terça-feira, 9 de outubro de 2012

Minuta sobre Economía mundial -- parte 2


III. El “catastrofismo” o la “teoría del colapso”

 

Al analizar las perspectivas de la crisis, algunas corrientes retoman la teoría de la catástrofe inevitable del capitalismo, como resultado del desarrollo in extremis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y de otras leyes señaladas por Marx, teoría que existe desde el siglo XIX. En una obra más reciente, Génesis y estructura del Capital (1989), Roman Rosdolski la considera una de las conclusiones centrales de Marx.

 

Entre sus defensores actuales está el PO argentino: “El capitalismo es un modo de producción históricamente condicionado y, por lo tanto, condenado a agotarse como consecuencia de sus propias contradicciones. (…) Marx concibe, pues, el desarrollo capitalista como un proceso plagado inevitablemente de movimientos catastróficos. (…) El capitalismo revela una tendencia inevitable a su derrumbe, creando así las condiciones necesarias para su superación.”[1]

 

Como el capitalismo marcha inevitablemente hacia “su derrumbe”, cada crisis es sólo un nuevo “movimiento catastrófico” en esa dirección. En este sentido, resulta secundario estudiar los cambios que se producen en su interior y las características específicas de cada crisis.

 

Nahuel Moreno criticó duramente esta concepción calificándola de “milenarista”[2]. Su principal falla conceptual es que se basa en un análisis económico “puro” totalmente desligado de los procesos de la lucha de clases. El sistema capitalista imperialista está llevando a la humanidad a niveles cada vez mayores de destrucción y, en este sentido, a mayores “catástrofes”. Es posible también que esta crisis sea mucho más fuerte que la de la década de la década del 90 o la de 2001-2002. Pero, como la experiencia histórica ya ha demostrado, no caerá por sí mismo, por el peso de sus “tendencias inevitables”, si no es derrotado y destruido por la revolución socialista mundial.

 

Por eso, cómo va a incidir una determinada crisis económica en esa perspectiva estratégica, es decir, si nos acerca o nos aleja de ella, no es algo que se definirá en el terreno de la “economía” sino en el de la lucha de clases. Especialmente, la existencia o no de una dirección revolucionaria o la posibilidad de avanzar en su construcción. No es casual que Trotsky plantee en el Programa de Transición la cuestión más objetiva (“las fuerzas productivas han cesado de crecer”) junto con la más subjetiva (“la crisis de la humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria”).

 

NM desarrolla esta idea en su “ley de inversión de los factores de causalidad”: los procesos ocurridos en la época imperialista, sean políticos o económicos, sólo pueden analizarse considerando como cuestión central el problema de la dirección. Sobre esta base, explica, por ejemplo, que el boom económico de posguerra sólo puede entenderse por las traiciones del estalinismo.         

 

IV. El papel de China

 

En una visión opuesta, Chesnay y otros autores analizan el gran cambio estructural que significó la restauración capitalista en los ex estados obreros, especialmente en China. Esto le permitió al capitalismo recuperar directamente esos grandes mercados y, especialmente, generar un nuevo polo de producción y extracción de plusvalía en Asia (China + Corea del Sur + los “tigres”), que se transformó, primero, en un potente dinamizador de la economía mundial y, luego, en un potencial “competidor” de los imperialismos tradicionales. Esto abriría la posibilidad de que ese polo sea el “motor alternativo” de la economía mundial evitando, o al menos amortiguando, la caída en una crisis mundial generalizada. 

   

El fondo del debate, entonces, es la definición de qué tipo de país es China y su posible papel actual. A diferencia de años anteriores, cuando muchos autores sostenían que aún era un estado obrero, hoy ya es bastante generalizada la opinión de que se ha restaurado el capitalismo. Por eso, la discusión actual es si China ya es una gran potencia capitalista, o va en rápido camino de serlo, como sostienen diversos analistas burgueses y autores como Chesnay o si, por el contrario, sigue siendo un país atrasado transformado en la mayor semicolonia mundial del imperialismo, especialmente el estadounidense, como sostenemos nosotros y otras organizaciones.   

