III. El “catastrofismo” o la
“teoría del colapso”
Al analizar las
perspectivas de la crisis, algunas corrientes retoman la teoría de la
catástrofe inevitable del capitalismo, como resultado del desarrollo in extremis de la tendencia decreciente
de la tasa de ganancia y de otras leyes señaladas por Marx, teoría que existe desde
el siglo XIX. En una obra más reciente, Génesis
y estructura del Capital (1989), Roman Rosdolski la considera una de las conclusiones
centrales de Marx.
Entre sus
defensores actuales está el PO argentino: “El
capitalismo es un modo de producción históricamente condicionado y, por lo
tanto, condenado a agotarse como consecuencia de sus propias contradicciones.
(…) Marx concibe, pues, el desarrollo capitalista como un proceso plagado
inevitablemente de movimientos catastróficos. (…) El capitalismo revela una
tendencia inevitable a su derrumbe, creando así las condiciones necesarias para
su superación.”[1]
Como el capitalismo
marcha inevitablemente hacia “su derrumbe”, cada crisis es sólo un nuevo “movimiento catastrófico” en esa
dirección. En este sentido, resulta secundario estudiar los cambios que se
producen en su interior y las características específicas de cada crisis.
Nahuel Moreno
criticó duramente esta concepción calificándola de “milenarista”[2].
Su principal falla conceptual es que se
basa en un análisis económico “puro” totalmente desligado de los procesos de la
lucha de clases. El sistema capitalista imperialista está llevando a la
humanidad a niveles cada vez mayores de destrucción y, en este sentido, a
mayores “catástrofes”. Es posible también que esta crisis sea mucho más fuerte
que la de la década de la década del 90 o la de 2001-2002. Pero, como la
experiencia histórica ya ha demostrado, no caerá por sí mismo, por el peso de
sus “tendencias inevitables”, si no
es derrotado y destruido por la revolución socialista mundial.
Por eso, cómo va a
incidir una determinada crisis económica en esa perspectiva estratégica, es
decir, si nos acerca o nos aleja de ella, no es algo que se definirá en el
terreno de la “economía” sino en el de la lucha de clases. Especialmente, la
existencia o no de una dirección revolucionaria o la posibilidad de avanzar en
su construcción. No es casual que Trotsky plantee en el Programa de Transición la cuestión más objetiva (“las fuerzas productivas han cesado de
crecer”) junto con la más subjetiva (“la
crisis de la humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria”).
NM desarrolla esta
idea en su “ley de inversión de los
factores de causalidad”: los procesos ocurridos en la época imperialista,
sean políticos o económicos, sólo pueden analizarse considerando como cuestión
central el problema de la dirección. Sobre esta base, explica, por ejemplo, que
el boom económico de posguerra sólo puede entenderse por las traiciones del
estalinismo.
IV. El papel de China
En una visión
opuesta, Chesnay y otros autores analizan el gran cambio estructural que
significó la restauración capitalista en los ex estados obreros, especialmente
en China. Esto le permitió al capitalismo recuperar directamente esos grandes mercados
y, especialmente, generar un nuevo polo de producción y extracción de plusvalía
en Asia (China + Corea del Sur + los “tigres”), que se transformó, primero, en
un potente dinamizador de la economía mundial y, luego, en un potencial “competidor”
de los imperialismos tradicionales. Esto abriría la posibilidad de que ese polo
sea el “motor alternativo” de la economía mundial evitando, o al menos
amortiguando, la caída en una crisis mundial generalizada.
El fondo del debate,
entonces, es la definición de qué tipo de país es China y su posible papel
actual. A diferencia de años anteriores, cuando muchos autores sostenían que aún
era un estado obrero, hoy ya es bastante generalizada la opinión de que se ha
restaurado el capitalismo. Por eso, la discusión actual es si China ya es una
gran potencia capitalista, o va en rápido camino de serlo, como sostienen
diversos analistas burgueses y autores como Chesnay o si, por el contrario,
sigue siendo un país atrasado transformado en la mayor semicolonia mundial del
imperialismo, especialmente el estadounidense, como sostenemos nosotros y otras
organizaciones.
