadas por un trabajo activo.
15. Cuando se observan estas condiciones, así como las que están contenidas en instrucciones particulares, la actividad parlamentaria se encuentra en completa oposición con la repugnante politiquería de los partidos socialdemócratas de todos los países, cuyos diputados van al Parlamento para defender esta “institución democrática” o, en el mejor de los casos, para “conquistarla”. El Partido comunista no puede admitir más que la utilización exclusivamente revolucionaria del parlamentarismo, a la manera de Karl Liebknecht, de Höglund y de los Bolcheviques.

- III -

16. El “antiparlamentarismo” de principio, concebido como el rechazo absoluto y categórico de participar en las elecciones y en la acción parlamentaria revolucionaria no es, pues, más que una doctrina infantil e ingenua que no resiste a la crítica. Siendo a veces el resultado de una sana aversión hacia los politicastros parlamentarios, no reconoce, por el contrario, la posibilidad del parlamentarismo revolucionario. Además, esta doctrina está ligada con frecuencia a una concepción completamente errónea del papel del Partido, al que no se considera como la vanguardia obrera organizada para la lucha de un modo centralizado, sino como un sistema descentralizado de grupos mal ligados entre sí.
17. De otro lado, admitir en principio la acción parlamentaria revolucionaria no implica de ningún modo que se deba participar efectivamente en toda circunstancia en elecciones y asambleas parlamentarias dadas. Todo depende aquí de una serie de condiciones específicas. La salida de los comunistas del Parlamento puede hacerse necesaria en un momento dado. Ese fue el caso cuando los bolcheviques se retiraron del Preparlamento de Kerensky con el fin de torpedearlo, paralizarlo y oponerle brutalmente el Soviet de Petrogrado antes de ponerse a la cabeza de la insurrección; ése fue igualmente el caso cuando decidieron la disolución de la Constituyente, desplazando así el centro de gravedad de los acontecimientos políticos hacia el IIIer Congreso de los Soviets. En otras circunstancias, puede imponerse el boicot de las elecciones y el aniquilamiento inmediato por la fuerza, de todo el aparato de Estado y de la camarilla parlamentaria burguesa; o también la participación en las elecciones combinada con el boicot del Parlamento mismo, etc…
18. En consecuencia, aun reconociendo la necesidad de participar, por regla general, en las elecciones parlamentarias y municipales y trabajar en los Parlamentos y los municipios, el Partido comunista debe zanjar la cuestión según los casos concretos, partiendo de las particularidades específicas de la situación. El boicot de las elecciones o del Parlamento, lo mismo que la salida del Parlamento, son admisibles sobre todo en presencia de condiciones que permitan el paso inmediato a la lucha armada por la conquista del poder.
19. Es indispensable tener constantemente a la vista el carácter relativamente secundario de esta cuestión. Estando el centro de gravedad en la lucha extraparlamentaria por el poder político, cae de su peso que la cuestión general de la dictadura del proletariado y de la lucha de las masas por esta dictadura no puede ser puesta en el mismo plano que la cuestión particular de la utilización del parlamentarismo.
20. Por esta razón la Internacional Comunista afirma del modo más categórico que considera como una falta grave hacia el movimiento obrero toda escisión o intento de escisión provocada en el seno del Partido comunista por esta cuestión y únicamente por esta cuestión. El Congreso invita a todos los partidarios de la lucha de masas por la dictadura del proletariado bajo la dirección de un partido centralizado que influencie a todas las organizaciones de masa del proletariado, a realizar la unidad completa de los elementos comunistas, a pesar de las divergencias de puntos de vista posibles en cuanto a la utilización de los Parlamentos burgueses.

TESIS SOBRE EL PARLAMENTARISMO
PRESENTADAS POR LA FRACCIÓN COMUNISTA
ABSTENCIONISTA DEL PARTIDO SOCIALISTA ITALIANO

1

El Parlamento es la forma de representación política propia del régimen capitalista. La crítica de principio que hacen los comunistas marxistas del parlamentarismo y de la democracia burguesa en general demuestra que el derecho de voto no puede impedir que todo el aparato gubernamental constituya el comité de defensa de los intereses de la clase capitalista dominante. Además, aunque se conceda este derecho a todos los ciudadanos de todas las clases sociales en las elecciones a los órganos representativos del Estado, este último no se organiza menos como instrumento histórico de la lucha burguesa contra la revolución proletaria.

2

Los comunistas niegan rotundamente que la clase obrera pueda conquistar el poder obteniendo la mayoría parlamentaria. Únicamente la lucha revolucionaria armada le permitirá alcanzar sus objetivos. La conquista del poder por el proletariado, punto de partida de la obra de construcción económica comunista, implica la supresión violenta e inmediata de los órganos democráticos que serán reemplazados por los órganos del poder proletario: los Consejos obreros. Siendo privada de este modo la clase de los explotadores de todo derecho político, podrá realizarse el sistema de gobierno y de representación de clase, la dictadura del proletariado. La supresión del parlamentarismo es, pues, un fin histórico del movimiento comunista. Nosotros decimos más: la primera forma de la sociedad burguesa que debe ser derrocada, antes que la propiedad capitalista y antes que la máquina burocrática y gubernamental misma, es precisamente la democracia representativa.

3

Esto vale igualmente para las instituciones municipales y comunales de la burguesía, que es falso oponer, desde el punto de vista teórico, a los órganos del gobierno, siendo su aparato de hecho idéntico al mecanismo gubernamental de la burguesía. El proletariado revolucionario debe igualmente destruirlos y reemplazarlos por los Soviets locales de diputados obreros.

4

Mientras que el aparato ejecutivo militar y político del Estado burgués organiza la acción directa contra la revolución proletaria, la democracia constituye un medio de defensa indirecta al divulgar entre las masas la ilusión de que pueden realizar su emancipación por un proceso pacífico y que el Estado proletario puede tomar también la forma parlamentaria, con derecho de representación para la minoría burguesa. El resultado de esta influencia democrática sobre las masas proletarias ha sido la corrupción del movimiento socialista de la Segunda Internacional tanto en el dominio de la teoría como en el de acción.

5

Actualmente, la tarea de los comunistas en su obra de preparación ideológica y material de la revolución es ante todo liberar al proletariado de estas ilusiones y de estos prejuicios difundidos en sus filas con la complicidad de los viejos líderes socialdemócratas que lo desvían de su camino histórico. En los países en los que el régimen democrático existe ya desde hace mucho tiempo y está profundamente arraigado en las costumbres de las masas y en su mentalidad así como en la de los partidos socialdemócratas tradicionales, esta tarea reviste una importancia particular y se coloca en el primer lugar de los problemas de la preparación revolucionaria.

6

En el período en que la conquista del poder no se presentaba como una posibilidad próxima para el movimiento internacional del proletariado y en que no se planteaba tampoco el problema de su preparación directa a la dictadura, la participación en las elecciones y la actividad parlamentaria podían ofrecer todavía posibilidades de propaganda, de agitación, de crítica. Por otro lado, en los países en los que la revolución burguesa está aún en curso y crea instituciones nuevas, la intervención de los comunistas en los órganos representativos en formación puede ofrecer la posibilidad de influir sobre el desarrollo de los acontecimientos para que la revolución siga hasta la victoria del proletariado.

7

En el período histórico actual (abierto por el final de la guerra mundial, con sus consecuencias sobre la organización social burguesa; por la revolución rusa, primera realización de la conquista del poder por el proletariado, y por la constitución de la nueva Internacional en oposición al socialdemocratismo de los traidores) y en los países en que el régimen democrático ha acabado su formación desde hace mucho tiempo, no existe ya, por el contrario, ninguna posibilidad de utilizar la tribuna parlamentaria para la obra revolucionaria de los comunistas, y la claridad de la propaganda no menos que la preparación eficaz de la lucha final por la dictadura exigen que los comunistas lleven una agitación por el boicot de las elecciones por los obreros.