 

Chesnay parte de varios hechos objetivos: desde la década del 90, China ha tenido las mayores tasas mundiales de crecimiento económico; en 2007, alcanzó el tercer lugar en la lista de PIBs nacionales y se ubicó como el mayor exportador y el tercer importador mundial. Él analiza que este crecimiento fue impulsado básicamente por las inversiones extranjeras, con el objetivo de aprovechar las ventajas que ofrecía el estado chino y los bajísimos salarios que permitían la extracción de una gigantesca masa de plusvalía. Esto no sólo sostuvo la acumulación mundial de los últimos años sino que también ayudó a presionar la baja de los salarios industriales en EE.UU. y Europa. De esta forma, China se fue convirtiendo en la “fábrica del mundo” con un modelo de crecimiento que él denomina “arrastrado por las exportaciones”.

 

Hasta aquí, ninguno de los elementos señalados sería contradictorio con una caracterización de semicolonia. Pero Chesnay se encarga de aclarar este punto:

 

“Hemos subrayado el rol de las inversiones de grupos industriales estadounidenses y (…) también de los grupos industriales japoneses que la convirtieron en una de sus bases industriales externas. Sin embargo, el lugar ocupado en la economía mundial por China y en mucho menor grado por la India no puede reducirse solamente a la ‘exportación’ de las relaciones de producción capitalista desde los países de la Tríada. Está basado en un proceso autóctono de acumulación impulsado por fuerzas sociales endógenas. Lo que distingue a tales “países continentes” de otros ‘grandes países emergentes’ a los que suele aproximárselos”.[3]

 

Es decir, la burguesía china habría aprovechado el impulso dado por las inversiones imperialistas para generar “un proceso autóctono de acumulación” que distingue al país de otros “emergentes”. En el mismo material, expresa que si bien los EE.UU, están en el origen de los principales impulsos y fueron los arquitectos de su correspondiente régimen institucional, al trasladar los capitales hacia China, para combatir la caída de la tasa de ganancia, ayudaron a la emergencia de un rival al menos potencial”. Una tesis parecida es presentada por Perry Anderson, otro prestigioso intelectual marxista[4].

 

En otro artículo, Chesnay hace una analogía con el resultado negativo para el imperialismo de la invasión y la ocupación de Irak: ¿No ocurre algo análogo en lo que hace a la ayuda industrial y tecnológica masiva aportada a China, cuyo tamaño, cultura e instituciones estatales lo convierten en el único gran Estado capaz de de devenir un rival económico y militar directo de los Estados Unidos?”[5].

 

En otras palabras, como resultado de sus propias contradicciones y necesidades, el imperialismo habría ayudado a crear una “potencia autónoma” capaz de disputarle la hegemonía mundial no sólo en el terreno económico sino también en el político-militar.

 

A partir de estas definiciones, él caracteriza que el curso de la actual crisis y el de la economía mundial dependerán de lo que ocurra en el polo China-Asia:

 

“…el principal interrogante, del que realmente depende el curso de la crisis financiera, se refiere a Asia. Esta crisis financiera podría no desembocar en una crisis mundial grave del tipo de la de 1929, si no se produjera una desaceleración general de la demanda mundial que revelase que hubo -desde el 2002 y más aún luego de 2003- un proceso de sobre acumulación en todas las economías asiáticas de la costa del Pacífico (en China, pero también en Japón, Corea y Taiwán)”.(…)El análisis del movimiento de acumulación, de sus contradicciones y de su crisis debe hacerse concediendo todo su lugar al que tal vez ya sea, en la configuración actual, su piedra angular: China. (...) la crisis en gestación debe ser pensada en un marco donde Asia ha pasado a ser un componente esencial”.[6]

 

Es una variante de la teoría del “desbloqueo” sostenida por diversos economistas burgueses, que asignan a China y a otros países el posible rol de “motor alternativo” que “desbloquee” una parte de la economía mundial y así frene o amortigüe la crisis.     