Chesnay parte de
varios hechos objetivos: desde la década del 90, China ha tenido las mayores
tasas mundiales de crecimiento económico; en 2007, alcanzó el tercer lugar en
la lista de PIBs nacionales y se ubicó como el mayor exportador y el tercer
importador mundial. Él analiza que este crecimiento fue impulsado básicamente
por las inversiones extranjeras, con el objetivo de aprovechar las ventajas que
ofrecía el estado chino y los bajísimos salarios que permitían la extracción de
una gigantesca masa de plusvalía. Esto no sólo sostuvo la acumulación mundial de
los últimos años sino que también ayudó a presionar la baja de los salarios
industriales en EE.UU. y Europa. De esta forma, China se fue convirtiendo en la
“fábrica del mundo” con un modelo de crecimiento que él denomina “arrastrado por las exportaciones”.
Hasta aquí, ninguno
de los elementos señalados sería contradictorio con una caracterización de
semicolonia. Pero Chesnay se encarga de aclarar este punto:
“Hemos
subrayado el rol de las inversiones de grupos industriales estadounidenses y
(…) también de los grupos industriales japoneses que la convirtieron en una de
sus bases industriales externas. Sin embargo, el lugar ocupado en la economía mundial por China y en mucho menor
grado por la India
no puede reducirse solamente a la ‘exportación’ de las relaciones de producción
capitalista desde los países de la Tríada. Está basado en un proceso autóctono de
acumulación impulsado por fuerzas sociales endógenas. Lo que distingue a
tales “países continentes” de otros ‘grandes países emergentes’ a los que suele
aproximárselos”.[3]
Es decir, la burguesía china habría
aprovechado el impulso dado por las inversiones imperialistas para generar “un proceso autóctono de acumulación”
que distingue al país de otros “emergentes”.
En el mismo material, expresa que si bien “los EE.UU, están en el origen de los
principales impulsos y fueron los arquitectos de su correspondiente régimen institucional,
al trasladar los capitales hacia China, para combatir la caída de la tasa de
ganancia, ayudaron a la emergencia de un
rival al menos potencial”. Una tesis parecida es presentada por Perry
Anderson, otro prestigioso intelectual marxista[4].
En otro artículo, Chesnay hace una analogía
con el resultado negativo para el imperialismo de la invasión y la ocupación de
Irak: “¿No
ocurre algo análogo en lo que hace a la ayuda industrial y tecnológica masiva
aportada a China, cuyo tamaño, cultura e instituciones estatales lo convierten
en el único gran Estado capaz de de devenir un rival económico y militar
directo de los Estados Unidos?”[5].
En otras palabras, como
resultado de sus propias contradicciones y necesidades, el imperialismo habría
ayudado a crear una “potencia autónoma” capaz de disputarle la hegemonía
mundial no sólo en el terreno económico sino también en el político-militar.
A partir de estas
definiciones, él caracteriza que el curso de la actual crisis y el de la
economía mundial dependerán de lo que ocurra en el polo China-Asia:
“…el principal interrogante, del que
realmente depende el curso de la crisis financiera, se refiere a Asia. Esta crisis financiera podría no desembocar
en una crisis mundial grave del tipo de la de 1929, si no se produjera una
desaceleración general de la demanda mundial que revelase que hubo -desde el
2002 y más aún luego de 2003- un proceso de sobre acumulación en todas las
economías asiáticas de la costa del Pacífico (en China, pero también en Japón,
Corea y Taiwán)”.(…) “ El análisis del movimiento de acumulación, de sus contradicciones y de
su crisis debe hacerse concediendo todo su lugar al que tal vez ya sea, en la
configuración actual, su piedra angular: China. (...) la crisis en gestación
debe ser pensada en un marco donde Asia ha pasado a ser un componente esencial”.[6]
Es una variante de la teoría del
“desbloqueo” sostenida por diversos economistas burgueses, que asignan a China
y a otros países el posible rol de “motor alternativo” que “desbloquee” una parte
de la economía mundial y así frene o amortigüe la crisis.