8

En estas condiciones históricas, habiéndose convertido la conquista revolucionaria del poder por el proletariado en el problema central, toda la actividad política del partido de clase debe ser consagrada a este fin directo. Hay que hacer añicos la mentira burguesa según la cual todo choque entre los partidos políticos adversos, toda lucha por el poder debe desarrollarse en el marco del mecanismo democrático, a través de las elecciones y los debates parlamentarios. No se podrá conseguir esto sin romper con el método que consiste en llamar a los obreros a votar – juntos con los miembros de la clase adversa -, sin poner fin al espectáculo de delegados del proletariado que trabajan en el mismo terreno parlamentario que sus explotadores.

9

La peligrosa concepción que reduce toda acción política a las luchas electorales y a la actividad parlamentaria ha sido demasiado difundida por la práctica ultraparlamentaria de los partidos socialistas tradicionales. Por otro lado, la repugnancia del proletariado por esta práctica de traición ha preparado un terreno favorable a los errores de los sindicalistas y de los anarquistas que niegan todo valor a la acción política y a las funciones del partido. Por esta razón, los partidos comunistas jamás obtendrán un amplio éxito en la propaganda por el método revolucionario marxista si no apoyan su trabajo directo por la dictadura del proletariado y por los Consejos obreros en el abandono de todo contacto con el engranaje de la democracia burguesa.


10

La importancia muy grande atribuida en la práctica a la campaña electoral y a sus resultados, el hecho de que durante un período muy largo el partido le consagre todas sus fuerzas y todos sus recursos (hombres, prensa, medios económicos) concurre, de un lado, a pesar de todos los discursos públicos y todas las declaraciones teóricas, a reforzar la sensación que ésa es ciertamente la acción central para los fines comunistas y, de otro lado, provoca el abandono casi completo del trabajo de organización y de preparación revolucionaria, dando a la organización del partido un carácter técnico completamente contrario a las exigencias del trabajo revolucionario legal o ilegal.

11

Para los partidos que, por decisión de la mayoría, se han pasado a la IIIa Internacional, el hecho de continuar la acción electoral incapacita la selección necesaria; ahora bien, sin la eliminación de los elementos socialdemócratas, la IIIa Internacional fracasará en su tarea histórica y no será el ejército disciplinado y homogéneo de la revolución mundial.

12

La naturaleza misma de los debates en el parlamento y otros órganos democráticos excluye toda posibilidad de pasar a la crítica de la política de los partidos adversos, a una propaganda contra el principio mismo del parlamentarismo, a una acción que sobrepase los límites del reglamento parlamentario. De igual manera es imposible obtener el mandato que da el derecho a la palabra si uno rehúsa someterse a todas las formalidades establecidas por el procedimiento electoral. El éxito de la esgrima parlamentaria no será más que función de la habilidad en maniobrar con el arma común de los principios sobre los que se funda la institución misma y de las astucias del reglamento; de igual manera, el éxito de la campaña electoral se juzgará siempre y únicamente por el número de votos o de mandatos conseguidos.
Todos los esfuerzos de los partidos comunistas para dar un carácter completamente distinto a la práctica del parlamentarismo no podrán dejar de conducir al fracaso de las energías gastadas en este trabajo de Sísifo. La causa de la revolución comunista exige insistentemente que se gasten, por el contrario, en el terreno del ataque directo al régimen de la explotación capitalista.


- III -

EN LA PRUEBA DE LAS GRANDES BATALLAS
(1913 – 1926)