 

China: gran semicolonia del imperialismo

 

Para refutar la tesis de China “gran potencia mundial” y sostener la caracterización que es una gigantesca semicolonia del imperialismo, vamos a recordar diversos elementos señalados en un artículo de Marxismo Vivo de varios años atrás[7]. En ese material, se analiza que la economía china crecía a tasas altísimas pero lo hacía desde un nivel muy bajo, propio un país atrasado:

 

“La forma en que se está dando ese crecimiento hace que China no sea una amenaza para las actuales potencias imperialistas. En realidad, no es siquiera una amenaza económica para los países más importantes de su área, los llamados ‘tigres asiáticos’. Mas aún, China no sólo no apunta a convertirse en una gran potencia económica, sino que, por el contrario, camina a pasos acelerados en dirección a una semicolonia del imperialismo, si es que ya no lo es”.

 

Ese crecimiento era, en gran medida, artificial y, por lo tanto, frágil e inestable, porque se apoyaba fundamentalmente “en cinco condiciones favorables pero de carácter sólo coyuntural (…) la apertura que existe en la mayoría de los mercados del mundo para los productos chinos baratos; la existencia de una dictadura que posibilita una superexplotación feroz; los incentivos a las empresas privadas apoyados en el ‘sacrificio’ de las empresas estatales; los salarios extremamente bajos, aun comparados con los países más atrasados del tercer mundo, y las importantes inversiones venidas del exterior”. La conclusión era que: “El crecimiento de la economía es tan frágil que bastaría que sólo uno de estos factores se modificase para que todos los restantes lo hagan y, de esta forma, el crecimiento se transforme en estancamiento o retroceso. Esta es la situación que se está aproximando”.

 

El crecimiento continuó

 

Han pasado casi 8 años y la economía china ha seguido creciendo. ¿Ese análisis estaba equivocado y ha tenido razón Chesnay sobre el “desarrollo autónomo” de China como “potencia”? Creemos que no: ese análisis era estructural y no coyuntural. En este sentido, la continuidad del crecimiento se explica porque las condiciones señaladas siguieron cumpliéndose. Incluso, algunas de ellas se acrecentaron, en el marco del ciclo de crecimiento económico mundial iniciado a finales de 2002, como las inversiones extranjeras y las posibilidades exportadoras.

 

En el período 1990-2000, las inversiones extranjeras tuvieron un promedio anual de poco más de 30.000 millones de dólares; posteriormente: 53.505 millones (2003); 60.630 (2004); 72.406 (2005) y 69.468 (2006). Actualmente, se estima que el stock acumulado de inversiones extranjeras representa un monto equivalente al 50% del PBI[8]. Veamos el siguiente cuadro de los países de origen y su porcentaje de la inversión total:

 

País                                        %                                          

Hong Kong                            29.75%

Islas Vírgenes                         14.96%

Japón                                      10.82%

Unión Europea                         8.61%

Corea del Sur                           8.57%

Estados Unidos                        5.07%

Singapur                                   3.65%

Taiwán                                     3.57%

Islas Caimán                             3.23%

Samoa Occidental                    2.24%

 

Más de 2/3 de las inversiones fueron al sector industrial y un 10% al sector inmobiliario[9]. Actualmente, 450 de las mayores compañías del mundo tienen inversiones en el país, al igual que otras millones de empresas de menor tamaño. Un “aluvión inversionista” que busca extraer directamente gigantescas masas de plusvalía. El propio Chesnay estima que “si consideramos el cuadro general en términos de masa y no de tasa, la mayor parte de la plusvalía que permite la reproducción del capital ahora proviene de Asia y sobre todo de China”[10].       