China:
gran semicolonia del imperialismo
Para refutar la tesis de China “gran
potencia mundial” y sostener la caracterización que es una gigantesca semicolonia
del imperialismo, vamos a recordar diversos elementos señalados en un artículo
de Marxismo Vivo de varios años atrás[7]. En ese material, se
analiza que la economía china crecía a tasas altísimas pero lo hacía desde un
nivel muy bajo, propio un país atrasado:
“La
forma en que se está dando ese crecimiento hace que China no sea una amenaza
para las actuales potencias imperialistas. En realidad, no es siquiera una
amenaza económica para los países más importantes de su área, los llamados
‘tigres asiáticos’. Mas aún, China no sólo no apunta a convertirse en una gran
potencia económica, sino que, por el contrario, camina a pasos acelerados en
dirección a una semicolonia del imperialismo, si es que ya no lo es”.
Ese crecimiento era, en gran medida,
artificial y, por lo tanto, frágil e inestable, porque se apoyaba
fundamentalmente “en
cinco condiciones favorables pero de carácter sólo coyuntural (…) la apertura
que existe en la mayoría de los mercados del mundo para los productos chinos
baratos; la existencia de una dictadura que posibilita una superexplotación
feroz; los incentivos a las empresas privadas apoyados en el ‘sacrificio’ de
las empresas estatales; los salarios extremamente bajos, aun comparados con los
países más atrasados del tercer mundo, y las importantes inversiones venidas
del exterior”.
La conclusión era que: “El
crecimiento de la economía es tan frágil que bastaría que sólo uno de estos
factores se modificase para que todos los restantes lo hagan y, de esta forma,
el crecimiento se transforme en estancamiento o retroceso. Esta es la situación
que se está aproximando”.
El
crecimiento continuó
Han pasado casi 8 años y la economía china
ha seguido creciendo. ¿Ese análisis estaba equivocado y ha tenido razón Chesnay
sobre el “desarrollo autónomo” de China como “potencia”? Creemos que no: ese
análisis era estructural y no coyuntural. En este sentido, la continuidad del
crecimiento se explica porque las condiciones señaladas siguieron cumpliéndose.
Incluso, algunas de ellas se acrecentaron, en el marco del ciclo de crecimiento
económico mundial iniciado a finales de 2002, como las inversiones extranjeras
y las posibilidades exportadoras.
En el período 1990-2000, las inversiones
extranjeras tuvieron un promedio anual de poco más de 30.000 millones de
dólares; posteriormente: 53.505 millones (2003); 60.630 (2004); 72.406 (2005) y
69.468 (2006). Actualmente, se estima que el stock acumulado de inversiones
extranjeras representa un monto equivalente al 50% del PBI[8].
Veamos el siguiente cuadro de los países de origen y su porcentaje de la
inversión total:
País %
Hong Kong 29.75%
Islas Vírgenes 14.96%
Japón 10.82%
Unión Europea 8.61%
Corea del Sur 8.57%
Estados Unidos 5.07%
Singapur 3.65%
Taiwán 3.57%
Islas Caimán 3.23%
Samoa Occidental 2.24%
Más de 2/3 de las
inversiones fueron al sector industrial y un 10% al sector inmobiliario[9].
Actualmente, 450 de las mayores compañías del mundo tienen inversiones en el
país, al igual que otras millones de empresas de menor tamaño. Un “aluvión
inversionista” que busca extraer directamente gigantescas masas de plusvalía.
El propio Chesnay estima que “si
consideramos el cuadro general en términos de masa y no de tasa, la mayor parte
de la plusvalía que permite la reproducción del capital ahora proviene de Asia
y sobre todo de China”[10].