Los textos que publicamos a continuación están destinados a ilustrar las posiciones y la táctica de la Izquierda con respecto a la cuestión parlamentaria en el período histórico que va desde la primera guerra imperialista a las luchas revolucionarias de la postguerra y la victoria del fascismo italiano. Estos textos están sacados en su mayoría de la “Storia Della Sinistra Comunista” (tomo I para los documentos de 1913 -1919; para el período ulterior, volúmenes siguientes a aparecer). Las “Tesis de Lyon” de 1926, que resumen la experiencia de la Izquierda en el seno de la Internacional y aseguran la continuidad histórica de su programa ante la degeneración de Moscú y los primeros síntomas del antifascismo democrático, han sido traducidas al francés en el número 38 de “Programme Communiste”. El lector podrá, pues, remitirse a estas publicaciones para más detalles.
Como hemos dicho, la Izquierda comunista que presentó un proyecto de tesis antiparlamentarias en el IIº Congreso de la Internacional no ofrecía de ningún modo el flanco a los prejuicios tradicionales del anarco-sindicalismo italiano. Ella nació perfectamente vacunada contra las “enfermedades infantiles” que afligieron en 1920 al comunismo anglosajón. Una madurez semejante no fue, sin embargo, únicamente obra de algunos dirigentes: ella se derivaba de las características mismas del socialismo italiano de antes de 1914 que había roto desde hacía mucho tiempo con el anarco-sindicalismo (congreso de Génova, 1892) y que a continuación jamás le dejó el monopolio de la lucha contra los socialistas reformistas (expulsión de los social-imperialistas en ligazón con la guerra de Libia en 1912). Estas circunstancias hicieron, entre otras cosas, de la campaña electoral de 1913 una vigorosa manifestación de propaganda revolucionaria. Como lo demuestra el artículo “Contra el abstencionismo”, los representantes de la Izquierda no solamente defendieron entonces la participación, sino que denunciaron en la receta anarquista de la abstención una forma de apolitismo y de neutralismo cuyo único resultado era el peor bloque de colaboración de clase.
Los dos artículos de 1919 (“O elecciones o revolución” y “Preparación revolucionaria o preparación electoral”) hacen eco a las elecciones del período inmediatamente posterior a la guerra, que fueron en todos los países tan funestas a la lucha y a la organización del proletariado revolucionario. A partir de ese momento, el antiparlamentarismo de la Izquierda comunista se funda en un doble examen: el de la situación, de un lado, y de otro, el de la estrategia del partido de clase en la fase de las guerras imperialistas y de las revoluciones proletarias. Sobre el primer punto, la apreciación de Lenin formulada en la “Carta a los obreros de Europa y de América” (21 de enero de 1919) y la de la Izquierda son rigurosamente idénticas: llamar al proletariado a las urnas en 1919, es clavar un puñal en la espalda de las repúblicas soviéticas de Baviera, de Hungría y de Rusia; es admitir que “la lucha deberá desarrollarse necesariamente en el interior del orden burgués”. El segundo punto es desarrollado con fuerza en el artículo “Preparación revolucionaria o preparación electoral” y estará en el centro de las divergencias sobre la táctica en el IIº Congreso de Moscú. Para la Izquierda, en efecto, “la incompatibilidad entre estas dos formas de trabajo no es una incompatibilidad momentánea”, sino que caracteriza a toda la fase imperialista y fascista en la que han entrado irremediablemente los países de vieja democracia. Por eso, el rechazo de la táctica parlamentaria debe incluso ser planeado independientemente del flujo y del reflujo de las situaciones revolucionarias, como un hecho impuesto al partido por las condiciones objetivas de su lucha final.
Después de la decisión tomada por el IIº Congreso de 1920 en favor de las tesis que preconizaban la utilización del parlamento con los fines de la propaganda y de la acción revolucionaria, la Izquierda que dirigía entonces el Partido Comunista de Italia se atuvo estrictamente en la práctica a la letra y al espíritu de las tesis de la Internacional. Se puede incluso decir hoy que ella fue la única en dar en la fase de repliegue los ejemplos de parlamentarismo revolucionario que Lenin esperaba y que Liebknecht había ilustrado en la fase ascendente de la revolución alemana. Característica con este fin es la acción del partido en la campaña electoral italiana de 1921. Como lo demuestra su “Manifiesto electoral”, la Izquierda supo hacer de estas elecciones un gran movimiento de propaganda y de movilización política de clase ante la ascensión de la reacción fascista. En las mismas circunstancias, el artículo “Elecciones” de 1921 defendía la necesidad de participar en la campaña electoral contra las profundas convicciones abstencionistas de numerosos proletarios. Los argumentos desarrollados son particularmente interesantes. El texto recuerda primeramente que la situación de 1921, cuando se contaban menos las papeletas de voto que las palizas, es de las que corresponden mejor a la táctica leninista del parlamentarismo revolucionario y que justificarían menos la táctica abstencionista de la Izquierda especialmente hostil a la participación de los países y en las fases de democracia burguesa y de “libertades constitucionales”. Sin embargo, el examen de la situación en 1921 no constituye el argumento decisivo en favor de la táctica internacional. Aun persistiendo en su creencia de que se debía revisar las tesis parlamentarias del IIº Congreso, la Izquierda se pronunció ante todo por la disciplina internacional y el centralismo. Como dice el autor del artículo, en tanto que Izquierda Marxista, ella es primero centralista y solamente después abstencionista. Y porque nuestra concepción de la táctica se integraba profundamente en la teoría y en los principios del comunismo, es por lo que la Izquierda no llamó a imponerla a los regateos de pasillo, a las “situaciones particulares” y menos aún a esas “vías nacionales” por las que los renegados han hecho pasar su parlamentarismo más conformista. ¡En la historia del partido mundial el abstencionismo entrará ciertamente por la “puerta grande”!
El artículo “¿Nostalgias abstencionistas?” (1924) y el extracto de las “Tesis de Lyon” (1926) contienen toda nuestra denuncia del antifascismo democrático que vino a comprometer desde 1924 la línea del partido comunista cuya dirección ya no asumía la Izquierda. Para comprender bien el alcance de estos documentos, no será inútil evocar brevemente su contexto histórico y en particular los acontecimientos de 1924, de los que el artículo “¿Nostalgias abstencionistas?” es de alguna manera la previsión y de los que las “Tesis de Lyon” presentan el balance político.
En los primeros meses de 1924, el P.C. con su nueva dirección centrista se presentó a las elecciones como bloque de “unidad proletaria”, no logrando de hecho agrupar alrededor suyo más que a los “terzini”, fracción del partido socialista que había pedido su adhesión a la Tercera Internacional. Como lo demuestra el artículo del 28 de febrero, estas elecciones, destinadas a legitimar el régimen fascista, provocaron una primera protesta airada en favor de la abstención: una abstención motivada únicamente por el prejuicio constitucional burgués. Algunos meses más tarde intervino el asunto Matteotti, diputado socialista asesinado después de haber denunciado en el Parlamento las “irregularidades” y las violencias que acompañaron a las elecciones de abril. Enseguida los partidos democráticos abandonaron el Parlamento retirándose, como se dijo entonces, “al Aventino”: hacían del asesinato de Matteotti una cuestión puramente moral y rehusaban sentarse al lado de sus responsables. La dirección del P.C., que ya había sobrestimado los resultados electorales, siguió a los oponentes burgueses convencida de que ellos eran “el pivote del movimiento popular antifascista” y que el régimen fascista estaba “en la agonía”. En agosto, el P.C. lanza una huelga general para forzar la constitución del frente único. Esta huelga fracasa a causa de las resistencias de la Confederación del Trabajo y de los socialistas en general, pero el partido prosigue sin embargo sus ofertas a la “oposición democrática”, - yendo incluso hasta proponerle constituirse en “Antiparlamento” – sin abandonar, no obstante, sus llamamientos a las masas para que creen “Comités obreros y campesinos” según la fórmula lanzada por la Internacional a principios de 1924. Solamente ante la negativa categórica de los partidos democráticos de llevar una acción común es cuando la dirección del P.C. se pliega a las exigencias de la Izquierda que pedía con insistencia que el partido siguiese su propia vía apoyándose ante todo en la acción de masas y sin dejar escapar, con este fin, la ocasión única de presentarse igualmente en la tribuna parlamentaria de un modo completamente independiente; da entonces la orden de entrar en el parlamento para denunciar allí fascismo y democracia y recordar a las masas que la única solución a la crisis está en la calle.
La declaración hecha en la Cámara, el 12 de noviembre de 1924, por el diputado Repossi quedará como la última manifestación de parlamentarismo revolucionario llevada a cabo por la Izquierda marxista. Manifestación tardía en la situación italiana de entonces; manifestación póstuma, se podría incluso decir; manifestación que guarda, no obstante, todo su valor. “Venimos aquí, dijo Repossi, para repetir contra vosotros nuestra acta de acusación; y nadie nos impedirá hacerlo cada vez que juzguemos necesario servirnos de esta tribuna para indicar a los obreros y a los campesinos de Italia el medio de salir del régimen de reacción y de violencia que vosotros representáis…Ya habíamos previsto (en junio de 1924) que restringiendo la lucha antifascista a la búsqueda de un compromiso parlamentario que dejaría intacta la substancia reaccionaria que padecen y que maldicen millones de obreros y de campesinos, no podría encontrar ninguna salida positiva. Nosotros no vivimos en la espera de un compromiso burgués en nombre del cual la burguesía invoca la intervención del rey y la socialdemocracia rechaza la lucha de clase clamando con sus votos por una “administración superior y extraña a los intereses particulares”, es decir, una dictadura militar que debería impedir la victoria inexorable del proletariado…El centro de nuestra acción está fuera de este recinto, entre las masas laboriosas que están cada vez más profundamente convencidas de que la vergonzosa situación en la que tenéis al país con vuestros aliados y vuestros acólitos liberales y demócratas, no encontrará fin más que el día en que vuelva y prevalezca contra vosotros la fuerza organizada de las masas”.
La última batalla de la Izquierda marxista sobre la cuestión parlamentaria no ha sido solamente un último ejemplo de parlamentarismo revolucionario, tal como lo entendía y lo preconizaba Lenin. Con el parlamentarismo revolucionario, la Izquierda ha salido a defender su propio abstencionismo contra “el abstencionismo contingente” de los demócratas antifascistas siempre listos a hacer de vehículo entre el Parlamento y el anti-parlamento únicamente para la conservación del orden social burgués. Después de la prueba de los frentes populares y de los bloques de resistencia guerrillera a ¿??os que el antifascismo ha logrado arrastrar al proletariado, es un abstencionismo in??acto y aguerrido el que la Izquierda transmite a las futuras generaciones revolucionarias.