 

Con respecto a las exportaciones, en 2007, el país se ubicó en primer lugar en el mundo, superando ampliamente el billón de dólares. Más del 40% del PIB chino depende de esas exportaciones. El principal mercado son los EE.UU. hacia donde exportaron más de 300.000 millones de dólares. Sólo Wal Mart, que tiene una densa red de producción tercerizada en China, asegura el 10% de las ventas chinas en el exterior, la mayor parte a EE.UU.

 

Todos esos factores combinados (altas inversiones extranjeras, economía girada hacia las exportaciones, bajísimos salarios, extracción directa de una gran masa de plusvalía por las empresas imperialistas), al mismo tiempo que explican la continuidad de los altos índices de crecimiento, determinan una configuración típica no de una gran potencia sino de una economía semicolonial o, como mínimo, profundamente dependiente y dominada por el imperialismo.

El papel de China en la crisis

Definido el carácter semicolonial de China., la pregunta es si una economía de este tipo puede ser el “motor alternativo” de la economía mundial frente a una crisis económica mundial, con epicentro en EE.UU. Afirmamos categóricamente que no.

En las últimas décadas, su economía fue construida como una especie de gran “fábrica del mundo”, base de una parte muy importante de la masa de plusvalía extraída en  el planeta. Pero su economía es dependiente y subsidiaria de la  de EE.UU. Si la “locomotora principal” se frena, la “auxiliar” no podrá traccionar por sí sola el tren y, tarde o temprano, también se irá frenando.

Sin embargo, existe la hipótesis de que este proceso inevitable se dé en “dos tiempos”. Es posible que, en un primer tiempo, la crisis en EE.UU. y Europa provoque una nueva oleada de inversiones de capitales en China que busquen recuperar la tasa de ganancias, al mismo tiempo que los bajos precios de los productos industriales chinos les permitan competir con éxito en los mercados mundiales. De esta forma, en este primer período, la economía china se frenaría a un ritmo mucho menor que la estadounidense o la europea o hasta podría seguir creciendo a tasas altas. Pero, en un punto, comenzará a sufrir la reducción de la demanda mundial, especialmente de EE.UU., su principal comprador, y experimentará una crisis de superproducción.

Recordemos, además, que la lógica de las potencias imperialistas, a pesar de los “profundos cambios estructurales” que señalan Chesnay y otros, sigue siendo la de descargar la crisis sobre los países más débiles, a través de diversos mecanismos. Por eso, China no sólo no puede transformarse en la “locomotora principal” sino que, en este “segundo tiempo”, sufrirá con muchísima mayor dureza las consecuencias de la crisis mundial. Y arrastrará violentamente consigo a aquellos países que, como Brasil y Argentina, basan gran parte de su bonanza actual en la venta a China-India-Asia de alimentos, minerales y otras materias primas.

Un debate que debe continuarse

Existen otros aspectos de este debate que no vamos a profundizar pero sí queremos señalarlos. Si el sistema capitalista imperialista fue capaz de transformar el atrasado estado obrero chino en una gran potencia mundial, eso significa que habría demostrado ser superior al sistema de la economía estatal planificada. Más aún, eso significaría que, en última instancia, todavía puede jugar un papel progresivo ya que, aunque de modo distorsionado y deformado, aún tiene condiciones de desarrollar las fuerzas productivas.            

V. Las perspectivas

 

Resulta claro que los 600.000 millones de dólares que los bancos centrales de los países imperialistas gastaron el año pasado después del reventón de la burbuja inmobiliaria, más el dinero que siguen inyectando en los mercados[11], y la fuerte rebaja de la tasa interbancaria de la Fed, aunque evitaron la caída de algunas instituciones financieras y una “corrida” generalizada, no lograron revertir la dinámica recesiva del proceso.