Con respecto a las exportaciones, en 2007, el
país se ubicó en primer lugar en el mundo, superando ampliamente el billón de
dólares. Más del 40% del PIB chino depende de esas exportaciones. El principal
mercado son los EE.UU. hacia donde exportaron más de 300.000 millones de
dólares. Sólo Wal Mart, que tiene una densa red de producción tercerizada en
China, asegura el 10% de las ventas chinas en el exterior, la mayor parte a EE.UU.
Todos
esos factores combinados (altas inversiones extranjeras, economía girada hacia
las exportaciones, bajísimos salarios, extracción directa de una gran masa de
plusvalía por las empresas imperialistas), al mismo tiempo que explican la
continuidad de los altos índices de crecimiento, determinan una configuración
típica no de una gran potencia sino de una economía semicolonial o, como
mínimo, profundamente dependiente y dominada por el imperialismo.
El papel de China en la crisis
Definido
el carácter semicolonial de China., la pregunta es si una economía de este tipo
puede ser el “motor alternativo” de la economía mundial frente a una crisis
económica mundial, con epicentro en EE.UU. Afirmamos categóricamente que no.
En las
últimas décadas, su economía fue construida como una especie de gran “fábrica
del mundo”, base de una parte muy importante de la masa de plusvalía extraída
en el planeta. Pero su economía es dependiente
y subsidiaria de la de EE.UU. Si la
“locomotora principal” se frena, la “auxiliar” no podrá traccionar por sí sola el
tren y, tarde o temprano, también se irá frenando.
Sin
embargo, existe la hipótesis de que este proceso inevitable se dé en “dos
tiempos”. Es posible que, en un primer tiempo, la crisis en EE.UU. y Europa provoque
una nueva oleada de inversiones de capitales en China que busquen recuperar la
tasa de ganancias, al mismo tiempo que los bajos precios de los productos
industriales chinos les permitan competir con éxito en los mercados mundiales. De
esta forma, en este primer período, la economía china se frenaría a un ritmo
mucho menor que la estadounidense o la europea o hasta podría seguir creciendo
a tasas altas. Pero, en un punto, comenzará a sufrir la reducción de la demanda
mundial, especialmente de EE.UU., su principal comprador, y experimentará una
crisis de superproducción.
Recordemos,
además, que la lógica de las potencias imperialistas, a pesar de los “profundos
cambios estructurales” que señalan Chesnay y otros, sigue siendo la de
descargar la crisis sobre los países más débiles, a través de diversos mecanismos.
Por eso, China no sólo no puede transformarse en la “locomotora principal” sino
que, en este “segundo tiempo”, sufrirá con muchísima mayor dureza las
consecuencias de la crisis mundial. Y arrastrará violentamente consigo a
aquellos países que, como Brasil y Argentina, basan gran parte de su bonanza
actual en la venta a China-India-Asia de alimentos, minerales y otras materias
primas.
Un debate que debe continuarse
Existen
otros aspectos de este debate que no vamos a profundizar pero sí queremos señalarlos.
Si el sistema capitalista imperialista fue capaz de transformar el atrasado
estado obrero chino en una gran potencia mundial, eso significa que habría
demostrado ser superior al sistema de la economía estatal planificada. Más aún,
eso significaría que, en última instancia, todavía puede jugar un papel
progresivo ya que, aunque de modo distorsionado y deformado, aún tiene
condiciones de desarrollar las fuerzas productivas.
V. Las perspectivas
Resulta claro que
los 600.000 millones de dólares que los bancos centrales de los países
imperialistas gastaron el año pasado después del reventón de la burbuja
inmobiliaria, más el dinero que siguen inyectando en los mercados[11],
y la fuerte rebaja de la tasa interbancaria de la Fed , aunque evitaron la caída de
algunas instituciones financieras y una “corrida” generalizada, no lograron
revertir la dinámica recesiva del proceso.