1913
CONTRA EL ABSTENCIONISMO

Armado con todo su programa, nuestro partido, que afronta solo contra todos la próxima batalla electoral, deberá guardarse de un peligro no menos serio que los otros: el del abstencionismo. Hoy, sindicalismo y anarquismo no son ya muy florecientes entre nosotros. Sin embargo, los socialistas, y en primer lugar los socialistas revolucionarios, no deben permanecer indiferentes al sabotaje que los anti-electoralistas llevan contra el partido y a la denigración, por su parte, de la orientación revolucionaria que los últimos acontecimientos han dado al socialismo italiano. Los revolucionarios debían luchar contra la degeneración del partido y de su acción parlamentaria sin ninguna ternura por un acercamiento al abstencionismo anarquista o sindicalista. Y esto es lo que han hecho. Pero les incumbe también refutar los argumentos cómodos del abstencionismo que se fundan sobre los errores y las debilidades de una fracción del partido cuya grave desviación está hoy casi totalmente liquidada.
Frente a todas las formas equívocas de apolitismo y de neutralismo que habían quitado al partido su fisonomía subversiva, los revolucionarios han reafirmado en la justa concepción marxista el valor político de la lucha de clase revolucionaria. Por eso deben ahora más que nunca defender la necesidad del partido político, la necesidad de “colorear” políticamente toda la acción de la clase trabajadora a fin de orientarla hacia sus fines comunistas. Esto se opone al neutralismo de las organizaciones obreras, tan querido de los reformistas que, en su concepción vulgar, olvidan todo movimiento orgánico de la clase, si no está dirigido hacia fines limitados e inmediatos. Sindicalismo y reformismo se han unido en lo sucesivo en el apolitismo sindical. De este modo nos han demostrado suficientemente que el proletariado jamás podrá realizar la revolución únicamente por la fuerza de sus organizaciones económicas. La revolución social es un hecho político y se prepara en el terreno político. La lucha electoral entra en la actividad política general del partido como uno de sus numerosos aspectos. Aquella no debe excluir a los otros. Pero, según nosotros, es necesario que el partido exija de sus militantes que afirman de modo decidido y positivo su opinión y su voluntad.
Se pueden tener discusiones muy bellas acerca de la influencia del ambiente parlamentario y sobre la “corrupción” cotidiana de los elegidos socialistas. Nosotros no negamos esta influencia. Solamente estimamos desde nuestro punto de vista intransigente que si todos los electores fuesen verdaderos “socialistas”, los errores de sus representantes no deberían tener ningún efecto sobre ellos. Pero si son otros partidos los que rebuscan a estos electores, los que los atraen con las promesas de favoritismo y de ventajas inmediatas, entonces no es de extrañar que el elegido se convierta en un renegado.
Esa es la acusación que nosotros hacemos al reformismo y que los abstencionistas quisieran utilizar como un argumento contra la participación en las elecciones.
Ciertamente, nosotros no nos ocultamos cuán difícil es dar a la política de clase del proletariado, llevada por el partido socialista, un carácter tan radicalmente distinto de la politiquería burguesa. Pero los verdaderos revolucionarios deben esforzarse en trabajar en este sentido y no abandonar el combate. El abstencionismo no es un remedio; es más bien una renuncia al único método susceptible de dar al proletariado una conciencia que podrá defenderlo contra la politiquería oportunista de los partidos no-socialistas. El neutralismo electoral se convierte en neutralismo de conciencia y de opinión frente a los grandes problemas sociales que, aun resultando de las condiciones económicas, como lo defiende el marxismo, revisten siempre, no obstante, un carácter político.
No tenemos la pretensión de desarrollar en estas pocas líneas un problema tan complejo. Solamente queremos lanzar un grito de alarma contra los partidarios de anti-electoralismo que vienen a sabotear nuestra obra de propaganda en las reuniones electorales. Tenemos la intención de cimentar la conciencia política del pueblo de Italia en una gran batalla contra la burguesía. Nuestro partido es el único que entrará en lucha contra la triple dictadura del clero, de la monarquía y de la democracia. Nosotros esperamos el período electoral no porque seamos fetichistas del Parlamento, sino para sacudir las conciencias proletarias adormecidas por todos los neutralismos. Sabemos que con eso realizamos una obra profundamente subversiva y nos proponemos golpear toda forma de colaboración de clase.
Los sindicalistas (que trapichean para dar la medalla a De Ambris), los anarquistas (que se ahogan en las charlatanerías democráticas acerca de la cultura, la escuela y la educación popular en perfecto acuerdo con los “intelectuales” burgueses), intentarán reservarse el monopolio de la revolución acusándonos de transigir bajo pretexto de que recurrimos al arma de las elecciones.
Debemos estar listos para replicar para no perder los votos de algunos revolucionarios verdaderos a los que nos agarramos mucho más que a cien votos equívocos de no-socialistas. Esos campeones del abstencionismo esperan con impaciencia que Giolitti a?? la campaña electoral para dirigir sobre todo contra sus “primos”, como nos llaman sus discursos descabellados y atiborrados de lugares comunes. ¡Pero el partido socialista no tiene parientes, ni a derecha, ni a izquierda! En último análisis, esos antiparlamentarios dan más importancia que nosotros a la acción del Parlamento. En el fondo, nosotros nos asimos más a la plaza pública y al colegio electoral que a las filas de Montecitorio. Ellos, por el contrario, son los fervientes seguidores del candidato. Y este señor no es otro que el representante del “bloque” más informe: anarquistas, sindicalistas, mazzinianos y católicos intransigentes.
Es el candidato del inmenso partido de la indiferencia. Individuos con los que no queremos tener nada que ver. ¡Pues nosotros esperamos a los verdaderos revolucionarios en las urnas, como los esperaremos mañana en la prueba de las barricadas!

“¡Avanti!”, 13-7-1913






1919
O ELECCIONES O REVOLUCIÓN

Numerosos camaradas comienzan, desgraciadamente, a fijar su atención en las próximas batallas electorales, mientras que otros manifiestan en las filas del partido su oposición a participar en las elecciones; pero todos insisten en la necesidad del Congreso Nacional.
La dirección, sin embargo, no se pronuncia y mientras las elecciones se aproximan, se aplaza cada vez más la convocatoria del Congreso.
En una carta a los trabajadores de Europa, publicada por la “Riscossa” de Trieste, el camarada Lenin escribe, entre otras cosas interesantes:”…Hay hoy hombres como Maclean, Debs, Serrato, Lazzari, que comprenden que hay que acabar con el parlamentarismo burgués… (censura de Trieste)”.
Después de esta consideración lógicamente sacada de la adhesión de la adhesión de nuestro partido a la Tercera Internacional, Lenin escribe:
“El Parlamento burgués, incluso en la república más democrática, no es otra cosa más que una máquina de opresión contra millones de obreros constreñidos a votar las leyes, que otros han hecho a sus expensas. El socialismo ha admitido las luchas parlamentarias solamente a fin de utilizar la tribuna del Parlamento con fines de propaganda en tanto que la lucha tenga necesariamente que desarrollarse en el interior del orden burgués”.
Aquí también el texto está cortado por la censura. Pero, añadiremos nosotros, la lucha del proletariado es internacional y su táctica, como lo dice claramente el programa de Moscú aceptado por nuestra Dirección, es internacionalmente uniforme. Existen ya tres repúblicas comunistas, estamos, pues, de lleno en el curso histórico de la revolución, fuera del período en que la lucha se desarrollaba en el interior del orden burgués.
Llamar todavía al proletariado a las urnas equivale simplemente a declarar que no hay ninguna esperanza de realizar sus aspiraciones revolucionarias y que la lucha deberá necesariamente desarrollarse en el interior del orden burgués.
Sobre el programa de la dictadura proletaria, sobre su adhesión a la IIIa Internacional, he ahí sobre lo que escupe la Dirección del partido al decidir participar en las elecciones. ¿Cómo no ver esta contradicción fatal? ¿Cómo no comprender que decir hoy al proletariado: “¡A las urnas!” significa invitarlo a desviarse de todo esfuerzo revolucionario por la conquista del poder?
Nosotros gritamos con todas nuestras fuerzas: “¡El Congreso! ¡El Congreso!”
No es posible continuar así. Y en el momento en que la burguesía se prepara a yugular las repúblicas soviéticas, caen las ilusiones de revolucionarios convencidos que gustan demasiado de la facilidad y que, juzgando estériles las discusiones programáticas y teóricas (¡horror!), salen de apuros diciendo: “¡de todos modos, a las elecciones, no daremos abasto!”.
Camaradas “prácticos”, ¡se dará abasto a las elecciones! Y mientras que el sacrificio y el honor de salvar la revolución corresponderán enteramente a los proletarios rusos y húngaros que sin queja derraman su sangre y confían en nosotros, nosotros enviaremos al banquete parlamentario de Montecitorio una centena de héroes del altercado electoral, en el alegre olvido de toda dignidad y de toda fe que dan estas orgías.
¿Lograremos conjurar este peligro?