 

Este hecho muestra que no se trata sólo de una “crisis financiera” como afirma Chesnay. También evidencia que el proceso ha llegado a un punto en que estas “inyecciones financieras” actúan sólo como un medicamento para el dolor superficial frente a un paciente que padece una enfermedad grave, que no hará más que avanzar. Se trata entonces de ir precisando sus ritmos y la profundidad que va a alcanzar, en un seguimiento de la coyuntura y el proceso en su conjunto.

 

La perspectiva de un crack financiero mundial y el inicio de una fase descendente profunda están planteados no sólo por las contradicciones estructurales del capitalismo, sino por el agravamiento de estas contradicciones y las profundas deformaciones que el sistema económico mundial desarrolla de forma creciente. No es casual que Stitglitz y Krugman hablen de “la peor crisis desde 1929”.

 

La “quema” de capitales requerida por la actual situación es muy grande no sólo porque la crisis de 2001-2002 fue “cortada” a mitad de camino en ese proceso sino porque, desde entonces, el volumen global de capitales en el mundo ha crecido geométricamente. La caída de los grandes bancos inmobiliarios y de inversión en EE.UU. muestra que la “quema” ya ha comenzado en ese sector. Pero este proceso debe profundizarse mucho más y afectar con bastante dureza también al “sector productivo” que venía siendo sostenido, en gran medida, por esos capitales especulativos y ficticios. Este es, entonces, uno de los rasgos propios de esta crisis: la necesidad de quemar un volumen gigantesco de capitales.    

 

Como hemos visto al analizar la situación de China, es posible que este proceso se dé en “dos tiempos”, que primero en que se frene y caiga EE.UU. (lo que ya parece estar sucediendo), pero que China aún mantenga cierto impulso, para luego frenarse también. En este caso, habría un fin de la fase ascendente de la “montaña rusa” pero, en lugar de una caída abrupta, tendríamos inicialmente una caída más suave y amortiguada que luego se acentuaría en sus ritmos.  La otra hipótesis es que el eje China-Asia se pare de modo más abrupto y la crisis generalizada explote mucho más rápidamente.        

 

En cualquiera de los casos, algo es totalmente seguro: el peso central de la crisis, o el costo necesario para intentar demorarla, será descargado por el imperialismo y los gobiernos, tanto de los países centrales como sus lacayos de los países más débiles, sobre las espaldas de los trabajadores y los pueblos de todo el mundo. En realidad, eso ya está sucediendo.

 

VI. Las consecuencias de la crisis para los trabajadores y las masas

 

Para los trabajadores y las masas, la crisis ya ha dejado de ser sólo un objeto de discusión general o una perspectiva futura. Ella ya está golpeando duramente sobre su nivel de vida. Si como marxista siempre marcamos la diferencia entre la “economía en general” (los análisis macroeconómicos) y la economía de los hogares obreros y populares. Veamos, entonces como se está produciendo ese impacto.

 

La “crisis de los alimentos”

 

En el dossier de Marxismo Vivo 18, analizamos los procesos más profundos del capitalismo imperialista que están en la base del aumento de los precios de la comida (que ya venía produciéndose en los años de crecimiento económico) y  la actual “crisis de los alimentos” (aumento de la renta agraria, centralización de capitales y existencia de mercados oligopólicos, desarrollo del agronegocio, etc.) por lo que no nos extenderemos. Aquí vamos a ver cómo la crisis económica agravó ese proceso y cómo el aumento de los precios ya representa una dura consecuencia de esta crisis para los trabajadores y las masas.

 

Frente a la perspectiva de una crisis económica internacional, sería lógico que los precios de los alimentos (y los de las materias primas en general) tendieran a bajar. La realidad, sin embargo, fue la opuesta: desde la “pinchadura” de la burbuja inmobiliaria en EE.UU., se dispararon a una velocidad muy superior.