Este hecho muestra que
no se trata sólo de una “crisis financiera” como afirma Chesnay. También evidencia
que el proceso ha llegado a un punto en que estas “inyecciones financieras” actúan
sólo como un medicamento para el dolor superficial frente a un paciente que
padece una enfermedad grave, que no hará más que avanzar. Se trata entonces de
ir precisando sus ritmos y la profundidad que va a alcanzar, en un seguimiento
de la coyuntura y el proceso en su conjunto.
La perspectiva de un crack financiero mundial
y el inicio de una fase descendente profunda están planteados no sólo por las
contradicciones estructurales del capitalismo, sino por el agravamiento de
estas contradicciones y las profundas deformaciones que el sistema económico
mundial desarrolla de forma creciente. No es casual que Stitglitz y Krugman
hablen de “la peor crisis desde 1929” .
La “quema” de capitales requerida por la
actual situación es muy grande no sólo porque la crisis de 2001-2002 fue
“cortada” a mitad de camino en ese proceso sino porque, desde entonces, el
volumen global de capitales en el mundo ha crecido geométricamente. La caída de
los grandes bancos inmobiliarios y de inversión en EE.UU. muestra que la “quema”
ya ha comenzado en ese sector. Pero este proceso debe profundizarse mucho más y
afectar con bastante dureza también al “sector productivo” que venía siendo
sostenido, en gran medida, por esos capitales especulativos y ficticios. Este es, entonces, uno de los rasgos
propios de esta crisis: la necesidad de quemar un volumen gigantesco de
capitales.
Como hemos visto al
analizar la situación de China, es posible que este proceso se dé en “dos tiempos”,
que primero en que se frene y caiga EE.UU. (lo que ya parece estar sucediendo),
pero que China aún mantenga cierto impulso, para luego frenarse también. En
este caso, habría un fin de la fase ascendente de la “montaña rusa” pero, en
lugar de una caída abrupta, tendríamos inicialmente una caída más suave y
amortiguada que luego se acentuaría en sus ritmos. La otra hipótesis es que el eje China-Asia se
pare de modo más abrupto y la crisis generalizada explote mucho más
rápidamente.
En cualquiera de los casos,
algo es totalmente seguro: el peso central de la crisis, o el costo necesario
para intentar demorarla, será descargado por el imperialismo y los gobiernos,
tanto de los países centrales como sus lacayos de los países más débiles, sobre
las espaldas de los trabajadores y los pueblos de todo el mundo. En realidad, eso
ya está sucediendo.
VI. Las consecuencias de la crisis para los
trabajadores y las masas
Para los trabajadores y las
masas, la crisis ya ha dejado de ser sólo un objeto de discusión general o una
perspectiva futura. Ella ya está golpeando duramente sobre su nivel de vida. Si
como marxista siempre marcamos la diferencia entre la “economía en general”
(los análisis macroeconómicos) y la economía de los hogares obreros y populares.
Veamos, entonces como se está produciendo ese impacto.
La “crisis de los alimentos”
En el dossier de Marxismo Vivo 18, analizamos los
procesos más profundos del capitalismo imperialista que están en la base del
aumento de los precios de la comida (que ya venía produciéndose en los años de
crecimiento económico) y la actual
“crisis de los alimentos” (aumento de la renta agraria, centralización de
capitales y existencia de mercados oligopólicos, desarrollo del agronegocio,
etc.) por lo que no nos extenderemos. Aquí vamos a ver cómo la crisis económica
agravó ese proceso y cómo el aumento de los precios ya representa una dura consecuencia
de esta crisis para los trabajadores y las masas.
Frente a la perspectiva de una crisis
económica internacional, sería lógico que los precios de los alimentos (y los
de las materias primas en general) tendieran a bajar. La realidad, sin embargo,
fue la opuesta: desde la “pinchadura” de la burbuja inmobiliaria en EE.UU., se
dispararon a una velocidad muy superior.