“IL Soviet”, 28-6-1919

PREPARACIÓN REVOLUCIONARIA
O PREPARACIÓN ELECTORAL

Consideramos que hemos entrado en el período histórico de la revolución en que ha llegado el momento para el proletariado de derrocar el poder burgués. Esto está hecho ya en numerosos países de Europa. En los otros, los comunistas deben dirigir todos sus esfuerzos a alcanzar el mismo fin.
Los partidos comunistas deben, pues, consagrarse a la preparación revolucionaria, educar al proletariado para conquistar y ejercer el poder, preocuparse de formar en el seno de la clase trabajadora los organismos aptos para asegurar la dirección de la sociedad.
Esta preparación debe ser programática para dar a las masas la conciencia del proceso histórico complejo que marcará el paso del capitalismo al comunismo. Debe ser táctica, puesto que se trata de formar Soviets listos para reemplazar los poderes centrales y locales, y de movilizar todos los medios indispensables para abatir a la burguesía.
En el período consagrado a esta preparación, todos los esfuerzos del partido comunista tienden a crear el ambiente de la dictadura proletaria defendiendo no solamente de palabra, sino con los hechos, el principio del gobierno de la sociedad por la clase obrera y la supresión de todos los derechos políticos para la minoría burguesa.
Si al mismo tiempo se quisiese llevar una acción electoral tendente a enviar al parlamento burgués representantes del proletariado y del partido, se quitaría toda eficacia a esta preparación revolucionaria.
Incluso agitando el programa máximo en las reuniones electorales y en la tribuna parlamentaria, los diputados comunistas se encontrarían en una situación contradictoria: defendiendo que el proletariado debe gobernar sin la burguesía, admitirían de hecho que los representantes del proletariado y de la burguesía continúen encontrándose en igualdad de derechos en los órganos legislativos del Estado.
En la práctica, se malgastarían todas las energías morales, intelectuales, materiales y financieras en el torbellino de los conflictos electorales. Los militantes, los propagandistas, los organizadores, la prensa, todos los recursos del partido, ya muy insuficientes, serían desviados de la preparación revolucionaria.
Dada la incompatibilidad teórica y práctica entre la preparación revolucionaria y la preparación electoral, nos parece que únicamente aquellos que no tienen la menor ¿? en las posibilidades de revolución pueden admitir lógicamente intervenir en las elecciones.
La incompatibilidad entre estas dos formas de trabajo no es una incompatibilidad momentánea que nos permitiría admitir que la una y la otra puedan sucederse. Ambas presuponen largos períodos de preparación que absorben toda la actividad del movimiento durante mucho tiempo.
Hay camaradas que están preocupados por la hipótesis de una abstención que no fuese seguida por la victoria revolucionaria. Estos temores no tienen fundamento. Incluso si el hecho de permanecer sin diputado representase un peligro (nosotros, por el contrario, pensamos, apoyándonos en una amplia experiencia, que sería una ventaja) este peligro estaría lejos de ser tan grave como el de comprometer, o incluso solamente retrasar, la preparación del proletariado a la conquista del poder.
A menos que se logre probar en teoría, pero sobre todo en la práctica, que la acción electoral no se ha convertido históricamente en fatal para la preparación revolucionaria, hay que rechazar, sin lamentarlo, sus métodos y concentrar todas nuestras fuerzas en la realización de los fines supremos del socialismo” ¡“Avanti!”, 21-8-1919

1921
ELECCIONES

Nosotros también esperábamos, y se comprende por qué, que no hubiesen tenido lugar. Pero a partir de ahora hay que abandonar toda esperanza. Las elecciones se harán. ¿Qué hará el Partido comunista?
Poniendo a un lado todas las modalidades que los órganos competentes puedan establecer, convendría, según ciertos camaradas, plantear esta cuestión: ¿el P.C. debe, o no debe participar en las elecciones? A mi entender, este problema no tiene razón de ser. Por razones bien claras de disciplina táctica internacional, el P.C. debe participar y participará en las elecciones.
Yo no pretendo que el problema de la táctica electoral haya sido resuelto definitivamente en el seno de la Internacional Comunista por las decisiones de su segundo Congreso. Yo creo incluso que nosotros, los abstencionistas, estamos en muy gran número en muchos partidos comunistas occidentales. Y no está excluido que la cuestión vuelva de nuevo a la orden del día del próximo IIIer Congreso. Si se produjese esto, yo defendería de nuevo las tesis que presenté en el Congreso del año último: para desarrollar mejor la propaganda comunista y la preparación revolucionaria en los países “democráticos” occidentales, los comunistas, en este período de crisis revolucionaria universal, deberían NO participar en las elecciones. Pero en tanto que están en vigor las tesis opuestas de Bujarin y Lenin, para la participación en las elecciones y en los parlamentos con un fin y según directivas antidemocráticas y antisocialdemocráticas, hay que participar sin discusión y atenerse a estas reglas tácticas. El resultado de esta acción suministrará nuevos elementos para juzgar si los abstencionistas estaban equivocados o tenían razón.
Ciertos camaradas abstencionistas – y aun algunos electoralistas – dicen: ¿Pero no se puede encontrar en las tesis de Moscú un pretexto que permita la abstención sin caer en la indisciplina? Ante todo, yo respondo a esto que el abstencionismo que nosotros intentamos hacer pasar por la puerta no debe entrar por la ventana, por medio de pretextos y de subterfugios. Además, todas las circunstancias de esta campaña electoral tienden a hacer más claros el espíritu y la letra de las tesis de Moscú a favor de la participación.
Que los camaradas relean todos los argumentos de Lenin y de Bujarin, y verán que corresponden más a momentos de reacción en que la libertad de movimiento del partido está restringida. Que relean los argumentos que yo he presentado y verán que se refieren sobre todo a situaciones de “democracia” y de libertad. Lo que no quiere decir que yo juzgue estos argumentos como superados en las circunstancias actuales. Cuando Lenin decía: “Nosotros hemos participado en la Duma más reaccionaria”, yo le respondí que el verdadero peligro se encuentra en los parlamentos más liberales. Lenin está convencido de que un partido verdaderamente comunista puede y debe participar en el Parlamento, pero admite, como yo, que en las condiciones de 1919 y con un partido no comunista, la participación tiene un carácter contrarrevolucionario.
Las dos tesis consideran el caso en que los partidos comunistas deberían boicotear el parlamento y las elecciones y se refieren a las situaciones “que permitan el paso inmediato a la lucha armada por la conquista del poder”. Yo desearía que fuese así, pero este no es caso hoy; no está excluido que la situación cambie mañana completamente: entonces no tardaríamos en barrer, con la barraca parlamentaria, los comités electorales que nuestro partido hubiese constituido.
Si yo hubiese escuchado las sugestiones de ciertos camaradas en Moscú, quizá hubiese podido obtener una “ampliación” de estas excepciones y quizás se las podría aplicar hoy, aunque nosotros nos encontremos, repito, en las condiciones específicas previstas por Lenin para una participación útil. Pero he preferido, por el contrario, presentar conclusiones netamente divergentes. Esto ha tenido la ventaja de darnos directivas claras y sólidas y desembarazarnos de la fastidiosa argumentación a la Serratti sobre las “condiciones especiales”. La centralización está en la base de nuestro método teórico y práctico: en tanto que marxista, yo soy primero centralista y solamente después abstencionista.
Se ha producido de un modo diferente para otras tesis y algunos arreglos sobre ciertos puntos han satisfecho a pequeñas opciones, más grandes, no obstante, que nuestro grupo de abstencionistas a toda costa. Pero en la aplicación, estas tesis que habían abandonado así algo una línea teórica precisa no se han revelado favorables a una acción revolucionaria eficaz y segura.
Los abstencionistas han sido los únicos en oponer conclusiones diferentes y netas las tesis presentadas por hombres cuya autoridad era y sigue siendo, a justo título inmensa, mientras que muchos críticos de última hora, no sabiendo oponer nada a las conclusiones contra las que se han rebelado después, guardaron silencio. Abstencionistas, nosotros debemos igualmente dar el ejemplo de la disciplina, sin trapichear, sin tergiversar. El Partido comunista no tiene, pues, ninguna razón de discutir para saber si debe participar en las elecciones. Debe participar. ¿Según qué modalidades? Esto será decidido a su debido tiempo. ¿Con qué objetivos? Es lo que dicen las tesis de Moscú, resumidas en estas pocas palabras: Romper el prejuicio parlamentario y aceptar, pues, en lugar de votos, contar las palizas y aún peor. Romper el prejuicio socialdemócrata y dirigir, pues, inflexiblemente nuestras baterías contra el partido socialdemócrata.
Los abstencionistas están en su puesto.
“IL Comunista” (14-4-1921)