 

Esta contradicción se explica por dos razones. La primera es de carácter coyuntural: una parte de los capitales que antes especulaban en el mercado inmobiliario ahora han girado hacia los commodities, especialmente petróleo y granos, creando así una "burbuja especulativa" que aumenta artificialmente su demanda y sus precios. En los últimos nueve meses de 2007, el volumen de capitales invertidos en los mercados agrícolas se quintuplicó en la UE y se multiplicó por siete en Estados Unidos[12]. Según la consultora Lehman Brothers, en esos meses, entre 150.000 y 270.000 millones de dólares fueron a especular con los precios “a futuro” de las materias primas agrícolas y otros 40.000 se sumaron durante el primer trimestre de 2008[13].

 

Si bien la tendencia histórica de los precios de los commodities depende de la relación entre producción y demanda totales del mundo, los mercados internacionales operan sobre la base de la fracción que se mueve en el comercio exterior (en el caso de los cereales, entre un 15 y un 20% del total). Por eso, un súbito aumento en esa demanda específica, originado en la llegada de estos capitales especulativos, puede provocar un fuerte aumento coyuntural de los precios que incidirá también sobre todas las otras operaciones. Se acentúa así el carácter de "casino de apuestas" que ya había adquirido el mercado mundial de alimentos con el sistema de "contratos a futuro". Algo similar ocurre en el mercado petrolero.  

 

Agreguemos que esta “crisis de los alimentos” se produce (tal como analizamos en el artículo de Marxismo Vivo) luego que decenas o cientos de millones de familias de pequeños campesinos han sido expulsados de sus tierras por el agronegocio. Eso significa que esas familias (incluso los parientes que habían ido a trabajar como proletarios o cuentapropistas en las ciudades) ya no tienen, como en el pasado, esa parcela de tierra como “retaguardia” para asegurarse, al menos, una base mínima de alimentación.

 

La inflación

 

La segunda razón es mucho más profunda. El aumento del precio de los alimentos y commodities desata lo que los economistas burgueses llaman “puja por los precios relativos”. Es decir, una pelea por la masa de plusvalía extraída que, como resultado de la crisis, comienza a decrecer. Por un lado, esta “puja” representa una pelea interburguesa.

 

De esta forma, a diferencia de otras crisis que provocan deflación (caída de precios), otro rasgo propio de la crisis actual es que origina, a la vez, estancamiento económico e inflación, lo que se ha llamada “estanflación”.  Una situación que, con distintos niveles, ya comienza a afectar a la mayoría de los países. 

 

Por el otro, es esencialmente un ataque a los  trabajadores y las masas, una de las formas en que las burguesías nacionales e imperialistas intentan descargar sobre los trabajadores el costo de la crisis económica.  La suba de precios de los alimentos y combustibles, y la inflación en general, disminuyen el valor real de los salarios pagados a los trabajadores, ya que los trabajadores pueden comprar menos con ese salario. La burguesía consigue así un aumento tanto de la tasa de explotación como de la masa de plusvalía real extraída en un intento de atenuar la caída de la tasa de ganancia que está en la base de la crisis económica.

 

Es necesario destacar que la inflación golpea con mucha mayor dureza a los sectores asalariados, especialmente los de menores ingresos. En primer lugar, porque los reajustes salariales vienen “después” de que se produjo la inflación con lo cual, incluso en un sistema de reajuste periódico, el salario cobrado siempre queda “retrasado” con respecto al aumento de precios. En segundo lugar, En segundo lugar, porque el aumento de precios de productos básicos como los alimentos o los combustibles impactan en una proporción mayor a los sectores de salarios bajos, por la mayor proporción que representan en sus gastos. Por ejemplo, una de las instituciones que mide la inflación en San Pablo, calculó que, en los primeros 6 meses de 2008, la inflación general había sido de casi el 6%. Pero que el aumento promedio de los alimentos fue del 20% lo que significaba que los gastos de una familia que recibía un ingreso de entre 1 y 3 salario mínimos (la gran mayoría de la clase obrera paulista) habían subido realmente un 8%. Es decir, más de un tercio por arriba del promedio “general” de la inflación.