Esta contradicción se explica por dos
razones. La primera es de carácter coyuntural: una parte de los capitales que
antes especulaban en el mercado inmobiliario ahora han girado hacia los commodities, especialmente petróleo y
granos, creando así una "burbuja especulativa" que aumenta
artificialmente su demanda y sus precios. En los últimos nueve meses de 2007,
el volumen de capitales invertidos en los mercados agrícolas se quintuplicó en la UE y se multiplicó por siete en
Estados Unidos[12]. Según la consultora Lehman Brothers,
en esos meses, entre 150.000 y 270.000 millones de dólares fueron a especular
con los precios “a futuro” de las materias primas agrícolas y otros 40.000 se
sumaron durante el primer trimestre de 2008[13].
Si bien la tendencia histórica de los
precios de los commodities depende de
la relación entre producción y demanda totales del mundo, los mercados
internacionales operan sobre la base de la fracción que se mueve en el comercio
exterior (en el caso de los cereales, entre un 15 y un 20% del total). Por eso,
un súbito aumento en esa demanda
específica, originado en la llegada de estos capitales especulativos, puede provocar un fuerte aumento coyuntural
de los precios que incidirá también sobre todas las otras operaciones. Se
acentúa así el carácter de "casino de apuestas" que ya había
adquirido el mercado mundial de alimentos con el sistema de "contratos a
futuro". Algo similar ocurre en el mercado petrolero.
Agreguemos que esta “crisis de los
alimentos” se produce (tal como analizamos en el artículo de Marxismo Vivo)
luego que decenas o cientos de millones de familias de pequeños campesinos han
sido expulsados de sus tierras por el agronegocio. Eso significa que esas
familias (incluso los parientes que habían ido a trabajar como proletarios o
cuentapropistas en las ciudades) ya no tienen, como en el pasado, esa parcela
de tierra como “retaguardia” para asegurarse, al menos, una base mínima de
alimentación.
La
inflación
La segunda razón es mucho más profunda. El
aumento del precio de los alimentos y commodities desata lo que los economistas burgueses llaman “puja por los precios relativos”. Es decir, una pelea por la masa de plusvalía extraída que, como resultado
de la crisis, comienza a decrecer. Por un lado, esta “puja” representa una pelea
interburguesa.
De
esta forma, a diferencia de otras crisis que provocan deflación (caída de
precios), otro rasgo propio de la crisis actual es que origina, a la vez,
estancamiento económico e inflación, lo que se ha llamada “estanflación”. Una situación que, con distintos niveles, ya
comienza a afectar a la mayoría de los países.
Por el otro, es esencialmente un ataque
a los trabajadores y las masas, una de
las formas en que las burguesías nacionales e imperialistas intentan descargar
sobre los trabajadores el costo de la crisis económica. La suba de precios de los alimentos y
combustibles, y la inflación en general, disminuyen el valor real de los
salarios pagados a los trabajadores, ya que los trabajadores pueden comprar
menos con ese salario. La burguesía consigue así un aumento tanto de la tasa de
explotación como de la masa de plusvalía real extraída en un intento de atenuar
la caída de la tasa de ganancia que está en la base de la crisis económica.
Es necesario destacar que la inflación
golpea con mucha mayor dureza a los sectores asalariados, especialmente los de
menores ingresos. En primer lugar, porque los reajustes salariales vienen
“después” de que se produjo la inflación con lo cual, incluso en un sistema de
reajuste periódico, el salario cobrado siempre queda “retrasado” con respecto
al aumento de precios. En segundo lugar, En segundo lugar, porque el aumento de
precios de productos básicos como los alimentos o los combustibles impactan en
una proporción mayor a los sectores de salarios bajos, por la mayor proporción
que representan en sus gastos. Por ejemplo, una de las instituciones que mide
la inflación en San Pablo, calculó que, en los primeros 6 meses de 2008, la
inflación general había sido de casi el 6%. Pero que el aumento promedio de los
alimentos fue del 20% lo que significaba que los gastos de una familia que
recibía un ingreso de entre 1 y 3 salario mínimos (la gran mayoría de la clase
obrera paulista) habían subido realmente un 8%. Es decir, más de un tercio por
arriba del promedio “general” de la inflación.