MANIFIESTO PARA LAS ELECCIONES

¡Proletarios!
El Partido Comunista de Italia entra en la lucha electoral para reafirmar, en las grandes masas del pueblo trabajador, las consignas de la Internacional Comunista y de la revolución mundial que la Historia ha hecho actuales y poderosas.
Un gran trabajo hay para realizar por la vanguardia proletaria, por los militantes más fieles y más dedicados de la clase obrera para reorganizar las filas de los revolucionarios, devolver la fe y la voluntad, restablecer las fuerzas necesarias a la defensa y al ataque.
El Partido comunista, inspirándose en las enseñanzas históricas de las revoluciones proletarias modernas y del cuerpo de doctrina elaborado por el IIº Congreso de la Internacional Comunista, está persuadido de que necesario y útil servirse del período electoral para realizar estos fines. Hace un llamamiento a los mejores elementos del proletariado y de la clase campesina a fin de que movilicen bajo su bandera a todos aquellos que, en el caos y en la agonía del momento presente, han guardado la firmeza de carácter y la resolución de luchar sin descanso por el ideal de los oprimidos y de los explotados; que de la terrible descomposición de los ejércitos revolucionarios en Italia surjan los nuevos ejércitos de la reactivación; y que el Caporetto del maximalismo demagógico y miedoso sea seguido de un Vittorio Veneto de los proletarios.
Este gran trabajo debe ser y será realizado con valor, espíritu de sacrificio y de disciplina, sin que nos dejemos llevar por los éxitos inmediatos, ni abatir por las dificultades a afrontar. Será realizado con la serenidad y la perseverancia que deben ser lo propio del revolucionario comunista que aprecia el momento histórico a remontar, reconociendo la necesidad de la obra específica a emprender, forjando y consolidando un nuevo anillo de la cadena histórica que lleva a la emancipación de su clase y a la liberación de la humanidad.
¡CAMARADAS OBREROS!
Estas elecciones deben mostrar con exactitud hasta qué grado de conciencia política y de claridad en las ideas han llegado las grandes masas populares de Italia. Las elecciones de 1919 fueron el proceso de la clase dirigente, del personal político burgués, que en 1915 tenía en sus manos el destino del pueblo para despreciarlo, que pedía todos los sacrificios prometiendo bienestar y libertad y que mantuvo su promesa acumulando desastres, vergüenzas, miserias y tiranía. Las elecciones de 1921 deben ser el proceso del Partido Socialista, del personal político que las clases populares eligieron en el Partido socialista, después de las desilusiones de la guerra, para hacerse representar en el Parlamento, para administrar los sindicatos, las cooperativas y los municipios.
A las promesas hechas durante la guerra por la burguesía corresponden las promesas hechas por el Partido socialista después del armisticio. A un fracaso corresponde otro fracaso. Las grandes masas populares habían confiado su suerte al nuevo personal dirigente; habían constituido un ejército inmenso para la lucha suprema; se mostraban listas a afrontar todos los peligros y todos los sufrimientos con tal de que se saliese del infierno capitalista y se comenzase, bajo la protección de un poderoso Estado proletario, a elaborar y a construir una nueva civilización sobre las bases del comunismo. Las incertidumbres, las vacilaciones y el miedo del Partido socialista han conducido al hundimiento de este ejército proletario. El Partido socialista ha aparecido con toda claridad, sobre todo después de la salida de sus filas de la minoría comunista, como un simple partido pequeñoburgués desprovisto de todo espíritu internacionalista, sin fe en la energía revolucionaria del proletariado, lleno de admiración por la democracia burguesa y por los recursos técnicos y políticos del Capital y de sus lacayos; se ha revelado incapaz de organizar a las masas no solamente para las victorias supremas de la revolución, sino incluso para defender y preservar sus conquistas y sus organizaciones de clase.
Todo obrero consciente del proceso histórico de las revoluciones proletarias debe persuadirse en lo sucesivo que su clase no podrá ir adelante en Italia más que pasando sobre el cadáver del Partido socialista; debe estar persuadido de que será imposible vencer a la burguesía si no se desembaraza primero el terreno de este cadáver en putrefacción que debilita y con frecuencia aniquila las energías proletarias, retrasando el despertar y la organización de las grandes masas populares. Sin vacilación, sin amargura de orden sentimental, seguro de realizar así una parte no despreciable de su misión histórica, el Partido comunista dirige su propaganda durante este período electoral, abriendo el fuego en dos frentes:
- contra el imperialismo capitalista incapaz de satisfacer las exigencias vitales de las masas proletarias más que con el plomo y la cachiporra de los guardias blancos.
- contra el Partido socialista que ha renegado de la Internacional Comunista antes que obligarse al duro deber de preparar la revolución, que no habiendo querido preparar sistemáticamente la clase obrera a la revolución, se encuentra hoy incapaz de contener todo asalto de la reacción y debe asistir, paralizado por el estupor y el pánico, al incendio y a la destrucción de los edificios proletarios y a la masacre sistemática de los militantes revolucionarios.
¡PROLETARIOS COMUNISTAS!
La propaganda luminosa de los valerosos teóricos del comunismo internacional había preparado ya vuestros espíritus a los acontecimientos que vemos desarrollarse también en nuestro país. Por eso no estáis intimidados y jamás habéis pensado en remendar ni en corregir vuestra línea y vuestro programa. Estos acontecimientos mismos prueban bien cómo permanecen, se generalizan y se profundizan las premisas económicas y sociales para el advenimiento del Estado obrero. Si el Estado parlamentario no puede ya garantizar a ningún ciudadano las libertades fundamentales; si la arbitrariedad y la violencia vencen; si todo individuo puede substituir impunemente a la autoridad legal para detener, juzgar y condenar; si las poblaciones son torturadas y aterrorizadas; si la pena de muerte es restablecida de hecho en contra de los militantes obreros; todo esto significa que el control de las fuerzas productivas escapa completamente a los antiguos grupos dirigentes, que el orden establecido de las jerarquías sociales se rompe sin remedio y que el día no está lejano en que las capas populares más profundas se levantarán en un movimiento irresistible contra un régimen que no subsiste más que como excrescencia infecta de esta sociedad.
En adelante es evidente que el capitalismo no puede ya reorganizarse ni restablecerse sobre sus bases esenciales más que sembrando la muerte y la barbarie entre las grandes masas populares. Es igualmente evidente que el desarrollo ulterior de la organización proletaria se ha hecho imposible en los marcos sindicales, cooperativos y municipales. Las ligas campesinas, diseminadas a través de un vasto territorio, no pueden resistir al asalto sistemático de las bandas armadas.
Los grandes sindicatos de obreros industriales caen en migajas, pues el lock-out y el paro desarticulan las antiguas formaciones, mientras que los despidos alejan de las fábricas y de las ciudades a los mejores elementos del proletariado y privan a las organizaciones de sus agentes y de sus lazos vivos con la masa. Los municipios dan la prueba flagrante de una de las tesis de la Internacional Comunista: cuando la lucha de clase alcanza su fase más aguda, todo duelo oratorio entre oprimidos y opresores se hace inútil y ridículo en las asambleas elegidas, e igualmente inevitable es la dominación de una sola clase: la burguesía o el proletariado.
En Italia, la burguesía expulsa por las armas a los representantes de los obreros en los municipios, obliga a las administraciones socialistas a dimitir y afirma su voluntad de monopolizar por la violencia los poderes locales. La burguesía misma enseña, pues, a las masas la vía a seguir para mantener su nivel de organización y para crear las condiciones de un desarrollo ulterior hasta la emancipación total: conquista de todos los poderes del Estado, dictadura de clase, uso de la fuerza armada del proletariado para aplastar el terrorismo burgués e imponer a la burguesía, presa de la descomposición y del desorden, el respeto de las leyes y la ley del trabajo productivo.
¡CAMARADAS OBREROS!
Existen todas las premisas económicas y sociales para la revolución proletaria y para la fundación del Estado obrero. Pero aún faltan las premisas espirituales: una neta orientación política de las grandes masas, una línea concreta para la acción, el reconocimiento por las grandes masas de un organismo político central que sepa lanzar consignas que resuenen en la conciencia universal del proletariado como imperativos ineluctables de la historia. Debéis trabajar activamente, camaradas, en este período en que se agitan las ideas y los programas, para hacer que se conozca al Partido comunista, para que viva y actúe en la conciencia de los proletarios, para destruir las leyendas y las calumnias que una prensa vendida difunde hábilmente a cuenta suya; debéis trabajar para que el Partido comunista se convierta en la potencia más grande de Italia, como la Internacional Comunista se ha convertido en la potencia más grande del mundo. Camaradas, con orgullo y fortaleza de ánimo debéis defender a vuestro partido y su programa; debéis transmitir a las masas vuestra confianza y vuestra convicción de que solamente la realización de este programa podrá salvar al pueblo trabajador de la barbarie y de la degeneración física y moral. ¡Sí! Es únicamente en el proletariado donde hay que buscar hoy el principio de orden susceptible de reorganizar las fuerzas productivas que el imperialismo capitalista ha dispersado y despilfarrado; es únicamente en la organización de los Soviets, propia de la civilización proletaria, donde puede ser ahogada la guerra atroz que desgarra a la sociedad; es únicamente en la Internacional Comunista, convertida en gobierno mundial de las fuerzas productivas y de las masas trabajadoras de todos los países, donde la humanidad puede reemprender su marcha unitaria hacia formas cada vez más altas de vida y de cultura. Camaradas, la fe inquebrantable que tenéis en el destino de vuestra clase y en la energía de la vanguardia proletaria para realizarlo, la difundiréis entre las masas desmoralizadas y desorientadas; vosotros reconstruiréis los ejércitos italianos de la revolución mundial y de la Internacional Comunista. Es a un trabajo revolucionario al que os llama el Partido comunista, un trabajo que debe ser realizado y que vosotros realizareis movilizando todas vuestras energías, concentrando toda la pasión y toda la voluntad de que son capaces los soldados fieles y dedicados a una gran causa.
¡OBREROS ITALIANOS!
La Internacional Comunista a la que llama vuestro entusiasmo, es el movimiento de vuestra reactivación y de vuestra emancipación. El Partido comunista debe convertirse por obra vuestra en el único partido político de la clase obrera italiana.
¡Viva el proletariado italiano definitivamente liberado de los oportunistas y de los renegados!
¡Viva la Internacional Comunista!
¡Viva la Revolución mundial!
EL COMITÉ CENTRAL
“IL Comunista”, 21 de abril 1921