 

Otro elemento que ya comienza a golpear, de modo aún incipiente  a los trabajadores es el fantasma del desempleo, como ya hemos visto en los datos que dimos de EE.UU. y de España. En la medida que la crisis avance y se desarrolle, este tema tenderá a gravarse cada vez más y tomar un peso creciente.

 

La deuda externa

 

En el período más reciente, después de la quita realizada por el gobierno de Kirchner en Argentina, el tema de la deuda externa, eje de las cuestiones político-económicas de las últimas décadas, pareció “desaparecer” un poco del centro de la escena. Esto se debió, por un lado, a que la situación favorable para la exportación y la buena situación de las balanzas comerciales permitió que varios países (como Argentina, Brasil o Venezuela) pudieran no sólo pagar puntualmente sino, incluso, adelantar pagos y así renegociar nuevos plazos para la deuda restante. Por el otro, a que una parte de esa deuda externa está siendo camuflada y “reciclada” como “deuda interna”.

 

Creemos este período de “calma” está cerca de terminarse. En primer lugar, porque a partir de 2009, en la mayoría de los países se acaba el “respiro” obtenido en las últimas renegociaciones. Por ejemplo, Argentina debería pagar, en los próximos 3 años, 47.000 millones de dólares. Ese es el marco de fondo de la puja del gobierno de Cristina con la patronal agraria por las “retenciones”. En segundo lugar, porque los holgados saldos de las balanzas comerciales por la buena situación exportadora tienden a achicarse, como ya se expresa en Brasil y Venezuela y se reducirán más a medida que avance la crisis.     

 

Esto se expresará en ataques a los trabajadores y las masas a través de los ajustes y recortes de los presupuesto sociales, baja de salarios de los empleados públicos, aumentos de la edad de jubilación, etc. Y estos nuevos ataques llegarán en un momento en que los sistemas públicos de salud, educación y previsionales están al borde del colapso, si es que ya no colapsaron (por ejemplo, el problema del dengue en Rio de Janeiro) como resultado de la combinación de los anteriores recortes y la privatización o semiprivatización de los servicios. Esto significa que el problema del pago de la deuda externa (e “interna”) se reabrirá con toda su fuerza a partir de 2009, con tanta o mayor fuerza que en décadas anteriores, como uno de los ejes de la lucha de las masas,

 

 

VII. Algunas conclusiones

 

De esta forma, para los trabajadores y las masas, la crisis no es algo abstracto o académico, sino que ya se expresó de modo contundente en su realidad cotidiana, a través de la disminución de la cantidad y calidad de alimentos que pueden comprar, en el aumento del precio de los combustibles y la energía o, directamente, en la imposibilidad de acceder a una mínima cantidad necesaria para la subsistencia. En pocos meses, 200 millones de personas se han sumado a la lista de los sufren hambre y en 33 países se produjeron “revueltas de hambrientos”. Ésta es la contraparte necesaria de las fabulosas y crecientes ganancias de los “dueños de los alimentos”. Una nueva y terrible expresión de la ley de la miseria creciente enunciada por Marx.

 

Luego de haber anunciado su “triunfo definitivo” en la década de 1990, el capitalismo imperialista vuelve a mostrar que no puede solucionar la pobreza, el desempleo y el hambre en el mundo porque es el mismo sistema, y sus leyes de funcionamiento, los que lo crean y se benefician con ellos. Si el crecimiento económico de las últimas dos décadas, a diferencia del boom 45-73, se hizo sobre la base de la acentuación la desigualdad social, la actual crisis ya genera situaciones insoportables para los trabajadores y las masas.