Otro elemento que ya comienza
a golpear, de modo aún incipiente a los
trabajadores es el fantasma del desempleo,
como ya hemos visto en los datos que dimos de EE.UU. y de España. En la medida que la crisis
avance y se desarrolle, este tema tenderá a gravarse cada vez más y tomar un
peso creciente.
La deuda externa
En el período más reciente, después
de la quita realizada por el gobierno de Kirchner en Argentina, el tema de la
deuda externa, eje de las cuestiones político-económicas de las últimas
décadas, pareció “desaparecer” un poco del centro de la escena. Esto se debió,
por un lado, a que la situación favorable para la exportación y la buena
situación de las balanzas comerciales permitió que varios países (como Argentina,
Brasil o Venezuela) pudieran no sólo pagar puntualmente sino, incluso,
adelantar pagos y así renegociar nuevos plazos para la deuda restante. Por el
otro, a que una parte de esa deuda externa está siendo camuflada y “reciclada”
como “deuda interna”.
Creemos este período de
“calma” está cerca de terminarse. En primer lugar, porque a partir de 2009, en
la mayoría de los países se acaba el “respiro” obtenido en las últimas
renegociaciones. Por ejemplo, Argentina debería pagar, en los próximos 3 años,
47.000 millones de dólares. Ese es el marco de fondo de la puja del gobierno de
Cristina con la patronal agraria por las “retenciones”. En segundo lugar,
porque los holgados saldos de las balanzas comerciales por la buena situación
exportadora tienden a achicarse, como ya se expresa en Brasil y Venezuela y se
reducirán más a medida que avance la crisis.
Esto se expresará en ataques a
los trabajadores y las masas a través de los ajustes y recortes de los
presupuesto sociales, baja de salarios de los empleados públicos, aumentos de
la edad de jubilación, etc. Y estos nuevos ataques llegarán en un momento en
que los sistemas públicos de salud, educación y previsionales están al borde
del colapso, si es que ya no colapsaron (por ejemplo, el problema del dengue en
Rio de Janeiro) como resultado de la combinación de los anteriores recortes y
la privatización o semiprivatización de los servicios. Esto significa que el
problema del pago de la deuda externa (e “interna”) se reabrirá con toda su
fuerza a partir de 2009, con tanta o mayor fuerza que en décadas anteriores,
como uno de los ejes de la lucha de las masas,
VII. Algunas conclusiones
De esta forma, para los trabajadores y
las masas, la crisis no es algo abstracto o académico, sino que ya se expresó
de modo contundente en su realidad cotidiana, a través de la disminución de la
cantidad y calidad de alimentos que pueden comprar, en el aumento del precio de
los combustibles y la energía o, directamente, en la imposibilidad de acceder a
una mínima cantidad necesaria para la subsistencia. En pocos meses, 200
millones de personas se han sumado a la lista de los sufren hambre y en 33
países se produjeron “revueltas de hambrientos”. Ésta es la contraparte
necesaria de las fabulosas y crecientes ganancias de los “dueños de los
alimentos”. Una nueva y terrible expresión de la ley de la miseria creciente
enunciada por Marx.
Luego de haber anunciado su
“triunfo definitivo” en la década de 1990, el capitalismo imperialista vuelve
a mostrar que no puede solucionar la pobreza, el desempleo y el hambre en el
mundo porque es el mismo sistema, y sus leyes de funcionamiento, los que lo
crean y se benefician con ellos. Si el crecimiento económico de las últimas dos
décadas, a diferencia del boom 45-73, se hizo sobre la base de la acentuación
la desigualdad social, la actual crisis ya genera situaciones insoportables
para los trabajadores y las masas.