1924
¿NOSTALGIAS ABSTENCIONISTAS?

No sería ni siquiera concebible que miembros del Partido comunista tengan una actitud práctica en favor de la abstención. Y esto no es solamente una cuestión de disciplina de partido. Basta pensar que la opinión de diversos camaradas que se pronunciaron en 1919 -1920 por la práctica abstencionista no tenía sentido más que como proposición hecha a la Internacional y no era aplicable más que por ella, sobre la base de deliberaciones precisas y a escala de los diferentes países. Ninguno de nosotros ha puesto en duda en 1921 que el Partido comunista, apoyándose en las decisiones del Iº Congreso de la Internacional, debería intervenir entonces en la campaña electoral.
No hay lugar para abrir de nuevo el debate sobre esta cuestión para saber si las tesis abstencionistas son todavía teóricamente presentables. Estas tesis insistían sobre dos órganos de hecho: una situación internacional que era el preludio a una ofensiva del proletariado, y un régimen de amplia democracia en vigor en un grupo importante de países. Todo el mundo sabe bien que tanto en el plano internacional como en la política italiana estas condiciones se han, no digamos invertido, pero sí modificado en relación a aquellas de las que partían nuestras premisas.
Ciertamente, nuestras tesis abstencionistas no tenían un valor puramente contingente; pero el camarada Grieco ha mostrado con razón que hoy ya no existen los peligros que los abstencionistas veían en 1919, cuando Nitti logró conjurar la tempestad revolucionaria gracias a la diversión electoral ofrecida al partido socialista.
Hoy, la situación es muy diferente y todos saben por qué. La catástrofe que nos amenaza no es el tener ciento cincuenta diputados proletarios o que se llaman así. No me detendré acerca de los problemas de la actual campaña electoral. Me bastará constatar que los muy graves peligros que corríamos entonces se han alejado completamente.
Lo que me preocupa son las manifestaciones de ciertos camaradas a favor de un abstencionismo contingente y que no refleja una simple actitud de abstención cara a la lucha de los partidos. Pues estas nostalgias, más que referirse a las razones revolucionarias que en otros tiempos habíamos expuesto, se ligan con toda evidencia a una apreciación, un estado de espíritu y una ideología que están muy lejos del comunismo. Esto no sería menos grave que una indisciplina formal.
Para ser sincero, hay que reconocer que la conclusión:” habríamos hecho mejor absteniéndonos” no puede derivarse más que de este razonamiento: no vamos a las elecciones porque no se hacen en plena libertad, no serán la expresión legítima de la voluntad de los electores, no nos darán la satisfacción de alcanzar una cifra reconfortante de votos y de elegidos; o también: si nos abstenemos, pondremos en apuros al fascismo despreciándolo a los ojos del extranjero.
¿Por qué todas estas razones están desprovistas de espíritu comunista de clase?
Porque no es de comunista dar a entender que en régimen de democracia y de libertad las elecciones traducen la voluntad efectiva de las masas. Toda nuestra doctrina se levanta contra esta mentira colosal de la burguesía; toda nuestra batalla está dirigida contra aquellos que la divulgan y que niegan los métodos de acción revolucionaria del proletariado. Todo el mecanismo liberal de las elecciones no está hecho más que para dar una sola respuesta, constante y necesaria: régimen burgués, régimen burgués…
Lo que se debe denunciar en la degeneración electoralista es el método “deportivo” de carrera a los resultados numéricos que se apodera de todos los participantes y a veces incluso de nosotros. Las nostalgias abstencionistas de hoy me parece que se derivan precisamente de esta enfermedad del electoralismo por el electoralismo.
Por el contrario, la Internacional exige (y no es a nosotros, abstencionistas, a quienes disgustará) que vayamos a las elecciones no como a un ejercicio de cretinismo parlamentario sino como a un momento, un episodio de una lucha de clases sin tregua. La degeneración del electoralismo en colaboración es más difícil de evitar ahora. Numerosos son los motivos que hacen imposible hacer callar la antipatía instintiva de los revolucionarios por las disputas electorales.
No quiero decir ¡ojo! que debamos aceptarlas como un desafío a recoger sobre el terreno de la violencia. Para aceptar tales provocaciones hay que tener en cuenta muchos otros elementos de estrategia política que hoy están excluidos. Ya que no podemos hablar de transformar la campaña electoral en guerra de clase, por lo menos debemos guardarnos de toda actitud política que pudiese olvidar a las masas la necesidad de la solución revolucionaria. Ese sería el caso de una abstención ultracretina que nos uniría a aquellos reformistas que lloran la libertad perdida, pero sobre todo la ocasión que ellos han perdido de ponerse en el lugar del fascismo para desjarretar al proletariado.
¿Tiene un fundamento de clase el argumento según el cual una amplia abstención afligiría un golpe al renombre del fascismo en el extranjero? ¡De ninguna manera! Eso sería figurarnos que la burguesía en el extranjero puede ayudarnos contra el fascismo: un buen comunista sabe bien que aquélla sólo puede regocijarse de la o??? del fascismo en Italia y que si ella no juzga conveniente imitarlo en su país, no es más en virtud de sus intereses y no porque la escandalicen las violaciones de la democracia pura. ¿Vamos a buscar nuestros métodos de acción revolucionaria en la escuela del “Corriere Della Sera” o de las hojas de Nitti? Semejante abstencionismo apesta a bloque de clases, es decir, a la forma podrida de la sífilis electoral.
Todo buen comunista no tiene más que un deber: combatir, con ayuda de estos argumentos de clase, la tendencia a la abstención de numerosos proletarios, conclusión equivocada de su hostilidad al fascismo. Actuando así, haremos una excelente propaganda y contribuiremos a formar una conciencia resueltamente revolucionaria que nos servirá cuando llegue el momento, impuesto por los hechos y no por nuestra sola voluntad de boicotear la barraca del parlamento burgués para abatirla.
“Stato Operaio”, 28-2-1924