 

Aquí entra un factor central para definir cualquier perspectiva económica y las posibilidades del capitalismo imperialista de atenuar la crisis o salir de ella: la lucha de clases. En este terreno, la situación no parece muy auspiciosa para el imperialismo. A la resistencia de las masas de Medio Oriente, debemos agregar la resistencia constante de las masas latinoamericanas al saqueo y la explotación y las luchas de los trabajadores europeos contra los ataques de sus gobiernos y patronales. En los propios EE.UU., se avizora la posibilidad de un ascenso obrero. Finalmente, como la expresión más reciente y espectacular de la resistencia de las masas, vimos la “rebelión de los hambrientos” en los países más pobres de la tierra.

 

Es posible, entonces, que los ataques que el capitalismo imperialista comienza a descargar sobre los trabajadores y los pueblos agreguen más “leña al fuego” de esta luchas. Pero esta posibilidad no está garantizada de antemano. Tal como analizaba Trotsky, luego del crack de 1929, las crisis económicas también pueden impactar negativamente sobre la clase obrera, debilitando su capacidad de lucha o dividiéndola, más aún con la profunda crisis de dirección revolucionaria existente. En cualquier caso, es una batalla que ya está abriendo.       

 

Para finalizar este material, consideramos que sería un error “economista” terminarlo con el desarrollo de una propuesta programática, ya que casi no hemos considerado los problemas políticos y de relación de fuerzas entre las clases. Sin embargo, queremos formular dos aspectos generales que creemos deben estar presentes en esa respuesta.

 

El primero es que la crisis económica y, de modo especial, la “crisis de los alimentos” ofrecen una excelente oportunidad para desarrollar una fuerte y amplia propaganda contra el capitalismo imperialista. La superación de la pobreza, el desempleo y el hambre sólo podrá alcanzarse con su destrucción y su reemplazo por un sistema de economía central planificada, que utilice racionalmente los recursos existentes y se organice al servicio de satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores y los pueblos del mundo. La necesidad urgente de la revolución socialista se reafirma cada vez más.

 

El segundo es que, combinado con esa propaganda, es necesario formular programas concretos de transición, adaptado de modo específico a la situación de cada país, que den respuesta a las necesidades inmediatas de los trabajadores y las masas (luchar contra el hambre, el desempleo, la miseria, la muerte por enfermedades fácilmente curables) y que impulsen su movilización unificada. La clase obrera y las masas del mundo no pueden esperar pasivamente frente a esta realidad: tienen que luchar por su supervivencia física. Es imprescindible que la clase obrera se ponga al frente de todas las masas empobrecidas para encabezar esta lucha.

 

21/7/2008



[1] Pablo Rieznik, Catastrofismo, forma y contenido, en www.po.org.ar, 20/11/2007. 
[2] Nombre que recibió la ideología de las sectas cristianas medievales que afirmaban que el mundo terminaría el año  1000 dC.
[3] El fin de un ciclo, reproducido en español por la revista SinMuro No 29, 4/4/2008. 
[4] Apuntes sobre la coyuntura internacional, New Left Review, en www.newleftreview.org.
[5] Tres ideas que pueden ayudar a pensar este momento histórico, en la revista Herramienta, 16/4/2007.
[6] El fin de un ciclo.
[7] China, mito y realidad, Martín Hernández, Marxismo Vivo No 2, octubre de 2000.
[8] World Investment Report 2007, United Nations Conference on Trade and Development.
[9] Fuente: Oficina Económico Comercial de España en Pekín, “Informe Económico y Comercial China”, julio 2006.
[10] El fin de un ciclo.
[11] La Reserva Federal anunció que aumentará a 100.000 millones de dólares el dinero que pondrá a disposición de los bancos este mes en subastas especiales, como un mecanismo para elevar la liquidez en los mercados de crédito”  (Agencia EFE. 8/3/2008).
[12] Estalla el precio de los cereales de Domique Baillard, Le Monde Diplomatique, edición mayo 2008.
[13] Citado en el artículo La burbuja alimentaria de Andreu Marti, Argenpress, 2/6/2008.

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