Aquí entra un factor central
para definir cualquier perspectiva económica y las posibilidades del
capitalismo imperialista de atenuar la crisis o salir de ella: la lucha de
clases. En este terreno, la situación no parece muy auspiciosa para el
imperialismo. A la resistencia de las masas de Medio Oriente, debemos agregar la
resistencia constante de las masas latinoamericanas al saqueo y la explotación y
las luchas de los trabajadores europeos contra los ataques de sus gobiernos y
patronales. En los propios EE.UU., se avizora la posibilidad de un ascenso
obrero. Finalmente, como la expresión más reciente y espectacular de la
resistencia de las masas, vimos la “rebelión de los hambrientos” en los países
más pobres de la tierra.
Es posible, entonces, que los
ataques que el capitalismo imperialista comienza a descargar sobre los
trabajadores y los pueblos agreguen más “leña al fuego” de esta luchas. Pero
esta posibilidad no está garantizada de antemano. Tal como analizaba Trotsky,
luego del crack de 1929, las crisis económicas también pueden impactar
negativamente sobre la clase obrera, debilitando su capacidad de lucha o
dividiéndola, más aún con la profunda crisis de dirección revolucionaria
existente. En cualquier caso, es una batalla que ya está abriendo.
Para finalizar este
material, consideramos que sería un error “economista” terminarlo con el
desarrollo de una propuesta programática, ya que casi no hemos considerado los
problemas políticos y de relación de fuerzas entre las clases. Sin embargo,
queremos formular dos aspectos generales que creemos deben estar presentes en
esa respuesta.
El primero es que
la crisis económica y, de modo especial, la “crisis de los alimentos” ofrecen
una excelente oportunidad para desarrollar una fuerte y amplia propaganda
contra el capitalismo imperialista. La superación de la pobreza, el desempleo y
el hambre sólo podrá alcanzarse con su destrucción y su reemplazo por un
sistema de economía central planificada, que utilice racionalmente los recursos
existentes y se organice al servicio de satisfacer las necesidades básicas de
los trabajadores y los pueblos del mundo. La necesidad urgente de la revolución
socialista se reafirma cada vez más.
El segundo es que,
combinado con esa propaganda, es necesario formular programas concretos de
transición, adaptado de modo específico a la situación de cada país, que den
respuesta a las necesidades inmediatas de los trabajadores y las masas (luchar
contra el hambre, el desempleo, la miseria, la muerte por enfermedades
fácilmente curables) y que impulsen su movilización unificada. La clase obrera
y las masas del mundo no pueden esperar pasivamente frente a esta realidad:
tienen que luchar por su supervivencia física. Es imprescindible que la clase
obrera se ponga al frente de todas las masas empobrecidas para encabezar esta
lucha.
21/7/2008
[1] Pablo Rieznik, Catastrofismo,
forma y contenido, en www.po.org.ar,
20/11/2007.
[2] Nombre que recibió la ideología de las
sectas cristianas medievales que afirmaban que el mundo terminaría el año 1000 dC.
[3] El fin de un ciclo,
reproducido en español por la revista SinMuro
No 29, 4/4/2008.
[4] Apuntes sobre la coyuntura
internacional, New Left Review, en www.newleftreview.org.
[5] Tres ideas que pueden ayudar a
pensar este momento histórico, en
la revista Herramienta, 16/4/2007.
[6] El fin de un ciclo.
[7] China, mito y realidad, Martín
Hernández, Marxismo
Vivo No 2, octubre de 2000.
[8] World Investment
Report 2007, United
Nations Conference on Trade and Development.
[9] Fuente: Oficina Económico Comercial de España
en Pekín, “Informe Económico y Comercial
China”, julio 2006.
[10] El fin de un ciclo.
[11] “La Reserva Federal
anunció que aumentará a 100.000 millones de dólares el dinero que pondrá a
disposición de los bancos este mes en subastas especiales, como un mecanismo
para elevar la liquidez en los mercados de crédito” (Agencia EFE. 8/3/2008).
[12] Estalla el precio de
los cereales de Domique Baillard, Le Monde Diplomatique, edición mayo 2008.
[13] Citado en el artículo La burbuja
alimentaria de Andreu Marti, Argenpress, 2/6/2008.
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