1926

BALANCE DEL AVENTINO ANTIFASCISTA

La participación en las elecciones de 1924 fue un acto político muy afortunado, pero no se puede decir otro tanto de la proposición de acción común hecha a los partidos socialistas, ni de la etiqueta de “unidad proletaria” que tomó. Igualmente deplorable fue la tolerancia excesiva con respecto a ciertas maniobras electorales de los Terzini. Pero los problemas más graves se plantearon con ocasión de la crisis abierta por el asesinato de Matteotti.
La política de la Dirección reposaba en la idea absurda de que el debilitamiento del fascismo habría puesto en movimiento primero a las clases medias, después al proletariado. Esto significaba, de un lado, una falta de confianza en las capacidades de clase del proletariado, que había permanecido vigilante incluso bajo el aparato aplastante del fascismo, y, de otro lado, una sobrestimación de la iniciativa de las clases medias. Además de la claridad de las posiciones marxistas en la materia, la enseñanza central sacada de la experiencia italiana prueba que las capas intermedias se dejan arrastrar de un lado o del otro y siguen pasivamente al más fuerte: al proletariado en 1919 -1920, al fascismo en 1921-22-23, y hoy, después de un período de agitación ruidosa, de nuevo siguen al fascismo.
La Dirección cometió un error abandonando al Parlamento y participando en las primeras reuniones del Aventino, mientras que hubiese tenido que permanecer en el Parlamento, hacer en él una declaración de lucha política contra el gobierno y tomar asimismo inmediatamente posición contra la premisa constitucional y moral del Aventino, que determinará la salida de la crisis en beneficio del fascismo.
No está excluido que los comunistas hubiesen podido llegar a abandonar el Parlamento. Pero lo habrían hecho dando a este paso su fisonomía propia y únicamente en el caso en que la situación les hubiese permitido llamar a las masas a la acción directa. Era entonces un momento en que se deciden los desarrollos ulteriores de una situación. El error fue, pues, fundamental y decisivo para apreciar las capacidades de un grupo dirigente. Y condujo a una utilización muy desfavorable por parte de la clase obrera primeramente del debilitamiento del fascismo, después, del fracaso estrepitoso del Aventino.
El regreso al Parlamento en noviembre de 1924 y la declaración de Repossi fueron benéficas, como lo ha demostrado el movimiento de aprobación del proletariado. Pero se han producido demasiado tarde. Durante mucho tiempo la Dirección vaciló y no llegó a decidirse más que bajo la presión del partido y de la izquierda. La preparación del partido se apoyó sobre instrucciones incoloras y una apreciación fantásticamente equivocada de las perspectivas (informe Gramsci al Comité Central, agosto de 1924). La preparación de las masas, basada enteramente no sobre el fracaso del Aventino, sino sobre su victoria, fue la más mala posible con la oferta de constituirse en Antiparlamento, que el Partido hizo a la oposición. Una táctica semejante volvía ante todo la espalda a las decisiones de la Internacional, que jamás ha considerado el hacer proposiciones a partidos netamente burgueses; y además era de tal naturaleza como para hacernos salir del dominio de los principios y de la política comunistas, así como en general de la concepción marxista de la historia. Independientemente de las explicaciones que los dirigentes pudiesen dar acerca de sus fines y de sus intenciones (las cuales jamás habrían tenido más que repercusiones muy limitadas), lo cierto es que esta táctica presentaba a las masas la ilusión de un Anti-Estado que luchaba contra el aparato de Estado tradicional, mientras que en la perspectiva histórica de nuestro programa no hay otra base para un Anti-Estado más que la representación de la clase productora únicamente: el Soviet.
Lanzar la consigna de un Anti-Parlamento apoyándose en el país sobre los comités obreros y campesinos, era confiar el estado mayor del proletariado a representantes de grupos sociales capitalistas, como Améndola, Agnelli, Albertini.
Aparte de la certidumbre de que no se llegaría a una situación semejante, que no podría ser caracterizada más que como una traición, el solo hecho de presentarla como perspectiva de una oferta comunista significa violar nuestros principios y debilitar la preparación revolucionaria del proletariado (…)
“Tesis de Lyon”, III – Cuestiones italianas


INDICE

Introducción……………………………………………………………………… 2
I. – PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA: EL AÑO 1919…………………. 6
- El parlamentarismo y la lucha por los soviets (Zinoviev)……………. . 8
- Jean Longuet: decadencia del parlamentarismo (Trotsky)…………. 11

II. – EN EL IIº CONGRESO DE LA INTERNACIONAL
COMUNISTA………………………………………………………………. 15
- Discurso del ponente (Bujarin) ………………………………………….. 17
- Discurso del representante de la Fracción Abstencionista
Italiana……………………………………………………………………… 22
- Discurso de Lenin ………………………………………………………... 26
- Réplica del representante de la Fracción Abstencionista
Italiana……………………………………………………………………… 28
- Introducción de Trotsky y Tesis de Bujarin-Lenin
adoptadas por el Congreso………………………………………………. 29
- Tesis presentadas por la Fracción Abstencionista
Italiana……………………………………………………………………… 33
III. - EN LA PRUEBA DE LAS GRANDES BATALLAS DE
CLASE (1913 – 1926)…………………………………………………….. 36
- 1913: Contra el abstencionismo…………………………………………. 39
- 1919: O elecciones o revolución…………………………………………. 41
Preparación revolucionaria o preparación electoral……………. .42
- 1921: Elecciones…………………………………………………………… 43
Manifiesto electoral del Partido Comunista
en Italia…………………………………………………………….45
- 1924: Nostalgias abstencionistas………………………………………48
- 1926: Balance del Aventino antifascista……………………………….50